jueves, 23 de febrero de 2023

SEGUNDA CREACIÓN DEL MUNDO

 


Era luz, pero no del todo;

no estaba acabada de hacer la luz;

las montañas, la playa, el mar, el firmamento eran cosas sin terminar de hacer,

faltaba el remate;

los hombres se miraban en un espejo de agua

y las mujeres escudriñaban sus atributos y se decían las unas a las otras:

vaya cuerpos, vaya ruina rococó que nos han dado,

y los hombres también cerraban los ojos

o rompían los espejos, descontentos de tanta risa como daba su presencia,

y los pájaros se caían porque de cada cien al menos dos

eran de plomo y con las plumas falsas.

¿Qué será de nosotros?, se decían;

¿hasta cuándo estaremos aquí y veremos cómo nuestras manos se caen

y cómo nuestros pechos se abren y enseñan unos bulbos florecidos que no son precisamente los lirios de salomón?.

Hasta que uno de ellos,

pecho de hombre y culo de mujer,

entrevió por vez primera la belleza

que estaba dejándose caer del tallo herrumbroso de un árbol olvidado;

no será para tanto el mal, la cobardía, el desatino, se dijo;

y alrededor de la belleza, apenas visible, hizo

el mundo por primera vez.


martes, 21 de febrero de 2023

AGUA

 


                                                                                                                        Nina Nastasia





Era agua

caía de su boca como una catarata dulce

de agua

era la luz

de una mañana que estuvo a punto de no ser

pues por la noche

negra

tuvo que vérselas con ella

con la muerte

tal cual

de los brazos de su pureza

la mañana pudo alzarse

era agua

el sol la escuchaba

peinados sus rayos ya ralos y mayores

era luz

la mañana que había triunfado

guiñó su ojo azul

a los allí presentes

que estaban esperando su beso

su bendición

el pan

y la calma que todo lo sabe

lunes, 20 de febrero de 2023

VUELVE

 






¿Ves ese pájaro?

¿El primero? ¿El que marca el camino?

No, cualquiera de ellos. ¿Lo ves?

Pues ese pájaro ha vuelto. Te busca a ti, el pájaro.

¿Me busca?

Te busca para que lo mires. Para que observes su vuelo. Su aleteo. Le gusta que lo mires.

¿Es un pájaro soberbio?

No. Es el pájaro que vuelve.

¿El mismo pájaro de siempre?

El del año pasado, el que vio volar tu padre. Míralo, mírale las alas. Las manchas grises de sus plumas.

¿A dónde va el pájaro? ¿De dónde vuelve?

Va y vuelve. Trae en el pico restos de los muertos.

¿Nunca muere el pájaro?

Lleva en el pico palabras que dijiste. Risas que inventaste. Besos y lágrimas.

¿Me conoce?

No. El pájaro no conoce. Sólo sabe volar y hacer con las nubes el suelo de la edad.

¿Qué pájaro te gusta más?

Aquel, ¿lo ves? Aquel que lleva un objeto extraño en el pico.


miércoles, 8 de febrero de 2023

CARSON McCULLERS VIENE A MI. APUNTES DE LITERATURA MAJARA




 

                                                                                                                                                Carson Mccullers






                             CARSON McCULLERS VIENE A MI


                                                                     1

O.V. me envía este escrito. Léalo con la máxima atención, termina diciendo. Esta frase la escribe a mano, como una rúbrica, bajo el texto impreso que reproduzco:

