miércoles, 22 de septiembre de 2021

PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA: PAISAJES CIUDADANOS








 



                                                                       ELLA


Era tan pobre que solo tenía una casa vacía. Solo tenía el vacío que alojaba aquella casa vacía. Sin embargo, ella sabía muy bien que ese vacío era inabarcable, difícil de controlar, imposible vigilar sus límites, heroico el defender sus fronteras. Así que tuvo que dedicar su vida a esa tarea imposible. Era muy pobre, sin embargo estaba obligada a administrar una hacienda que tendía a ser infinita. Un gramo de vacío es un océano, se decía a sí misma. Aunque, en realidad, no se decía nada a sí misma. O si se lo decía (nunca hablaba a los demás) lo hacía con hechos consumados; padecía un lenguaje hecho de cosas, de objetos macizos, de actos sin marcha atrás.

Los que la rodeaban, su familia, sus vecinos, sus colegas, la gente del mundo, en definitiva, la veían como a una mujer rara, inclasificable, intraducible. Su cuerpo era hiperreal y sobresalía del aire, y del entendimiento, de una forma ofensiva y sensual. Producía una excitación insultante y una ternura que debía ser reprimida al instante. Nadie de los que la veían eran conscientes de la confusión que les producía su presencia, del desorden eléctrico a que eran sometidos solo con verla. No eran conscientes. La gente, al verla, cerraba los ojos, o escupía imperceptiblemente, o le daban la razón sin escucharla. Sin escuchar el soliloquio de sus labios apagados.

Ella defendía el vacío. Había aceptado encomendarse a recogerlo, a ordenarlo. Antes, había tenido, cuando apenas era una niña, un novio que, perdidamente enamorado, se esfumó muy pronto, ardido de unas llamas extrañas, se fue, se fugó, murió. Así fue como ella comprendió que el vacío era una patria obligada, y que bien pudiera ser que contuviera potencialmente todo, y que, en ese caso, ella, hecha una demiurga enloquecida, se viera obligada a emprender una nueva creación.

Cerraban los ojos, los otros. Sus ojos, los suyos, no veían sino la alucinación que marcaba su destino: su trabajo infinito. Su cuerpo exhalaba un perfume que perturbaba cualquier posibilidad de paz.

Si la abrazaras, ella trazaría signos con un arma imaginaria (dura como el cristal de un espejo roto) que vendría a recordarte que no eres nada, nadie, o que, en otro orden de cosas, eres un monstruo que quieres invadir su territorio y aniquilarla para siempre.



lunes, 20 de septiembre de 2021

TENGO VÉRTIGO EN EL LABERINTO





 




No me mataré, pensaba el trapecista mientras esperaba la barra que venía a sus brazos, tan cansados.

Una vez más te tomarán mis manos, volaré contigo, veré el suelo ondularse,

mis pies volar, llenos de plumas, mis pies recién nacidos.

No me mataré.

Tan pronto concluya este viaje y reverencie a los ciegos que nunca me miraron a la cara,

iré despacio al carro de la amada;

allí suena la música, 

ya oigo cantar la sposa son disprezzata,

que me lleva a lo alto del silencio prometido, donde no es necesaria la justicia final,

sino el susurro primero, 

allí donde el agua brotó.