Circuito y libre albedrío. Agon/agon
La tecnología, y la ciencia
cuando, encogiéndose, se identifica con ella, se proyecta en ella,
sólo es capaz de producir lo que siempre ha estado allí.
Los
circuitos que van de A a A' funcionan ajenos al libre albedrío. Éste
exige desobediencia, posibilidad de desobedecer, y los circuitos son
el significante princeps de esta obediencia, y de la eficacia.
El
circuito cortocircuita la necesidad que la humanidad tiene de lo
humano, del hombre y la mujer.
No
existe lo otro en el circuito. El circuito funciona con una falsa
lengua de signos que no significan nada porque son automatismos.
Condición de la eficacia. No del silencio. El circuito no conoce el
silencio, esa obra del lenguaje.
El
circuito derroca a Dios y toma el poder de un poder supuestamente
abatido.
Podemos
conjeturar sobre lo que nunca ha estado allí. Dios es lo
que nunca estuvo allí. Es el significante de la desobediencia,
la premisa de lo que se llama libre albedrío. Lo que el circuito
aniquila.
No
hay que preocuparse por saber si el libre albedrío existe o no. Éste
no es necesario en donde todo siempre estuvo allí.
Lo
que funda la humanidad (no la masa, sino lo humano) es la posibilidad
real de (desear) irse a ese otro sitio donde nunca nada ni nadie
han estado allí.
Ese
lugar por donde andan los dioses. Y sabemos que no es un lugar
esotérico sino metafísico y real. Y existe, aunque fuera de sitio y
tiempo, y se llama Inconsciente. Pura materia. Materia pura que no
cesa de producir síntomas, el principal de los cuales se llama
sujeto humano. Ese ser dividido: siempre ha estado allí/
siempre está por irse a donde nada ni nadie estuvieron allí.
Sin
el inconsciente no habría metáfora, y el lenguaje no existiría,
pues en su lugar sólo habría reproducción de un automatismo
radicalmente autoritario.
No
hay que confundir el libre albedrío con la posibilidad de elegir una
opción entre otra, dada una disyuntiva que se presenta. Uno no elige
entre A y B. Los circuitos por donde circula la eficacia no dudan, no
eligen, saben por donde tirar, si por a o por B, y, aunque “se
equivoquen” nunca fallan.
La
única elección real es entre no elegir y elegir, poco importa A y
B, nunca se llega a un punto donde la elección haya terminado su
función. Pues, si se opta por elegir, la elección no termina nunca.
El libre albedrío es un tiovivo conducido por un operario al que,
como en la película de Hitchcock, le acaban de pegar un tiro y está
caído de bruces sobre los mandos de la atracción de feria.
Ese
hombrecillo caído en el centro del tiovivo que no para de girar es
el significante de Dios como fundador del libre albedrío.
¿Es
que nunca estuvo aquí la posibilidad de elegir elegir
Si
la existencia del libre albedrío pudiera indagarse valiéndonos de
la estadística, cabría decir que no existe, o que es una mera
posibilidad que se acerca a 1 entre infinito. Pero la estadística
aplicada a la conducta humana se ve influenciada por el deseo, esa
cualidad que se
resiste a los números y que es material, a diferencia de ellos.
Pero
sí, el libre albedrío cuenta poco, si nos atenemos a la eficacia
que aquí se exige. Es una consideración, en primer lugar
teológica y, en segundo lugar ética. Pues sólo el temblor, el
desasosiego, ante lo absoluto o ante la verdad, hacen que el sujeto
humano salga de los circuitos eficaces y se vea en la necesidad de
elegir, pues allí no hay completud que le asista.
Cuando
no se sabe lo que se quiere decir cuando se dice algo (una
manifestación, entre muchas otras, de la incompletud) hay conciencia
de un saber asociado al decir y éste deja de ser un eslabón
mecánico de un circuito de certezas. No saber lo que quiere decir lo
que se dice abre las puertas a un nuevo saber: que lo que entonces se
dice dice más de lo que quiere decir. Es entonces y allí cuando
estamos al albur del libre albedrío, una libertad impulsada por algo
que está fuera de lo que puede ser contado (contabilizado).
El
libre albedrío se anda por las ramas a la busca de bosques nunca
transitados. Esos incontables bosques que intuimos, a veces, con los
ojos cerrados para no ver lo que mandan que veamos.
El
libre albedrío no sirve para producir conductas sino para decir algo
que, sin entenderse, ha costado eternidades, y sufrimientos
solidarios de todos los hombres y mujeres, en ser trenzado, dicho,
escrito.