C. Kavafis. Restos de quien cantó a los héroes
LOS HÉROES
Unos caminaban despacio, como dios les
daba a entender, hacia el carasol,
esperaban que llegaran otros
y, ya juntos, se miraban, reconocían sus
voces,
sacaban a colación los temas de
conversación preferidos,
huían del tiempo, de su decrepitud y
no oían las burlas de los transeúntes,
dejaban de oler la peste de la
pobreza,
la podredumbre, el tufo de la soledad
otros paseaban, solos, mirándose la
punta de los zapatos;
no se enteraban de lo que iba y venía
por sus cabezas,
es como si no pasara ya nada,
como si todo hubiese pasado, como si
el olvido hubiera borrado lo peor y lo mejor;
paseaban, no prestaban atención a las
risas de los ciudadanos cuando se cruzaban en la calle
ni a las bocinas jocosas de los coches
cuando miraban modosos a izquierda y derecha por los pasos de cebra
otros iban haciendo muecas,
tragando aire entre estertores pop o
dodecafónicos,
hipando a la espalda de sus labios
anodinos;
pobres locos, con las manos apartaban
las piedras que les tiraban los niños
en los parques,
los niños que se escapaban de los
consejos paternos y maternos sobre la urbanidad, la decencia y el
bien común
en total, los héroes las pasaban
canutas en la ciudad;
había habido tiempos mejores,
pero ahora todo el mundo se reía de
ellos,
aunque los jóvenes, y los
parlamentarios,
hacían muecas, sin saberlo,
inconscientes, que parecían rememorar lo mejor de sus gestas.