jueves, 25 de junio de 2020

CANCIÓN DE VERANO 2020 cara B









Tang limón (refresco de verano)


Vi que venías,

de tan cerca, ya ciego

consumido lloraba,

no creí que tu cuerpo

llegase a la vez

que llegabas,

tendías tus brazos

como si estuvieses ciega,

palpabas mi pelo mojado

en el barro,

decías mi nombre,

buscabas mis labios,

besabas mi sed y la tuya

me dabas,

bebías mi agua

chupabas la vida.

dejabas tu lengua mojada,

en mis labios quebrados

y volvían a ser cataratas,

desnuda, desnudo

sorbíamos las últimas sombras,

jugábamos a siempre quedarnos

a hacernos el muerto

a velarnos eternos

a dejarnos del todo, olvidados,

a cerrar los ojos y tirar las llaves

a amarnos sin tacto, ya locos,

y dejar al pairo que sigan las naves.







CANCIÓN DEL VERANO 2020 cara A






                                       

                                  HA LLEGADO EL VERANO


Ha llegado el verano,

sus sombras verticales,

el vino,

la luz,

la carne,

el infinito mismo,

la resurrección de los muertos,

la vida eterna al fresco de los árboles viejos


llegó el verano,

y tú, ¿qué coño haces aquí?

medio desnudo delante del espejo,

probándote ese cuerpo desgastado, bofo

como si fuera el ultimo grito de parís,

aún serías capaz de pensar,

adentrado y crecido en tu ebria vejentud,

que, llegada la calor, vas a cazar moscas,

mosquitas muertas

con tus redes careadas y llenas

de mariposas secas del siglo pasado

que no has tenido la decencia de tirar todavía a la basura


ha llegado el verano, mas

estás tan gagá

que ni hueles la peste

de tu propio desgaste,

y todavía sueñas,

acurrucado en el rincón oscuro de la barra,

sumergido en risas halitósicas y mustias,

oyendo el runrún pesado de las tardes,

en subirte a una mesa

cuando la música suene y esto se llene,

cuando las horas hierban y el mismo ruido del bullir

haga mover los pies y chasquear los dedos,

haga cerrar los ojos,

clausurar la razón,

todavía sueñas en

subirte a una mesa

y exprimirte un limón en tu pecho velloso,

buscando que a ti vuelvan

sus miradas encendidas

gitanillos, gitanas y fulanas

y que salgan del fuego, de las brasas,

y vayan más allá de la sombra de sus ropas

y saquen el rojo de su carne

y lo pasen cerca de tu cara

bonita


Aunque llegue el verano, no te dejes llevar:

se están derritiendo las últimas gotas de tu sebo,

más te valdría guardarlo para tu entierro,

bien sabes que la luz amortigua el duelo,

le da cierto empaque, no le irá mal

a tu pequeña arrogancia

cenicienta

una luz de gas en la última morada.


Más te valdría guardarlo, envasado al vacío si es preciso,

para engrasar las candelas

el día de difuntos, el de las ánimas

del purgatorio,

que, al menos,

un lucero arda para ti en ese trance inexcusable

que deje ver bailar tu nombre escrito

detrás del aire onduloso y pesado de los velorios,

por si alguien que pasara

lo leyera, poniéndose las gafas de vista cansada,

y dijera algo de ti o echara en el platillo,

que siempre dejan cerca

las atentas gestoras de las pompas,

una tarjeta de condolencias.


Dirás con razón

que a ti los veranos siempre

te han resucitado,

que una vez aupado en el aire no hay quien te mate,

que no irás abajo, sino arriba,

que a lo sumo

ascenderás a los cielos,

si no con tu cuerpo mortal,

sí con el humo, ese incienso que dará tu cuerpo,


¡que corra la vida mientras tanto!

que tus labios recuerdan tantas cosas que no es tiempo de contar ahora,

que debes descansar en esta hora de la siesta

porque larga va a ser

la noche que te espera.






































martes, 23 de junio de 2020

POEMA DE VERANO













TANG DE NARANJA

Cuando te encuentre

nos haremos ese tang de naranja

que tanto te gustaba,

un litro de agua helada

y un sobre de tang,

o mejor todavía,

lo pondremos en una cubitera

y le daremos tiempo a que se hiele,

lo llevaremos a la boca

chupándolo como se chupa un polo a la hora de la siesta en el verano,

refrescaremos nuestros labios volcánicos,

y las lenguas,

salamandras salvajes,

dormirán hibernadas

en un paréntesis de hielo

mientras guardamos silencio y nos contamos todo.


