sábado, 27 de febrero de 2021

HOJAS DE AFEITAR PALMERA ORO

 








Mirabas y mirabas al cielo,

no sé porqué tanto mirar y mirar arriba

mientras una pulga saltaba en tus costuras

y así fue cuando dijiste:

estoy siendo iluminado ahorita mismo,

en este momento que separa un antes

y un después,

aunque ahora el tiempo sólo sea

lo que esta pulga tarde en saltar y ya no estar

cuando sólo resta la resta del picor,

la sangre del rascado, la gula

de las uñas


entre las órbitas que decías que querías divisar en el cielo,

en el universo,

donde las cosas se apagan

y se crean situaciones payasescas,

donde el que pega llora y el que es pegado

ríe y ya no está y lo entierran

y los equilibristas se caen porque han bebido en exceso

porque no pueden soportar la muerte

de las fieras y del circo,

entre esas órbitas

encontraste el reflejo oblicuo de tu cara

cuando un día ibas a encontrarla en el espejo

y la encontraste enjabonada y viste además el horror:

una hoja palmera oro subiendo y bajando

entre el jabón que les daban a los soldados que olían a mulo

por tu piel y comprendiste

que aquello c´est fini,

y acabaste llorando encerrado en tu encierro que era un agujero negro

reduciéndose al cero caliente de una tarde recién comenzada


más te vale no mirar tanto al universo,

dar por sabidas las ecuaciones,

plancharte el pijama porque no puedes comparar

el placer de una buena siesta,

yaciendo bien vestido

con el descubrimiento incierto del nuevo mundo.

martes, 23 de febrero de 2021

PREGUNTAS RETÓRICAS QUE SE HACE UN HOMBRE SOLO

 




¿Dónde has estado todo este tiempo?

No me digas que has ido a comprar el periódico,

que te has entretenido en ver los tanques,

en observar con envidia cochina los ternos

de los ujieres y de los diputados,

los deditos casi picassianos de las chicas dándole a los dispositivos

que mueven el mundo,

no me digas,

yo aquí, consumiéndome en imaginar

un campo verde de trigo,

balanceándose sus cabezas llenas al son del aire,

ahora que vuelves me alegro,

tomo mi mano de tu mano,

extiendo la manta de colores en el suelo,

somos un beduino a la espera del té,

pienso en los trigales verdes

porque me he atascado en esa ocurrencia

y no sé salir de ella,

explícame, tú que has visto el mundo,

¿cómo se acaban los sueños?,

¿de qué color era la corbata del presidente

de la comunidad autónoma?,

dime si hacía pucheros la mujer

cuando le dijeron lo de su hijo,

si mantenía su sex appeal, la pobre, si pudiste apreciar el brillo de sus ojos

desde el anonimato de la belleza, si lloraba, dime,

dime si llovía o no, si hacen ruido los coches

cuando van y vienen,

ven, móntate en la manta, vamos:

tomaremos el té verde

tú serás el mundo,

yo, el campo de trigo que aún recuerdo.

lunes, 15 de febrero de 2021

NOTA SOBRE LA POESÍA. DOS.

 



Los poetas son, en el ejercicio de su labor, alucinados, santos, visionarios. No son éstos, adjetivos que los trae un arranque de lírica que venga al caso, puesto que hablamos de poesía. Dan cuenta, por el contrario, de una exigencia ética y estética, de una condición si ne qua non: si no alucinado, no santo, no visionario no cabe poesía ni poeta. Son tres palabras claves.

Por eso, entre otra razones, la poesía es un discurso sacado de quicio. Aunque hable de lo mismo que cualquiera habla, de lo humano cotidiano, de las cosas, de la cosa, de lo de arriba y de lo de abajo, no lo hace desde ese lugar donde estamos cuando no queda otra que ganarse la vida, o escurrir el bulto o dar el pego, porque si no nos quedamos fuera de algún sistema. No puede hacerlo desde el cansancio, la extenuación que nos hace soportar la vida corriente. Los alucinados, los santos, los visionarios siempre están fuera, desarmados, haciendo ostentación de su nada y de su humanidad estricta y radical.

La poesía escribe su álgebra a partir de lo que recoge de los linderos del inconsciente, de aquello difícilmente develado, pero que es el núcleo duro donde a fuego lento se cuece la verdad de lo propiamente yo y la verdad de la historia que nos hace comunes.

La poesía aun cuando representa la extrema subjetividad no puede ser egoísta, no puede conformarse con nacer muerta. Necesita de otro para ser, sólo se completa cuando choca con la mirada desprejuiciada del lector, ese radicalmente otro, extraño, azaroso, donde tiene que ocurrir una explosión creativa siempre sorprendente, nueva, capaz de reubicar muchas cosas aparentemente ordenadas.