Anoche, ya es la segunda vez, la primera ya motivó una entrevista con usted cuando le puse en antecedentes de lo que estaba pasando, Carson Mccullers ha vuelto a colarse en mi habitación en plena noche. No sé como puede conseguir entrar sin más en el corazón de mi casa, ya se lo expliqué a usted la primera vez, tan bien cerrada como la guardo. Serían las dos de la mañana cuando Carson se me aparece. Ahí estaba sentada en la silla de mi escritorio, vestida de hombre como la primera vez, la misma chaqueta, los mismos pantalones, zapatos y calcetines. La cara monjil y dulce me mira, y yo no sé que decirle, me quedo mudo o, más exactamente, suspendido, como si detrás de su mirada yo desapareciera, aunque mi conciencia está excitada y no pierde detalle de todo lo que mis sentidos son capaces de percibir. Aunque no mueve sus labios oigo su voz, su voz que debe ser falsa porque escucho un español claro y meloso. Esa voz debe proceder de un artefacto traductor que está en el aire y me trae las palabras exactas que la mente de Carson quiere transmitirme. No me queda más remedio que acercarme a ella, debo confesar que me atrae su traje, que me gusta tocar cada vez más la tela que huele a vinazo y a tabaco. Carson cruza las piernas y al poco las separa, me siento obligado a desabrocharle los botones de su entrepierna y cierro los ojos aterrorizado por lo que espero encontrar: cualquier alucinación venida de allí, una ametralladora, un puñal, un arma desasosegante que me puede aniquilar de un golpe. Pero no, lo mismo que la primera vez, encuentro en el presunto lugar del horror un tejido de satén color carne pegado a su pubis, un tejido dulce que apenas toco con mis dedos. Mis devotos dedos que me alcanzan, siquiera en un instante, una suerte de felicidad. Y me emociona compartir el calor que Carson Mccullers me regala, aquí donde sin ser vistos me reclama, y escucho una vocecilla susurrante que me pide algo, que yo no sé interpretar, aunque esa vocecilla se exprese en un español ordinario. Me inunda la ternura, ¿qué podría darte?, digo en voz alta, contento de haber recuperado el don de la palabra, la compostura y la dignidad ante esta Carson Mccullers que viene a verme para que la ame, porque sé que ella necesita amor y por eso viene a mi. Es posible que crea que, locamente, compartamos un mismo misterio o desasosiego.

Como la primera vez, el tiempo parece haberse congelado, transformado en cristal, y noto una tensión que va haciéndose insoportable, envuelta en una ternura que me resulta imposible de asimilar, de disfrutar. Y al poco, a la vez que esa sensación inverosímil se ha coagulado para siempre, dejo ya de verla. Carson ya no está. Veo la silla de mi escritorio vacía y mi cama, aunque poseída por lo que estoy explicando, es otra vez un pozo de soledad.”


                                                                  2

Repaso lo que usted me dijo la primera sobre el del mal de la soledad que padezco. Ese es su mal, me dijo, la soledad. Y, como no la mira de frente, ella se hace fuerte, le invade, le substituye. Desde entonces no he parado de darle vueltas y le doy la razón, acepto su explicación. Pero ahora, después de este nuevo encuentro con Carson, puedo aportar mis argumentos. No sé porqué esa mujer se acerca a mi, que apenas soy un hombre, prácticamente un niño. Creo que lo que ocurre en estos encuentros debió suceder hace mucho tiempo, en otro tiempo. Estas apariciones son el eco de las primeras, tan verdaderas las unas como las otras. Lo de anoche me ocurrió a mi, es cierto, en mi casa y en el tiempo que señala nuestro calendario. Pero ya sabemos que el tiempo se retuerce, y pasado y presente pueden cruzarse como dos trenes en la noche. Tenemos que que admitir que aquel pasado se repite y Carson me trae escrito en su carne el cuento primero de mi soledad. Y, en segundo lugar, comprendo que quien más soledad padece es ella, Carson Mccullers, por muy importante que sea o haya sido o siga siéndolo por los siglos de los siglos. Ella, que no tiene más remedio que envainarse su soberbia de genio y descender a lo oscuro de mi cuartucho puberal, casi infantil por no decir infantil del todo. Cuánta pena me da esta mujer que tanto debió sufrir. No puedo sino detenerme en su humildad, que adivino debajo de esas vestiduras masculinas que utiliza para parecer fuerte en esa interpretación paródica, que parece representar a la fuerza, esa humildad sincera que transmite su satén color carne pegado al calor bendito de su inocente carne.