Una historia ejemplar titulada LUZ DE CADA DÍA





óleo de Lucas Martínez Herrera

Sus hijos le habían salido cada uno a su manera, el primogénito vomitador desde muy pequeño, en la pubertad le diagnosticaron de neurastenia, apocamiento neurovegetativo y cosas así. Era ducho en materias abstractas, dominaba las matemáticas, y en el bachillerato fue matrícula de honor en física y química, ya decían los doctores que lo uno no quitaba lo otro. Defendiéndose de la realidad, tenía pocos apetitos sociales, por lo que casi nunca salió de casa; no ingresó en la universidad, se dedicó a las faenas domésticas, destacando en la limpieza de vajillería pequeña y en repasar el polvo de los rincones, aunque detestaba la limpieza de cristales, cosa que aumentaba la opacidad en la que vivía la familia, amante de la penumbra y el desgaste.

El segundo tenía una fuerte tendencia a dejarse llevar y, apenas cumplidos los veinte, se marchó con una mujer quince años mayor, y de él nunca más se supo.
La benjamina era una niña que creció fuerte y despabilada. Avisaba, desde que exhibió con claro alarde femenino su uso de razón, de sus afanes de independencia y no admitía remilgos Desde los tres años se apasionó con una muñeca de plástico que le trajeron los reyes, su auténtico otro yo, hija y amiga, sujeto y objeto de lo que no queda nunca escrito. La muñeca seguía, desojada y sin una pierna, en la estantería de los trastos olvidados, y a nadie se le ocurría moverla de su peana; era el objeto más vivo de la casa, el único que recogería las miradas, si alguna vez existieran entre tanta oscuridad.
La madre no prodigó aparentes alborozos maternales a ninguno de sus hijos; ida, edematosa, blancoazulada de piel, lucía unos tegumentos enfermizos y desganados; no tenía un diagnóstico científico porque siempre había sido así, pero a todas luces era una mujer con obesidad sospechosa y un hirsutismo creciente que apuntaba a patologías estrictas. Indiferente al mundo, apenas se levantaba del sofá, bien centrado frente al televisor, que no paraba de emanar soniquetes de la uno o la cinco, según las franjas horarias. Es de creer que la mujer merece admiración, pues ella, de los miembros de la familia, era quien más cerca estuvo de la paz y de la beatitud de los seres felices.
Nuestro hombre se había ganado la vida como representante de artículos de cuero hasta los cincuenta años cuando, tras una baja larga por un reumatismo, le fue reconocida una invalidez con derecho a una pensión que mantuvo la pobreza familiar en unos márgenes que hacían ocioso malgastar esfuerzos en pretender otros horizontes.
Envolvía el ambiente un olor tenue, muy personal, a cosas rancias, a falta de ventilación, no era posible establecer su procedencia exacta, bien podía venir de las personas o de la casa en sí, cada vez más encogida en sus flujos cerrados.

En todas las casas circula el misterio, en todas se producen milagros, la mayoría de las veces imperceptibles, difíciles de detectar, de agradecer, de sacar algún provecho de ellos.

Ocurrió: apareció un cuaderno muy cuidado, escrito con caligrafía clara, que había guardado con esmero el padre de familia. Tal vez lo hiciera llegar al editor de una revista local con la mera intención de ser leído y, así, eximirse de la culpa que esconde quien escribe en secreto. Por otra parte, nadie está libre de querer buscar un poco de luz, de sacar las penumbras mohosas fuera de sí, mucho más cuando se vive en el agujero más oscuro.

