Tenía
que estar en casa a las dos en punto de la tarde
La
hora de comer es sagrada
Esa
hora cuando cae la luz torcida en el centro de la mesa
Con
los platos y vasos ya dispuestos y el agua en una jarra de cristal
temblando aún desde su oscuridad perdida
Sentado
en un banco de la calle a mediodía
Solo
Mirando
a nadie que le mira cerrando los párpados y los puños para
defenderse
Espera
y ya sabe que huelen la soledad la rutina y el miedo
Huelen
a niño pequeño y toma conciencia de que lleva puesto el traje de
dos piezas y sabe que su sudor ya huele a hombre
Cuando
llegan a él ya está esperándolos en pie
La
mañana ha sido fresca pero ahora los pájaros ya pregonan el viento
dulce de la tarde
Las
hojas se estremecen porque la vida ha vuelto
Les
sigue como a capitanes por las calles que dan a la avenida grande y
luminosa
Un
coche negro a punto está de atropellar a una paloma
Algo
de agua que ha limpiado la calle salta como un hisopo bendito a sus
pies
El
día va abriéndose camino con tal de seguir a los que van delante
Solo
siendo sin ver ni verse demasiado
Unas
niñas que saltan en un charquito de instante perfumado y de una luz
amarilla que cayó de los plátanos ventosos
Se
cruzan
Es
la hora de volver
¿Con
cuántos talentos regresa el chico a casa?
¿Alguien
notará el ruido extraño de su pecho
El
roce de su corazón dispuesto a abrirse a partirse?