Es por esto por lo que, y en esto le pido consejo, debo ponerme manos a la obra para ayudar a esta mujer, esté donde quiera que esté, nadie va a negarme su realidad, aún la guardan mis dedos y mis ojos y mis oídos, ayudarla para que también ella cure su soledad y no ande vagando con tanto dolor desparramado, haciendo el ridículo en esas excursiones nocturnas a mi cuarto infantil .


                                                                      3

En las noches ordinarias, anodinas, cuando no viene ella (¿ Ella?) se retuerce más, si cabe, el dolor de mi abandono. Existo todavía menos, me aterroriza desaparecer del todo, llegar a tener la certeza de que que nunca he existido verdaderamente. Saber que solo soy una burbuja de aire fraudulento me llena de un terror mayor. Esta noche buscaba consuelo, a pesar de todo, esperando recibir su respuesta, mi apreciado S.E.. Usted es parte ya del caso Carson, le guste o no. Carson Mccullers, usted y yo somos los protagonistas de esta comedia de la que no podemos escapar. Ahora ya sé que nunca acabará la función, que va a ser un drama bufo e infinito. Drama por lo infinito, porque no hay telón que vaya a caer . Si acaso, acabará cuando hayamos acabado los tres y bien sabemos que, de los tres, ella, Carson, es eterna y, aunque yo sepa de ella en carne mortal, es una muerta y solo vive en el alma del mundo y en sus letras.¿Qué es el alma, me pregunto, sino una sopa de letras capaz de darnos un poco de vida en este desorden que somos?.


                                                              4

¿Qué puedo hacer por ti?, querida Carson; deja que hable contigo en voz alta como un comediante aficionado que ensaya un papel imaginario en el espejo de una tarde perdida. Déjame creer que estás otra vez aquí, aunque no lo estés, ya hace tres noches que no vienes, déjame creer que te socorro, que te llevo a la paz de tu verdadero lecho, el que por edad y distinción te corresponde. Déjame que aprenda a soportar mi vida aquí, cuando tú ya estés en el pasado. Déjame que te tutee, ahora que nadie me oye. Ni las palabras me oirían si tuvieran oídos. Mis palabras debieron nacer medio mudas, o se esconden, acobardadas. Las palabras deberían hablarse unas a otras, escucharse para que no se apelotonaran y formaran esos grumos que acaban enfermándonos.

He pensado en curar tu soledad. Me he atrevido a hacer un plan de tratamiento solo para ti. Lo tengo escrito en alguna parte y te lo puedo recitar de memoria, es solo un esquema, un bosquejo, un proyecto, ya lo he compartido con S.E., mi consejero, y estoy esperando su respuesta.

1 Leer tus cuentos.

Husmear los pantalones de sus protagonistas buscando tu rastro verdadero, compararlos con los que llevabas esas noches de espanto y dulzura en que me visitaste. Saber de tu dolor en el dolor de esos hombres solitarios y fracasados que inventas desde la nada tan maciza que guardas.

Cada vez que lea así uno de tus cuentos te estaré liberando. No me preguntes porqué, es así, y yo lo sé. Lo que escribiste no te ayudó, al contrario, era una madeja/majara cada vez más espesa que te enredaba y te obligaba a repetir esa infructuosa medicina que es la escritura, aunque fuese bella, verdaderamente bella. Cuando te leo, desenredo un nudo de tus pies y te imagino saltarina, como una niña grande, tocando un piano de juguete delante de tu padre que babea, cerrando los ojos, moviendo tus alas recién nacidas, volando por esos campos lujurioso de tu patria, follisqueando con unos y con otras, durmiendo en paz al final de cada jornada del paraíso, despreocupada de las copas vacías y sucias.

