Carson Mccullers
CARSON
McCULLERS VIENE A MI
1
O.V.
me envía este escrito. Léalo con la máxima atención,
termina diciendo. Esta frase la escribe a mano, como una rúbrica,
bajo el texto impreso que reproduzco:
“Anoche,
ya es la segunda vez, la primera ya motivó una entrevista con usted
cuando le puse en antecedentes de lo que estaba pasando, Carson
Mccullers ha vuelto a colarse en mi habitación en plena noche. No sé
como puede conseguir entrar sin más en el corazón de mi casa, ya se
lo expliqué a usted la primera vez, tan bien cerrada como la guardo.
Serían las dos de la mañana cuando Carson se me aparece. Ahí
estaba sentada en la silla de mi escritorio, vestida de hombre como
la primera vez, la misma chaqueta, los mismos pantalones, zapatos y
calcetines. La cara monjil y dulce me mira, y yo no sé que decirle,
me quedo mudo o, más exactamente, suspendido, como si detrás de su
mirada yo desapareciera, aunque mi conciencia está excitada y no
pierde detalle de todo lo que mis sentidos son capaces de percibir.
Aunque no mueve sus labios oigo su voz, su voz que debe ser falsa
porque escucho un español claro y meloso. Esa voz debe proceder de
un artefacto traductor que está en el aire y me trae las palabras
exactas que la mente de Carson quiere transmitirme. No me queda más
remedio que acercarme a ella, debo confesar que me atrae su traje,
que me gusta tocar cada vez más la tela que huele a vinazo y a
tabaco. Carson cruza las piernas y al poco las separa, me siento
obligado a desabrocharle los botones de su entrepierna y cierro los
ojos aterrorizado por lo que espero encontrar: cualquier alucinación
venida de allí, una ametralladora, un puñal, un arma desasosegante
que me puede aniquilar de un golpe. Pero no, lo mismo que la primera
vez, encuentro en el presunto lugar del horror un tejido de satén
color carne pegado a su pubis, un tejido dulce que apenas toco con
mis dedos. Mis devotos dedos que me alcanzan, siquiera en un
instante, una suerte de felicidad. Y me emociona compartir el calor
que Carson Mccullers me regala, aquí donde sin ser vistos me
reclama, y escucho una vocecilla susurrante que me pide algo, que yo
no sé interpretar, aunque esa vocecilla se exprese en un español
ordinario. Me inunda la ternura, ¿qué podría darte?, digo en voz
alta, contento de haber recuperado el don de la palabra, la
compostura y la dignidad ante esta Carson Mccullers que viene a verme
para que la ame, porque sé que ella necesita amor y por eso viene a
mi. Es posible que crea que, locamente, compartamos un mismo misterio
o desasosiego.
Como
la primera vez, el tiempo parece haberse congelado, transformado en
cristal, y noto una tensión que va haciéndose insoportable,
envuelta en una ternura que me resulta imposible de asimilar, de
disfrutar. Y al poco, a la vez que esa sensación inverosímil se ha
coagulado para siempre, dejo ya de verla. Carson ya no está. Veo la
silla de mi escritorio vacía y mi cama, aunque poseída por lo que
estoy explicando, es otra vez un pozo de soledad.”
2
“Repaso
lo que usted me dijo la primera sobre el del mal de la soledad que
padezco. Ese es su mal, me dijo, la soledad. Y, como no la mira de
frente, ella se hace fuerte, le invade, le substituye. Desde entonces no
he parado de darle vueltas y le doy la razón, acepto su explicación.
Pero ahora, después de este nuevo encuentro con Carson, puedo
aportar mis argumentos. No sé porqué esa mujer se acerca a mi, que
apenas soy un hombre, prácticamente un niño. Creo que lo que ocurre
en estos encuentros debió suceder hace mucho tiempo, en otro tiempo.
Estas apariciones son el eco de las primeras, tan verdaderas las unas
como las otras. Lo de anoche me ocurrió a mi, es cierto, en mi casa
y en el tiempo que señala nuestro calendario. Pero ya sabemos que el
tiempo se retuerce, y pasado y presente pueden cruzarse como dos
trenes en la noche. Tenemos que que admitir que aquel pasado se
repite y Carson me trae escrito en su carne el cuento primero de mi
soledad. Y, en segundo lugar, comprendo que quien más soledad padece
es ella, Carson Mccullers, por muy importante que sea o haya sido o
siga siéndolo por los siglos de los siglos. Ella, que no tiene más
remedio que envainarse su soberbia de genio y descender a lo oscuro
de mi cuartucho puberal, casi infantil por no decir infantil del
todo. Cuánta pena me da esta mujer que tanto debió sufrir. No puedo
sino detenerme en su humildad, que adivino debajo de esas vestiduras
masculinas que utiliza para parecer fuerte en esa interpretación
paródica, que parece representar a la fuerza, esa humildad sincera
que transmite su satén color carne pegado al calor bendito de su
inocente carne.