Se trata de una colección de anotaciones en forma de poemas, titulada “Luz de cada día”, escrita a lo largo de veintitantos años, cuyo tema único es el amor de nuestro hombre hacia un algo que encarnaba la muñeca, expresión última de un lirismo vital y condensado.

El primero debió de escribirse al poco de que la niña la recibiera con alborozo infantil:

Tu muñequita es una flor.

Cuando tú seas mayor,

será tu cabellera tan bella

como la que tiene ella.

Durante los primeros años, los versos se inspiraban en las partes "anatómicas", concretas, de la muñeca, como si ese desmembramiento poético fuera la manera de acercarse más y más a ese objeto total de veneración, adornándose con tintes líricos, todavía pueriles, que apuntaban directos hacia un uso, seguramente inconsciente, de la metonimia, lo que muestra la fuerza poiética de un hombre común cuando se instala en el derrumbe:

Sus brazos brillan rosas

como las alas de mariposa.

***

Tus ojos de cristal

me miran al levantar.

***

Las manos con las palmas paralelas,

parecen dos barcos,

dos carabelas.


Es notable un cambio de estilo coincidiendo con la entrada en la pubertad de la chiquilla y el natural distanciamiento hacia su juguete, cada vez más alejado. De hecho, cada día la niña admitía de peor forma las carantoñas infantiloides que pudieran serle prodigadas. Crecía rápido y volaba con alas de hierro a un más allá de la cotidiana penumbra. ¿Vio nuestro hombre en ese abandono, centrado en la muñeca amortizada y basurienta, un plus de atracción que acrecentó, si cabe, su arrebato? El caso es que el estilo, por decirlo llanamente, se echa al monte, las emociones se desnudan y campan libres, dando lugar a un aluvión de metáforas inimaginables hasta entonces, algunas de ellas próximas al aspaviento y la carcajada, aunque esto no debería llevarnos a engaño:

Que pena encontrarte

por la noche tirada,

en el frío del suelo,

abandonada.

Yo te recojo, te limpio,

en la cabeza llevabas

una piel de manzana,

te doy un besito

y te canto el cura-sana-

cura-sana,

y te dejo en su cama,

ya no te quiere,

la grandullona,

para que durmáis bien las dos.

Hasta mañana.

***

Ahora que mamá está en la escuela,

te paseo un rato por el pasillo

y juego a corre-corre-que-te-pillo,

cuéntaselo cuando vuelva

y dile a la oreja

que ya no te quiere,

porque se aleja

cual comadreja.


La muñeca es ya directamente un objeto de amor extraño, próximo y lejano, puro amor cortés, idealizado e inaccesible, cada vez más literario y menos realista, si es que alguna vez lo fuera:

Qué lejos aquellos días,

cuando eras suya y eras mía

sin el padecimiento cruel

de la lejanía.


La introducción de juegos de palabras descarnados, reveladores de su dolor y de su esperanza, van siendo constante hasta el final:

¡Como me gusta verte

dormir a pierna suelta!

¿adónde parará la otra,

la que te falta?,

te la arrancaron los tiempos,

y las desganas,

nadie sabe cuándo

ni sabe nada.

¡Sueño que me miras

con tus ojos perdidos,

ya para siempre

son ojos míos.

***

¡Cuánto me has consolado

en mis fatigas!

Cuando a solas lloraba

tú me llamabas

y te reías,

tu alegría era mía

y quieras que no, 

me traspasaba.

Quién, sino tú

me ha querido de veras

sin tener carne,

quien, sino tú

rezó tanto por mi,

sólo eres alma.


El último poema del cuaderno es la expresión creativa definitiva que condensa todo el recorrido, y, sobre todo, el que mejor revela la función salvadora de la poesía en tiempos de miseria y oscuridad:


Nunca, nunca,

podré abandonarte.

Que bello es tenerte

tan cerca, y recordarte.