El lector de poesía es un cabo suelto de una pareja difícil de hacer. El poema muestra algo inasible, perecedero al máximo, que necesita la oscuridad del revelado de una fotografía, y la luz, después, para ser contemplada. Necesita un miramiento especial en el lector, ése que algo busca más allá de los lugares comunes, pues algo le falta, le duele y le incomoda. El azar del hecho, de ese encuentro, tiene más que ver con lo pulsional que con lo cultural, si nos atenemos al sentido estricto de la palabra cultura. Lo cultural que propicia el encuentro quizá se resuma en la búsqueda de la belleza que está presente, y latente, en ambos.

Aunque esta suerte de cópula pase sin que, aparentemente, pase nada. Hay revoluciones que, al menos en un primer momento, no tienen exterior, no son susceptibles de ser fotografiadas, son puro interior, puro número, pura alma, pura lava ondulándose en el corazón del fuego. Pero que pase, que el encuentro, la explosión ocurran, es el objetivo de la poesía, que para eso viene de un lugar tan delicado, desequilibrado y radical.

Ese lugar es el de un exceso de deseo de saber; quiere más de lo que se dice que puede y debe saber. Rabia de saber, porque saber es no desaparecer del todo, y es estar aunque otro no quiera que esté. Los alucinados, los santos, los visionarios no están plenamente en este mundo, en la forma, por ejemplo, que está una estatua ecuestre, más bien están como la mancha que dejan unas calcomanías en la piel de un niño que juega mientras se baña.

El poeta come la manzana del árbol de la ciencia, cae (y aun pueda ser que goce en la caída) y de un paraíso de goma espuma pasa a un bosque de intrincadas ramas, donde no hay más orden que el que dicta el deseo de las ramas de ser ramas y el deseo de las enredaderas de enredarse, así tejan una sombra tan densa que oculte el sol.

La metáfora física es inevitable: choque de partículas, imposibilidad de la certidumbre, movimiento que crea posibilidades que nunca conoceremos del todo porque el reposo es una ficción y la mirada del observador es capaz de dormirse entre dos parpadeos y dar a la lengua la ficción de un sueño.


viernes, 12 de febrero de 2021

NOTAS PRELIMINARES SOBRE LA POESÍA Y LA SUBJETIVIDAD

 

Notas preliminares




Escribir poesía supone, en primer lugar, ponerse a disposición de lo otro, ceder para ponerse en sintonía con aquello que en apariencia ya no está, pero que sigue ahí, empujando por salir.

Lo otro es la historia del sujeto que escribe, sobre todo la historia reprimida, la que nunca cesa de ser escrita porque, aunque pudo no ocurrir de facto, nunca pasa, no se puede pasar de ella y por ella no pasa el tiempo, y reclama su existencia, su realidad, su hiper-realidad.

Si hubiera finalidades de la poesía, o de quien la escribe, una sería la construcción de un producto estético. El poema debe ser algo bello, aunque la belleza que recoja sea problemática porque nunca es correspondiente con la normativa social. ¿Puede haber belleza objetiva?

Plasmar como producto bello un montón de palabras que, tambaleándose, intentan acercarse a un momento determinado, tal vez sombrío, o no, de donde se intenta recoger una sensación significativa sólo para el sujeto que la escribe, aunque pretenda, a través de ese ejercicio, dar cuenta de una realidad común, a menudo moral, puede no coincidir con una imagen bella, la que esperaría el común de los humanos.

Ante semejantes productos artísticos donde el resultado final es una representación de la belleza que, a menudo, esté más próxima a la abyección que a otra cosa, el ojo está acostumbrado. Llevamos ya mucho tiempo conviviendo con el arte llamado moderno y contemporáneo.

La otra finalidad de la poesía sería la indagación de la realidad, a través de la subjetividad privilegiada del que escribe. Privilegiada, no por excepcional o por tener alguna particularidad que la haga mejor que la de los demás, sino porque es capaz de ser puesta a disposición de la creatividad, de hacer otra cosa de la cosa. De ser trascendente.

La poesía es siempre trascendente.

No dejamos de hablar de la conjunción belleza/subjetividad. Ahí reside el quid de la poesía.

La poesía es subjetiva. Trabaja con una subjetividad en plena ebullición, como un dispositivo que genera energía aprovechable para propiciar transformaciones. Aunque pretenda mostrar fragmentos de realidad absoluta, describir un pájaro, por ejemplo, si lo hace, lo hace a través de la subjetividad del que escribe, muchas veces con los ojos cerrados, ebrio absolutamente de la misma poesía que produce y bebe. Aunque esta ebriedad pueda conducir a un aturdimiento y a la esterilidad. Esto es otro asunto.

El que escribe poesía debe tener, a menos lo más posible, los ojos abiertos, los que miran afuera y los que miran adentro.

No es posible ver sin prejuicios, aunque a eso aspira la poesía; tal visión pura está más cerca de la alucinación que de la percepción ordinaria, la que nos sirve para asegurarnos de que no nos hemos ido de nuestro sitio y que, si nos buscan, nos vana a encontrar. La poesía estaría más próxima a la alucinación, a ese tipo de percepción extrema. Despojada de los prejuicios aseguradores, aunque, siempre amasada en la subjetividad.