2 Leer tus poemas

Deshacerlos, letra por letra, y como hacen los mecánicos o los relojeros, revisar cada pieza, cada letra, limpiarlas una a una, dejarlas al aire libre un par de días, separarlas y agrupadas, por ejemplo, las vocales con las vocales, las consonantes mudas con las consonantes mudas, formando grupos afines, identidades momentáneas. Borraré de tus poemas la pena, lasoledad, así que yo y mis maquinarias terapéuticas revelarán el trigo limpio de tus versos. No sé qué quedará de ellos si quito su dolor. Me importa que tú puedas ser una mujer casi completa, de esas que llenan con su presencia las casas felices. Necesito, sobre todo, quedar a salvo de tus visitas dulcísimas y terroríficas, en definitiva, de tus insatisfacciones que deseas saciar como diosa desinflada con mi sangre infantiloide y suprema. A ver si, al fin, miro de frente esta soledad que no deja de perseguirme, tan joven como soy.

Quedaré, ya lo sé, arrinconado en la realidad que me reducirá a ser casi nada, en un anonimato insufrible, porque, aunque me espanta tu presencia cuando vienes a mi cama, tu herida me tienta y me obliga al amor, a la vida.

Liberado de ti, corro el riesgo de morir del todo. Tanto remedio puede llegar a ser una sinrazón, pero estoy obligado a rearmarme, a ser algo, siquiera un nadie entre los nadies.

Habré ganado. Te habré ganado, Carson Mcculers, y ya no vendrás a importunarme cualquier noche que te plazca, como si yo fuera una botella medio vacía que buscaras para salir de tu último desengaño”.


                                                                 5

Me dice S. E. que hago bien en tomar la iniciativa e ir a ti. Que esa iniciativa es mi liberación. Toma las armas, me dice, y no estarás solo. Por ir a ti desaparecerás de mis noches. Esa es su tesis. Pero, ¿puede borrarse lo que de verdad ocurrió? ¿Quedará algo de mi, además de la herida que nunca deja de escocer, cuando tú seas solo un fantasma majara que visitaba a otro majara en trance de curación, a su pesar?”


                                                                   6

Estimado S.E.

No voy a molestarle más, se lo juro, pero debo añadir nueva información para que saque las conclusiones convenientes.

Efectivamente, Carson ya no viene más. Vencí. Se fue. Mi empuje, voluntad, iniciativa, espantaron su realidad y nada queda de ella, salvo lo que bien pudiera ser un amor tarado y rancio, como si ella hubiera sido una mujer de verdad y yo un hombre hecho y derecho cuando nos enmarañaban aquellas oscuridades de las que tanto le hablé, y ahora siguiera condenado a buscar su rastro como un perro.

Pero no estoy solo: he tenido otra visita, esta vez, bien acogida, confortable, sanadora: Mme. P. o, si no ella en su totalidad, su presencia, ha venido a mi intimidad encarnada toda ella en su Gran Chocho (me permito las mayúsculas, las creo necesarias), desparramándolo como una colada de lava roja en mi cama. Lo ocupaba todo, una carne replegada en colores marrones como un bosque húmedo en plena putrefacción. Era el chocho de Mme. P. Era ella, lo puedo asegurar porque he consultado los libros de F.W. y coinciden todas mis suposiciones con la cruda realidad, que sólo él, F.W, conoce, conocía. Ya no hay espacio para Carson, pues ha llegado el chocho de Mme P. como un embajador del paraíso, desterrando la soledad que, ahora sí, ya veo medio vencida. La vieja Carson se fue para siempre a sus páginas tristes y hermosas.. Leeré sus libros, si es el caso bebiéndome una coca cola con hielo y limón, y contaré a mis amigos, luciéndome, abundando en detalles, sus intricadas maneras de sortear la soledad que yo conozco tan de primera mano y por las noches me regodearé con el chocho enorme y desbordado de Mme P., gozando a mis anchas de lo concreto, de lo sano, de lo convencional, curado ya, ahora ya lo sé, de la herida infectada del amor que ella (Ella) me quiso dejar como el legado de una Reina a su sapo preferido, es decir, a un sapo cualquiera”.

Esto es lo que he recibido de O. V.

