“El
intervalo que separaba lo que ella era y lo que veía fuera- bendito,
gigantesco, de una inocencia consumada- era demasiado grande para que
R. no se sintiera seriamente alarmada. Se dice que el intervalo es
percepción, pero también es dolor, por lo que toda percepción es a
la vez dolor” (Los demonios. Heimito von Doderer)
Uno
La
realidad es. He aquí el hecho. Que el sujeto hablante, pensante, es
una realidad, es (existe) en la realidad, jugándose su existencia
en ella, separada de él mismo, es un hecho.. El sujeto
humano está encapsulado dentro de la otra realidad (exterior) y, en consecuencia,
está fuera de ella, porque, en efecto, entre uno y otra se extiende el
intervalo.
El
intervalo protege al sujeto. El intervalo hace posible que éste
perciba lo que sea de la realidad, algo de la realidad. Hace que la
realidad sea una cosa perceptible. Y lo perceptible se hace humano.
La realidad se hace humana, en cuanto percibida por el sujeto humano,
que es un sujeto pensante, es decir, parasitado por el pensamiento y,
a partir de ahí, con la creencia de que puede entenderse con esa realidad.
El
pensamiento deriva de la capacidad humana de percibir. El humano percibe que percibe, esto es, percibe que existe un intervalo entre
él y la realidad. Puede acomodar sus ojos a la distancia mayor o
menor que le separa de ella. Sus manos pueden sentir, pero
también pueden no sentir, pueden tocar, percibir, y pueden apartarse
de aquello que han tocado. Las manos, los ojos, se manejan en el intervalo.
El
intervalo es la herida de la separación. Percibir es ahondar en esa
herida. El exilio del humano es necesario, pues le libra de su aniquilación, inevitable si no existiera el intervalo. El sujeto humano ha sido parido como un ser pensante y, a pesar de
ello, o por ello mismo, como un ser subordinado sujeto a ser siempre una posibilidad del olvido. Sólo puede estar
seguro de que su destino es el olvido, que la realidad de la que
procede, no sólo lo olvidaría, si ella fuera humana, sino que, como
es otra cosa, nunca ha tenido en cuenta su existencia.
Percibir
es saber. Saber de eso. Percibir es la base de lo humano, su alma,
podríamos decir.
El
alma que hace posible que el pintor pinte, que el jardinero componga
jardines, que el matemático traduzca a ecuaciones eso que de la
realidad contenga la física, u otras disciplinas que tienen que ver
con la naturaleza.
Hace
posible que todos esos creadores vivan en la realidad porque ésta ha
sido nombrada, pintada, podada, traducida, que el humano se las vea, o eso espera, con una
realidad que es ya una cosa a su medida, algo más
asimilable, menos doloroso, una especie de suave almohada que conduce
al sueño feliz. Y al conocimiento.
La
realidad no piensa, no está sujeta a la lógica del intervalo. Si, como un autor de
ciencia ficción, yo dijera que la realidad conoce el intervalo tras
el cual un sujeto humano la escudriña, entonces, la realidad se
sabría tan contingente y desgajada como se sabe ese ser humano. Y
entonces podría ocurrir, siguiendo con la supuesta ficción, que la
realidad considerase que ese ser que está tras el intervalo posee un
poder especial, el de hablar, el de pensar, que lo hace un perfecto
candidato para ser el dios que le falta a esa realidad, puesto que,
fin de la ficción, a ella le faltaría algo.
El
intervalo supone separación, esto es, que sólo existe la Unidad
cuando la percepción hace creer al sujeto que él se funde con la
realidad. Esto esto es una creencia, una ilusión óptica a lo sumo.
No
existe la unidad. Como máximo existe la pareja yo/realidad. A
partir de ahí, pueden sumarse todas las parejas yo/realidad que sean
posibles. Tal innumerabilidad hace posible que un yo pueda no ser. Nada
cambia si un yo no es. Nunca un yo acaba de
existir del todo.
La
Unidad, esa ilusión, lleva al sujeto a ser consciente de su
existencia. La conciencia de la existencia del sujeto es consecuencia de la ilusión
que es la Unidad (del sujeto y la realidad). Su existencia pende del
hilo de la mirada (como paradigma de la percepción) .
El
espacio entre ese ser (existir) y no ser (no existir) es donde habita
el sujeto. Donde es capaz de crear y, a veces, el creador, ese yo
hecho ahora fuerte, crea otros espacios no previstos en la lógica de
las cosas. Y en ese salto revolucionario se funda lo que hay más
allá de la existencia y la inexistencia.