La poesía muestra que la subjetividad no es lo miso que pre-juicio, sino que ambas cosas son antagónicas. Prejuicio es a aseguramiento, ceguera, lo mismo que subjetividad es a luz, indagación y escándalo.

Es la paradoja poética: la subjetividad debe ser (aunque no siempre lo sea) un arma de aproximación radical, desprejuiciada, de la realidad.

Esas visión extrema que la poesía pretende alcanzar crea un encuentro, un choque, una explosión, con la realidad y con la realidad real y subjetiva del lector. En ese choque impredecible es donde termina el acto creativo, siempre por concluir, imposible de determinar.

La poesía es universal, indisoluble y eterna acompañante del lenguaje. Como la música, como las creencias, como el deseo de saber, como el amor. Lo humano, lo sólo humano. Tal vez, el que escribe poesía enseña que en toda existencia humana particular las tensiones dramáticas que construyeron los grandes mitos, las grandes trayectorias histórica, están, han estado presentes, activas, con toda su fuerza y todo su peligro. No hay humano pequeño, no hay nadie que no hable de tú a los titanes.

La poesía puede ser la bandera blanca que alguien, al que han dejado solo en una trinchera anacrónica, agita, confiando que, a costa de una rendición, le concederán la paz aquéllos que hace tiempo dejaron ya de luchar. Aquéllos que habitan y administran la ciudad.


jueves, 4 de febrero de 2021

DETRÁS DE LAS ESTRELLAS

 







                                               DETRÁS DE LAS ESTRELLAS


(Poema clínico/nervioso hallado en un anexo de la sala donde un grupo de escritores esotéricos  lobotomizaron a Nabokov, pretendiendo que produjera resultados estrambóticos.)



Detrás de las estrellas el mundo es un mar helado

La transparencia es absoluta, es un cristal que no distorsiona

Un beso en una cara de ese mar sería percibido como un beso en la opuesta

No hay, a su través, engaños ni ilusiones

Un sonido en su extremo es el mismo sonido en el otro, sin que haya viajado

Nadie puede viajar por ese mar porque no existe el Sentido en sus aguas sin límite,

Nadie puede bañarse porque sus aguas no pesan

Y aunque los cuerpos fueran ingrávidos caerían en una sima profunda

En ese mar no hay nombres

En consecuencia, ni palabras. La finitud

es una sensación placentera parecida a lo invisible

-la invisibilidad es allí posible y real como aquí una piedra-

Sólo una única célula compone lo que podría llamarse el cuerpo

Son cuerpos unicelulares sin adentro ni afuera

El orden es

la persistencia del existir: el amor

El amor es simple y en su composición no hay sino luz 

Los dioses duermen siempre porque están muertos

Los soles minerales libran batallas elementales

Y la oscuridad es un pensamiento atrapado en un movimiento perpetuo de traslación alrededor de sí

El tiempo y la sombra no tienen dimensión, son restos de cuando hubo palabras

La sombra y el tiempo son sueños. Los elementos unicelulares son el equilibrio, el amor,

la estela del tiempo y las sombras.

El amor es la energía ausente, la que, perdida, permanece

Como es un mar que no precisa cohesión, no crea mareas

Ni olas, ni maremotos, ni peces

Al no haber boca, ni labios, no hay rastros de sexo, no hay muerte

No hay sueño, los hombres no sueñan porque no van a ser juzgados

Puede ser una alucinación del hombre que sufre



lunes, 1 de febrero de 2021

HOY

 


Hoy, veintitrés de enero de 2021,

hace un día de los que a mi me gustan:

no hace frío,

ni viento,

ha llovido hace poco,

el cielo esta gris

pero sin niebla,

huele la tierra a tierra,

las hierbas vuelven también a oler a hierbas,

es como si las pequeñas verdades se abrieran paso

a duras penas


hoy el mundo se acuerda de mi:

el tiempo me abraza,

me toca la cabeza con sus manos,

me arrulla como me hubieran arrullado de pequeño,

el mundo cuenta conmigo:

¿cómo te llamas, chaval?

me preguntan las nubes,

nos alegra que estés aquí,

nos caes bien,

hoy toca disfrutar el día,

vístete, te esperan a las doce

en la plaza de España;

y yo allí que voy,

no se me vaya a escapar esta oportunidad,

cojo el autobús

y al llega a la plaza, nada más bajar,

veo que me están esperando,

y corro, corro y digo su nombre,

se me llena el cuerpo de sílabas que han roto filas,


y, cuando pedimos unos churros y unos cafés con leche

en el café de La Habana,

empieza a llover suavemente

y alguien, piadoso, cierra las puertas del paraíso,

se va luz,

¿has cerrado los ojos?

se oye decir,

y empezamos a oír, a lo lejos, los murmullos

y los ruidos de tazas


otra vez.