                                                                                                    S. E.




                                                                                                            El origen del mundo. Gustave Courbet      

                       



                          APUNTES SOBRE LITERATURA MAJARA


Estas pajinillas me dan pie a esbozar unos apuntes sobre el tema que siempre he tenido entre ceja y ceja: la Literatura Majara. El tema es muy amplio y requeriría unas fuerzas que yo no tengo, una astucia y unos conocimientos que ni puedo soñar. Me conformaré con escribir al buen tuntún unos apuntes, ya digo, a la altura de mi limitada capacidad crítico literaria, aunque, como estamos en el caso de lo majara , el tema se presta a excursiones heterodoxas que disimulen lo que no haya de rigor.

A veces pienso que toda literatura es literatura majara. Esto lo pienso en los momentos de gran excitación cuando creo que soy capaz de encontrar el meollo de la letra, nada menos, eso desde donde palpita la fuerza del cuento de la palabra. Enseguida la cordura me alinea con los autores cautos que separan literatura de literatura majara, trazando una gruesa línea divisoria, que exige tomos y tomos de descripción y razonamientos. ¿Existe esa línea divisoria?, dudo con frecuencia, y me pregunto ¿existe la literatura?, ¿existe la literatura majara?, o todo eso es un sueño sincopado que arrastra las babas solitarias de un no saber vivir. Estas solemnidades en las que ahora mismo estoy cayendo me desaniman, me dan un poco de vomitera, pero debo cargar con ellas, son parte de mi, o del no-mi, ya no lo sé, y es que el abordaje de la literatura majara me lleva a dudar y, a la vez, a saber todo de todo de un solo golpe de vista.

Las pajinillas recibidas de ese tal S.E., hablando de su aconsejado enfermo de soledad, O.V.,

personajes acobardados, ambos, en esas iniciales apócrifas, que deben de encerrar calamidades bien reales, me ponen en bandeja poder hablar de lo más elemental de la literatura majara, de su abc. Me dan pie a dictar esta lección introductoria.

Primera cuestión: ¿Basta que aparezca la majarería, en alguna de sus formas inequívocas, para que una literatura sea genuinamente majara?. En estas pajinillas aparece nada menos que el Chocho (cito textualmente) de Mme P. que es, como ya dice de entrada su autor, la madame Psicosis que ronroneaba al enorme Foster Wallace, al que habría que remitirse constantemente como una referencia, ésta sí auténticamente autorizada, para hablar de estas temáticas majaro-literarias. No, claro que no basta. Imagínense, por ejemplo, un texto de A. G. (Almudena Grandes) en el que una pobre psiquiatrizada con carné mitinea sistemáticamente y pergeña unas faustas verbosidades locas de remate que arman, aún más si cabe, dada la fortaleza de la autora, su estructura literio social. A nadie se le ocurriría tratar a A. G. como autora de literatura majara. El tema de una obra no es, por muchas majarerías que aparezcan en él, ni condición ni causa de esa literatura.

La condición es otra. La condición es lo otro cuando se inocula en el lenguaje común. Lenguaje común (uno), inoculación de lo otro (dos). Este es el corazón de la L.M.

El problema está en identificar qué es lo verdaderamente otro, a la hora de esclarecer de qué hablamos cuando hablamos de literatura majara. Es decir, aquello que hace que explote el lenguaje común, que lo multiplica en fragmentos muy activos capaces de levantar caminos múltiples, divergentes, enmarañados para llegar a unas metas indispuestas, no regladas, casi sangrantes.

En las pajinillas precedentes lo otro (lo pater/majara) lo encontramos, entre otras muchas cosas (que explotan sin cesar) en el deseo ambivalente de O.V. de ser poseído por Carson, a la vez que se ahoga en el pavor cuando cuando ella invade su cama infantiloide en esa oscuridad que es su existencia. Ahí esta “lo otro” inoculando el lenguaje común de ese pobre diablo, O.V., y del otro pobre diablo, su curador S.E., que, sin quererlo, entretejen una auténtica obra de literatura majara.