Cuestiones:

a) Penumbra y poiesis.

b) La metonimia corriendo loca por las vías nerviosas, buscando, buscando.

c) Poesía y metáfora: salvación.

d) Poesía y luz.


muñeca de Cracovia



jueves, 11 de junio de 2020

Poema





boticceli



¿dónde has dejado, Boticelli,

a tu Venus ya nacida con sus manos blancas?


que yo la vi llorando sola, largo tiempo,

en las aguas


te llevaste contigo su belleza

y se ha perdido para siempre


ahora, aunque muerta

repta y culebrea


va deambulando por los rastrojos,

pero sólo durante las horas grises


algunos caminantes cuando la ven le tiran piedras,

otros la ignoran hasta que desaparece por el horizonte

del barro,

y se retiran, sosegados,

al descanso,

o al rezo.


El bañista




                                                          El bañista


                            ficción nerviosa que trata sobre algunas voces nada poéticas que guardan los ríos

       



                   



Todas las tardes, cuando el tiempo lo permitía, el hombre se iba a nadar. Llegaba al río por unas calles sitiadas por contenedores de basura y materiales de reciclaje, por aceras arremolinadas de plásticos y papeles sobrantes, que acababan dando vueltas por el suelo infame, acrecentando la desidia y fealdad general de las calles casi vacías, acaso algunas terrazas obrerizadas y multirraciales donde se bebía cerveza a precio de chinos.

Llegaba a la misma hora; sólo él se bañaba en semejante lugar, un pedregal salpicado de hierbajos y a menudo inundado de botellas y desechos, un rincón sin ley, sin señales de permiso o prohibición: ningún guardia le impidió nunca el baño, aunque algún ciudadano le echara en cara su extravagancia y el peligro que pudieran correr gentes de bien por su su insensatez.

El hombre se ponía un meyba viejísimo, desteñido, de un color que, al final, resultaba ser gris, tipo gris policía nacional de hace años. Piernas flacas, tórax largo, brazos estrechos y cabeza en forma de fruta indeterminada. Nadaba media hora. Si había corriente, muy cerca de la orilla, agarrándose a los arbustos, restregándose las rodillas y el pecho, haciendo aspavientos desproporcionados, ya que no había profundidad y si el agua bajaba tranquila, con brazadas muy poco garbosas hasta mitad de río, ida y vuelta, así hasta consumir su tiempo.

Después, y esto era lo bueno, daba saltitos rítmicos, acompasados y milimetrados, inclinando la cabeza, dejándola paralela al suelo cinco minutos exactos a un lado, otros cinco al otro, librándose concienzudamente del agua estancada en las cuevas de los oídos.

Taciturno de por sí, apenas hablaba, mucho menos del asunto de sus baños, Pero un día, en el bar de mala muerte adonde iba antes de cenar con su bolsa de deportes y su meyba, comentó que "se le metían en los oídos las palabras y los gritos que oía en el río, no sólo los de los ahogados, sino también los de quienes se habían salvado tras la precipitación, incluso las palabras de los que ya estaban muertos cuando fueron arrojados". Habló de un personaje que "se tiró puente abajo, creyendo que con eso arruinaría la vida de sus enemigos, de todo el mundo", dijo, "de un cura fusilado por los franceses y de anónimos suicidas, la mayoría del gremio”. Dijo que "oía cosas inimaginables y que. de no quitarse pronto el agua de los oídos, las palabras se le harían huéspedes sempiternos y acabarían volviéndolo loco y, además, sus oídos supurarían pus y sangre de corrupción"

"Fuera de eso, añadió, el ruido del agua era bello como el roce de los manás".


Comentario poiético

El hombre se mete al río, no porque quiera volver a oír las palabras, los gritos o el bello “roce de los manás”, sino porque necesita mantenerlos a raya, dejarlos en su lugar para que no destrocen y usurpen el suyo.

Pero para eso tiene que ser creativo: oír su recitado, cuadrar cada letra como haría un tipógrafo antes de imprimir un texto. Labor de héroe que le exije acudir cada día al encuentro del río.