Es
por esto por lo que, y en esto le pido consejo, debo ponerme manos a
la obra para ayudar a esta mujer, esté donde quiera que esté, nadie
va a negarme su realidad, aún la guardan mis dedos y mis ojos y mis
oídos, ayudarla para que también ella cure su soledad y no ande
vagando con tanto dolor desparramado, haciendo el ridículo en esas
excursiones nocturnas a mi cuarto infantil .
3
“En
las noches ordinarias, anodinas, cuando no viene ella (¿ Ella?) se
retuerce más, si cabe, el dolor de mi abandono. Existo todavía
menos, me aterroriza desaparecer del todo, llegar a tener la certeza
de que que nunca he existido verdaderamente. Saber que solo soy una
burbuja de aire fraudulento me llena de un terror mayor. Esta noche
buscaba consuelo, a pesar de todo, esperando recibir su respuesta, mi
apreciado S.E.. Usted es parte ya del caso Carson, le guste o no.
Carson Mccullers, usted y yo somos los protagonistas de esta comedia
de la que no podemos escapar. Ahora ya sé que nunca acabará la
función, que va a ser un drama bufo e infinito. Drama por lo
infinito, porque no hay telón que vaya a caer . Si acaso, acabará
cuando hayamos acabado los tres y bien sabemos que, de los tres,
ella, Carson, es eterna y, aunque yo sepa de ella en carne mortal, es
una muerta y solo vive en el alma del mundo y en sus letras.¿Qué
es el alma, me pregunto, sino una sopa de letras capaz de darnos un
poco de vida en este desorden que somos?.
4
¿Qué
puedo hacer por ti?, querida Carson; deja que hable contigo en voz
alta como un comediante aficionado que ensaya un papel imaginario en
el espejo de una tarde perdida. Déjame creer que estás otra vez
aquí, aunque no lo estés, ya hace tres noches que no vienes, déjame
creer que te socorro, que te llevo a la
paz de tu verdadero lecho, el que por edad y distinción te
corresponde. Déjame que aprenda a soportar mi vida aquí, cuando tú
ya estés en el pasado.
Déjame que te tutee, ahora que nadie me oye. Ni
las palabras me oirían si tuvieran oídos. Mis palabras debieron
nacer medio mudas, o se esconden, acobardadas. Las palabras deberían
hablarse unas a otras, escucharse para que no se apelotonaran y
formaran esos grumos que acaban enfermándonos.
He
pensado en curar tu soledad. Me he atrevido a hacer un plan de
tratamiento solo para ti. Lo tengo escrito en alguna parte y te lo
puedo recitar de memoria, es solo un esquema, un bosquejo, un
proyecto, ya lo he compartido con S.E., mi consejero, y estoy
esperando su respuesta.
1
Leer tus cuentos.
Husmear
los pantalones de sus protagonistas buscando tu rastro verdadero,
compararlos con los que llevabas esas noches de espanto y dulzura en
que me visitaste. Saber de tu dolor en el dolor de esos hombres
solitarios y fracasados que inventas desde la nada tan maciza que
guardas.
Cada
vez que lea así uno de tus cuentos te estaré liberando. No me
preguntes porqué, es así, y yo lo sé. Lo que escribiste no te
ayudó, al contrario, era una madeja/majara cada vez más espesa que
te enredaba y te obligaba a repetir esa infructuosa medicina que es
la escritura, aunque fuese bella, verdaderamente bella. Cuando te leo, desenredo un nudo de tus pies y te imagino saltarina, como una niña
grande, tocando un piano de juguete delante de tu padre que babea,
cerrando los ojos, moviendo tus alas recién nacidas, volando por
esos campos lujurioso de tu patria, follisqueando con unos y con
otras, durmiendo en paz al final de cada jornada del paraíso,
despreocupada de las copas vacías y sucias.