Lo otro no es lo extraño, lo inesperado, ese cohete pirotécnico que pilla a los lectores con el pie cambiado y que les hace babear ante tanta originalidad y ocurrencia. Dicho sea de paso, hablando de pirotecnia, jamás eso que se llamó Realismo Mágico podría albergar nada de literatura majara, mucho más común y anodina ésta, mucho menos oficialista y adicta a las negritas del couché que aquélla. Lo otro, lo majara, es más insustancial que, valga como ejemplo, las deposiciones de todo un García M., es algo que viene ya cargado de fábrica con un bisturí capaz de diseccionar los sentidos imposibles que encierra el texto común. Todo texto común está embarazado de una locura majara que sólo ese bisturí puede revelar. Nada que ver, decía, con ese realismo mágico que nos roba nuestros sueños auténticos, atontándonos con la pirotecnia del pim pam pum, como si eso fuera el principio y el fin de las cosas.

El personaje prototípico de la literatura. majara es aquel que sólo quiere que le dejen en paz. En el escrito comentado, el chocho de Mme P. deja en paz a O.V.(*), liberado de las visitas/ataques de su Carson. (Vean en lo cursivo de este su la huella de lo otro). Y en ese quedar en paz encuentra, otra vez, la misma soledad infinita que le exige, en una espiral mareante, nuevas aventuras imposibles que le señalen, (Tú Eres), y le aniquilen. Necesita que le dejen en paz, pero este O. V. no se encuentra en esa paz que le deja en la intemperie de una soledad peor que la locura misma. Vaya plan, en efecto. Es un drama, una tragedia.

Cualquier literatura que no busque solo el boato tiene un núcleo majara. Si no, para qué ser literatura. ¿Es majara un anuncio de nescafé? ¿Un rótulo como el de Prohibido fijar carteles?. Vaya usted a saber. Los signos no hacen la literatura, pero los lee un beodo o un desesperado o un poeta noctámbulo, por muy sosaina que sea, y los transforma en poesía y, por ende, en literatura, y, por lo tanto, en potencial literatura majara.

Me viene a la memoria la película de Arturo Ripstein, El evangelio de las maravillas, cine majara de verdad, cuando el profeta, un as de la baraja majara, Paco Rabal, recita en voz alta el nombre de Charlton Heston mientras ve infinitamente Los diez mandamientos. ¡Charlton Heston, Charlton Heston!, dice, transformando con ese decir un discurso común (un película larga para congregar meriendas y familias) en una obra realmente majara: hace que vuele por los aires el Heston de puño enfusilado que muestra la victoria, y de sus añicos sale nada menos que ese Moisés tartaja y majara que lleva a ciegas a todo un pueblo desnortado a través de plagas y más plagas a un destino que, a la larga, iba a a encontrarse de frente con ellas (**) . De la boca de cualquiera que lea la lista de la compra sale literatura, porque los signos se han desintegrado y creado moléculas de sentido majaril al contaminarse con ese plasma confuso que habita lo humano.

Literatura, literatura majara, disección de la realidad al encuentro de sentidos inacabables que trascienden lo común, sin salir de lo común, pagando, eso sí, un precio que solo los elegidos, los desahuciados, los majaras, pueden soportar.(***)


                                                                                                  Vías nerviosas



Notas

(*) Sé que no debo confundir Ficción con Real. Lo que escribe O.V. es la transcripción unívoca de una alucinación, o de algo que es lo más próximo a ella, que le llega de un más allá del que nada puedo decir. Es decir, sé que el pobre O.V. no tiene elección a la hora de elegir los contenidos y continentes de su texto, no es un escritor en busca de un lector, sino, como ya nos dice, una nada aniquilada en busca de una consistencia, así sea ensombrecida, y, más tarde, enamorada. Pero vayamos despacio.

Se me deberá, pues, disculpar que, en mi labor de crítico, analice el texto como si se tratase de una ficción. A fin de cuentas, todo lo escrito lo es, así que, dicho esto, no me privo de dar por buenos los comentarios que siguen.