Los saltitos, con los que se libera de las malignidades que cita, resultan, de este modo, ser una danza poética, ritual, curativa, que restaura el curso de las cosas, lleva las aguas a su cauce y amansa las palabras inapelables con las que tiene que vérselas, de manera que, repuesto, curado, el hombre, poeta de las palabras del Otro, merece el descanso como ciudadano que ha hecho su trabajo, y así ya puede guardar o publicar el silencio que se le antoje.

Trabajo de poeta: situar las palabras (de Otro) donde no le maten.


Cuestiones y ejercicios

1- Obsérvese: lo que viene de abajo se oye más fuerte y claro que lo que viene de arriba. Además, cuanto más abajo esté quien lo oye más insoportable resultará ser lo que oiga.

2- Aunque no haya horas para tantos homenajes, propongo que abramos las ventanas poiéticas y agradezcamos con unos aplausos ficticios el trabajo santo de este hombre, no sea que pase el tiempo y nadie le recuerde.



miércoles, 3 de junio de 2020

poema


                                                                                     Memorias ( foto del autor)                                             


incluso los corderos se habían vuelto salvajes,

había que verlos cuando de uno en uno

se levantaban del pasto

como lenguas de fuego,

saltaban al aire, riscaban

en la maleza del viento,

gimiendo un ruido impropio de las bestias


embrutecidos, se miraban de frente,

tozaban entre sí

hasta que oían el chasquido de los huesos del otro,

teñían su lana ennegrecida con una pasta

brumosa de sangre oscura


vivían solos, huían del amor,

la leche había sido prohibida

por una ley evolutiva que la condenaba a ser

veneno

y en su lugar las ubres alargadas y rosas

excretaban una especie de semen diabólico

sin distinción de sexo, pues todo era muerte

y una sola muerte, las ovejas y corderos

 

cuando acaloraban y juntaban en paz

su testuz, buscaban en el recuerdo

el primer olor a lana y se daban la lengua,

saliendo por un instante del padecimiento del mal

recordaban el dulce sonar de los balidos,

se imaginaba balando ellos mismos en la inocencia del campo

y cerraban los ojos,

se hacían los tontos, como corderos,

las tontas, como ovejas,

bebían la leche blanca imaginaria de los sueños,

segaban la hierba del paraíso,

recordaban llorar

sin saber cuando iban a regresar

a las majadas.

lunes, 1 de junio de 2020

SINGLE CARA A

                                                                           tranvía eléctrico e indiscreto (foto del autor)


                 CARA  A

ha tenido lugar el acontecimiento


Estaba previsto, bien estudiado, pasadas a limpio las ecuaciones que, adelantando por la derecha al quantum lírico convencional, son ya la vanguardia del hit parade de la poiética (y matemática) universal.

Ocurrió.

Hora exacta: medianoche del 28 de mayo de 2020, una hora más verbenera que algorítmica. Un bucle temporal ha tenido lugar: “acontecimientos futuros provocarán acontecimientos pasados que a su vez se provocarán a sí mismos” (Kurt Gödel).

Y, como todo el mundo sabe, esto ocurre a la velocidad de la luz, por lo cual los sentidos, más conservadores que progresistas, no se han percatado. De manera que los particulares, aparentemente, seguimos igual, yendo y viniendo a nuestras cosas, anclados en el mismo tiempo de nuestra muñeca y en mismo lugar de las identidades idénticas.

Porque el efecto del bucle nada tiene que ver con las apariencias: el tiempo se ha partido en dos. En medio, una cortina rasgada, una brecha ni soldada ni cosida, un vacío en loca expansión sigue a su aire, y el tiempo, a la deriva, está fuera de la previsión que la ecuaciones (que yacen en el cementerio de los dioses)) daban a entender hasta ese día.

Esto ha ocurrido aunque no nos estemos enterando de nada.

Ni la ciencia poiética queda indemne al margen de la magnitud del acontecimiento. Está claro:

Antes, un poema, valga de ejemplo éste:

la rosa me duele

sus pétalos se fueron a su casa

allí donde el perfume

nunca más sabrá de mi 

era capaz de movilizar corrientes metafóricas diversas, que al chocar entre sí, iban creando un sentido nuevo (he ahí el poema final) siempre en construcción.