Dos
Y
está el amor, ese algo específico del sujeto habitado por el
lenguaje.. El lenguaje, que se recrea en el intervalo que da vida a
los significantes que lo construyen. La emoción, la vida, lo vivo
que hay en ese margen, en esas pausas. Allí se construye la
subjetividad, lo que es reacio a las máquinas, a lo previsto, a las
órdenes.
Y
el amor. Se puede hablar del amor y el intervalo de muchas formas. Tomo como muestra la película Toute une nuit, de
Chantal Akerman, donde aparecen varias parejas de amantes casi
furtivos, apariciones breves que muestran algo inconcreto, o lo
inconcreto de esas relaciones, separadas por una pausa que podría
ser infinita y que por eso la directora la corta brutalmente para que
la aparición de una pareja borre a la anterior. La película
termina con una secuencia de cuatro minutos y medio que muestra de
repente una nueva pareja, una mujer y y un hombre, bailando, más
bien abrazándose al compás de una canción melosa, L'amore
perdonerá, cantada por Gino Lorenzi, un cantante que tiene toda la
pinta de haber sido un artista maldito, bailando en un pasillo, en un
lugar de paso, ni siquiera en una habitación, murmurando, mientras, unas
palabras dichas en frases separadas por largas pausas y que se
mezclan con los ruidos de coches y cláxones de la calle que ahí
está, pero que no se ve. Este es el diálogo:
Él: ¿Porqué lo
amas?
Baila conmigo
Ella:
No lo sé
No sé si le amo
Hace mucho calor
Estoy cansada
Nunca había amado a
nadie así
Por momentos hasta lo
olvido
Tal vez sea por su
boca
No, no es por su boca
Tal vez sea la manera
de hablar o de mirar
Hace mucho calor
Hace mucho calor
Debí haberme ido de
vacaciones
Qué música tan
bonita
Nunca había querido
así a nadie
Por momentos hasta
lo olvido
Qué música tan
bonita
Hace mucho calor
Su pelo
su mentón
Es demasiado para mi
No, no es por su boca
Debía haberme ido de
vacaciones
Me llama todos los
días
Nunca había querido a
nadie así
Suena
un teléfono. Entran en una habitación. Hay una cama y el teléfono
que descuelga la mujer.
Los
cláxones de la calle se hacen más patentes y siguen mezclándose
con la música.
El
hombre se recuesta en la cama. En silencio. Parece ajeno a lo que pueda decir la mujer.
La
mujer contesta la llamada, diciendo varias veces Sí.
Cuelga.
Ella
y él se abrazan en la cama, recostándose.
Fin
Hermosa
muestra del amor y el intervalo. Del amor humano.
¿Quién
ama?, ¿a quien se ama?, ¿qué se ama?. Preguntas, palabras que remiten, a través del intervalo, a otro amante, a otro
tiempo, a otro mismo amor. Que remiten al amor que es siempre otro, otro y alejado. Las manos de la amante solo
pueden palparlo en el cuerpo de ese hombre, otro hombre, que la
abraza, de ese otro que la interroga. El hombre y la mujer abrazan el amor, podríamos decir, un amor no ubicado pero que se revela en la aparición de los cuerpos que bailan.
Las palabras están
fundidas en los cuerpos que bailan y que se mezclan con las
palabras de la canción, L'amore perdonerá.
El
baile, el abrazo, recrea el ahora. Lo mismo que hecho plenamente
sexual, el polvo, crea el ahora, el único presente que hay en el
amor.
La
fusión de los cuerpos, el abrazo, el baile, busca sin saber la
unidad con el amado/a. Es el imposible, la locura del amor. El viaje
sin consumación. Qué hermoso es viajar, no ver siquiera el destino,
que no es sino un señuelo para levantar el ánimo.
Está
la pausa, el intervalo. El amor remite a otro amor. Incluso a otro
más allá del Edipo, mito que condensa el amor creado en la pérdida.
Porque la madre edípica contiene todo lo ya perdido, es un cuerpo ya gastado, extenuado, seco y representa la
unidad que lo simbólico, la ley, proporciona al cuerpo que siempre
tiende al desgarro, a la segregación, a la fuga, a la muerte.
El
amor va más allá de esa unidad supuesta, buscada, anhelada. El amor
es la creación, la creatividad que revuelve las cosas. Hace que el
humano se acerque a lo inhumano, a lo divino, podríamos decir, a lo
que dictan las partículas elementales, desconocidas y rebeldes a
toda razón impuesta.
Chantal Akerman