No oculto mi rubor ante la ingenuidad literaria de ese tal O.V., que se ha querido disfrazar, malamente, de su admirado Foster Wallace, haciéndonos creer que lo ha leído, que se ha empapado de él cuando lo que ocurre es que padece una indigestión de una racioncilla de F. W., que no para de repetírsele en su estómago inmaduro por la insuficiencia asimilativa que padece O.V. Y, lo que es peor, nos ha podido confundir al traer a Madame Psicosis, ese personaje del gran novelista que se fue, nada menos que des-encarnada en su chocho, lo que no deja de ser un ultraje anodino e insubstancial al buen gusto, con la sola intención de adornarse con la pompa de la cita. Esa aparición es pura filfa, demostrativa de su candidez, ignorancia y flojera de remos, y no aporta un gramo a lo que de majara hay en su escrito. Vuelvo a insistir que esta crítica se desactiva si consideramos el texto como una reseña científica de algo que el sujeto vive sin remisión, no olvidemos que se trata, al parecer, de un majara que busca lo que más le convine para malvivir. Pero ante un texto, no debo encogerme y sigo con mis argumentos. A fin de cuentas, todo texto es realidad, sea ficción, ecuación matemática, alucinación. Y es algo dividido, escindido, des-quiciado. Por eso el texto se rompe a la vez que se recompone en ficción creativa, variada, sin distinguir si esa realidad es realidad inalterable o impuesta.

Como crítico, no debo permitirme blandenguerías por la fragilidad cándida del autor, que no deja de ser un pobre hombre en busca de calor, un campeón de lo doblemente dividido en la cima de lo esquizo propiamente dicho.

Bien podría ser que O.V. tan solo quiera decirnos a través de esa metáfora epatante que se ha metido en un buen chocho al adentrarse en su mundo majara, dando cuenta de tal aventura en un texto, aunque solo sea una carta privada y psicoterapéutica. En un buen chocho literario-psicológico-existencial del que no sabe salir.

La pregunta pertinente es porqué, si O.V. trataba de alcanzar algo de serenidad en lo cotidiano, una vez neutralizadas las apariciones de Carson, halla consuelo en ese objeto inundativo y feroz, el chocho de Madame Psicosis, inexplicablemente ufano y seguro de si.¿Será que lo majara aspira a lo sin fin? Me atrevo a conjeturar que, haciendo un uso extremo de la condensación, de ese poder de la metáfora, O.V. trata de solucionar ese asunto que el mismísimo Lacan dejó inconcluso y confuso cuando dijo “la mujer no existe”. O.V. hace suyo este problema y lo resuelve, finiquitando lo que le perturba, borrando el asunto de la mujer de un plumazo. Hay chocho, mas no mujer. Adiós, Carson, amor mío, adiós, viene a decir. El chocho es el sumidero por el que se van los terrores ante Aquella que vino y ya no es.

El Chocho, por grande que sea en su apariencia torrencial, tampoco existe fuera del texto como cosa positiva, por lo que hay que jugar con él reduciéndolo a los límites de lo legible, traduciéndolo a lo inteligible, pudiéramos decir, recreándolo a la medida de lo soportable de cada cual, sin que esto signifique convertirlo en cualquier cosa desarraigada de lo otro, porque siempre será algo impuramente tocado de ese ello que es lo real.

De ese real que es la cosa amarga. AMAR(G)A es el anagrama de MA(J)ARA. Sin G de goce, con J de jácara.


(**) Sería interesante trabajar en esta línea de investigación: cómo un decir en voz alta (un recitar) puede transformar una serie de signos cerrados, unívocos (la lista de la compra, por ejemplo) en pura poesía, llenarla de sentidos inescrutables, transformarla en un discurso que solo la belleza puede acotar. Y, el caso contrario, éste ya bien argumentado por mi trabajo jamás publicado “La traducción y la literatura majara” (V. N. 2022), en el que viene a decirse que la traducción de un texto majara puede inactiva lo que de majara contenga, esto es transformarlo en un relato, o lo que fuere, tipo A. G., esto es, realista, garbancero o no, unívoco de sentido, algo a tomar en serio a la hora de las programáticas políticas o de los best. En definitiva, lo contrario de lo que es la literatura majara, que se contenta en flotar como una niebla acojo/nada ante el devenir de los rayos del rey sol . Y, no digamos, el efecto neuroléptico que tienen las diversas traducciones, una detrás de otra, de un texto majara en su origen. Ahí está el caso, por ejemplo, de Mishima, traducido del japonés (majara) al inglés (normalizado) después al español (planetario, grandioso), al francés (olalá), etc. lo que significa un lavado eléctrico y radical de la majarería inicial,