Ese sentido, hasta el 28 de mayo, aun siendo algo imprevisible por la misma naturaleza de las contorsiones que las metáforas realizan en las vías nerviosas, resultaba coherente en nuestro horizonte ecológico-poiético, por lo que no generaba efectos demasiado devastadores y el control sobre el potencial transformador de la poiesis estaba garantizado.

Pero tras el acontecimiento la cosa cambia: el sentido final de un artefacto creativo ha virado, (o se ha pirado, juega con fuego,) se ha psicotizado inaugurando una estructura inaudita que requerirá para su comprensión (comprensión es ya un neologismo) nuevos écrits, y su efectos se desbocan anárquicos y amenazadores, sus trayectorias, cada vez más caóticas y dionisíacas, giran y giran, saltándose los límites de la locura “tradicional” y filosófica.

No queda sino asumir con humildad que nada sabemos de hasta donde puede ir a parar el sentido tras semejante cambio.

¡Cuidado! A partir de ahora, cualquiera que pretenda escribir un poema deberá atenerse a las consecuencias. Nadie será arquitecto de su obra, los planos trazados durante tantas horas de sudor se autodestruirán y su humo derivará en flujos de comportamiento a-matemático. Nadie podrá anticipar el camino que sus dedos y sus manos tracen, ni sabrá las teclas que puedan llegar a tocar.

No llamo al silencio, ni a la rendición, sólo a la precaución y al bien común.

Pues, tras el acontecimiento, ya no será posible escribir:

la rosa me duele

sus pétalos se fueron a su casa

allí donde el perfume

nunca más sabrá de mi

y creer que el mundo va a seguir girando como si nada.


Cuestiones:

a) Góngora y Gödel: Coincidencias y divergencias.

b) ¿Sería necesaria una ley que regulara el control de los efectos de los poemas anónimos guardados en cajones u otros arsenales no declarados?

c) ¿Quiénes deberían ser, en su caso, los ponentes?: poetas laureados, diputados, senadores o científicos de prestigio contrastado. Razonar la respuesta.

SINGLE CARA B




        CARA B

       el milagro


Otra vez va a ocurrir el milagro.

Hoy, 31 de mayo de 2020,

a las 6,32 amanece en Zaragoza.

Desde la cama me envuelve

la primera luz de la mañana,

si no fuera porque tengo el derecho a la galbana

me levantaría para mirar el cielo

y ver la luna perezosa con sus inercias graves

clavada en el cielo,

engatillada como un espejo blanco

a su imagen oscura,

manchada de montañas lejanas,

sombras que cabalgan al paso solemne de las nubes.


Llega el olor de la hierba cortada

que ayer segó el jardinero,

el runrún milagroso de mi gata

escarba mi cabeza con paciencia de santa

y maúlla el verso que nadie puede explicar.


El milagro ha tenido lugar:

las palabras que escribo

seguirán así juntas, desatadas

hasta que mueran de viejas

en una cueva oscura y fresca como caño,

esperando que alguien las llame,

les diga lázaro, lázaro,

y muertas resuciten

a la buena vida,

y dejen sus despojos de tinta medio podrida

y limpien al aire el olor de la muerte

y salgan y bailen al sol

nuevas otra vez,

como pan tierno de la misma inocencia.

Vuelve, ha vuelto la mañana

y además del sol

otra vez tu respirar se me revela

y tu piel que me ha llevado a todos los puertos de la vida 

y hasta más allá de los límites que pudieran ser dichos,

me da los buenos días con su olor a oro,

incienso y mirra,


otra vez la mañana,

el milagro de asomarse a la calle

y no caer en esos abismos donde el tiempo te succiona

y te lleva al desorden de no saber quien eres,

donde esto que ahora escuchas

sólo sería un eco duplicado

de la realidad fiera y dulce que me lleva.