dando como resultado un producto digno de un Planeta, plano total. La traducción de un texto majara puede convertirlo en majadero, lo cual no es lo mismo. Es lo que ocurre con la traducción que de la realidad hacen las redes llamadas sociales, que, extirpando lo majara que hay en ella, deja una papilla ya asimilada que nos conforma en lo confortable de la estupidez .

Es verdad, y esto es rizar el rizo, que una lectura (o recitado adecuadamente majara) del texto traducido y estabilizado le devuelve su salsa majara, pero esto es un proceso complejo de explicar, y por lo individual de cada caso, imposible de someter a los criterios científicos. Lo cierto, en resumen, es que lo majara tiende a volver, difícilmente renuncia a su espacio originario.


(***) Concluyo que, de todo esto, lo que queda claro es el Amor. Carson Mccullers será para siempre una construcción puramente poiética hecha sobre una nada, un recuerdo que hace dulce y soportable un señalamiento amoroso, con todo el espanto que ello pudiera haber acarreado, que, en un tiempo ya mítico, efectivamente tuvo lugar.

Lo que nos lleva a pensar que la literatura majara no borra, sino, al contrario, renueva aquello a lo que, desde el principio, apunta. Lo majara como la vuelta de lo olvidado.

¿Qué es el amor si no una construcción puramente majara que nos justifica?

El amor es lo majara total, lo majara-en-sí-mismo, como diría aquel, lo amar(j)go, ese cohete explosivo que, en el último instante, cuando su luz parece que va a penetrar el

cielo hasta su altura máxima, fracasa, fracasa como bengala fallida en una noche beoda de primavera.

Porque al final, de cada uno sólo quedará la explosión bufa y polvorosa del amor. No deberíamos lavarnos las manos después de tirar el cohete. Mantengámoslas manchadas de pólvora, pintarrajeemos los muros con lo que nos quede de negro en los dedos. Ese negro es la luz, la verdadera luz. Quedarán señales, destellos de esos trayectos enloquecidos que sigue la luz en sus reverberaciones ebrias, de esas idas y venidas, que irán dibujando graffitis en las paredes del cosmos donde, sin parar, las partículas elementales, eléctricas y locas, enloquecidas en la contrariedad de los polos, siguen construyendo nuevos mundos, cuya materia no es sino la soledad, donde vivirán nuevas gentes empeñadas en sobrevivir, personas que seguirán hablando del amor, esa forma de ser poseídos, como si su existencia pudiera ser.

La literatura majara tiene por delante y por detrás una tarea inagotable. ¡Ayuda, ¡Ayuda!


                                                                                                              V.N.





                                                     


lunes, 6 de febrero de 2023

OJOS

 


Ojos que solo ven ceniza

telarañas negras

ojos de plomo que se dejan vencer por el peso de los años

que tienen miedo de la luz

ojos que buscan la ceguera de tan cobardes

el sofá de la muerte.


En el parpadeo

alcanzan a ver un pájaro que vuela al vuelo

y resucitados recuerdan la luz

el río

las lágrimas

el mar

y encuentran frente a ellos una montaña cubierta de nieve

y plantas salvajes brotando de los pliegues inocentes de la niña

diciéndoles que les estaba esperando para ofrecerles un ramo de lavandas.


Y vuelven a mirar esforzados los ojos

buscando la bondad que tiembla en la tierra

perseguida y convertida en un polvo sin tierra


Los ojos no se cansan

buscan y buscan y viven de una vez

y cuando se cierran mueren de una vez

y ven y han visto.