2
Leer tus poemas
Deshacerlos,
letra por letra, y como hacen los mecánicos o los relojeros, revisar
cada pieza, cada letra, limpiarlas una a una, dejarlas al aire libre
un par de días, separarlas y agrupadas, por ejemplo, las vocales con
las vocales, las consonantes mudas con las consonantes mudas,
formando grupos afines, identidades momentáneas. Borraré de tus
poemas la pena, lasoledad,
así que yo y mis maquinarias terapéuticas revelarán el trigo
limpio de tus versos. No sé qué quedará de ellos si quito su
dolor. Me importa que tú puedas ser una mujer casi completa, de esas
que llenan con su presencia las casas felices. Necesito, sobre todo,
quedar
a salvo de tus visitas dulcísimas y terroríficas, en definitiva, de
tus insatisfacciones que deseas saciar como diosa desinflada con mi
sangre infantiloide y suprema. A ver si, al fin, miro de frente esta
soledad que no deja de perseguirme, tan joven como soy.
Quedaré,
ya lo sé, arrinconado en la realidad que me reducirá a ser casi
nada, en un anonimato insufrible, porque, aunque me espanta tu
presencia cuando vienes a mi cama, tu herida me tienta y me obliga al
amor, a la vida.
Liberado
de ti, corro el riesgo de morir del todo. Tanto remedio puede llegar
a ser una sinrazón, pero estoy obligado a rearmarme, a ser algo,
siquiera un nadie entre los nadies.
Habré
ganado. Te habré ganado, Carson Mcculers, y ya no vendrás a
importunarme cualquier noche que te plazca, como si yo fuera una
botella medio vacía que buscaras para salir de tu último
desengaño”.
5
“Me
dice S. E. que hago bien en tomar la iniciativa e ir a ti. Que esa
iniciativa es mi liberación. Toma las armas, me dice, y no estarás
solo. Por ir a ti desaparecerás de mis noches. Esa es su tesis.
Pero, ¿puede borrarse lo que de verdad ocurrió? ¿Quedará algo de
mi, además de la herida que nunca deja de escocer, cuando tú seas
solo un fantasma majara que visitaba a otro majara en trance de
curación, a su pesar?”
6
“Estimado
S.E.
No
voy a molestarle más, se lo juro, pero debo añadir nueva
información para que saque las conclusiones convenientes.
Efectivamente,
Carson ya no viene más. Vencí. Se fue. Mi empuje, voluntad,
iniciativa, espantaron su realidad y nada queda de ella, salvo lo
que bien pudiera ser un amor tarado y rancio, como si ella hubiera
sido una mujer de verdad y yo un hombre hecho y derecho cuando nos
enmarañaban aquellas oscuridades de las que tanto le hablé, y
ahora siguiera condenado a buscar su rastro como un perro.
Pero
no estoy solo: he tenido otra visita, esta vez, bien acogida,
confortable, sanadora: Mme. P. o, si no ella en su totalidad, su
presencia, ha venido a mi intimidad encarnada toda ella en su Gran
Chocho (me permito las mayúsculas, las creo necesarias),
desparramándolo como una colada de lava roja en mi cama. Lo ocupaba
todo, una carne replegada en colores marrones como un bosque húmedo
en plena putrefacción. Era el chocho de Mme. P. Era ella, lo puedo
asegurar porque he consultado los libros de F.W. y coinciden todas
mis suposiciones con la cruda realidad, que sólo él, F.W, conoce,
conocía. Ya no hay espacio para
Carson, pues ha llegado el chocho de Mme P. como un embajador del
paraíso, desterrando la soledad que, ahora sí, ya veo medio
vencida. La vieja Carson se fue para siempre a sus páginas tristes
y hermosas.. Leeré sus libros, si es el caso bebiéndome una coca
cola con hielo y limón, y contaré a mis amigos, luciéndome,
abundando en detalles, sus intricadas maneras de sortear la soledad
que yo conozco tan de primera mano y por las noches me regodearé con
el chocho enorme y desbordado de Mme P., gozando a mis anchas de lo
concreto, de lo sano, de lo convencional, curado ya, ahora ya lo sé,
de la herida infectada del amor que ella (Ella) me quiso dejar como
el legado de una Reina a su sapo preferido, es decir, a un sapo
cualquiera”.
Esto
es lo que he recibido de O. V.
S. E.
El origen del mundo. Gustave Courbet
APUNTES SOBRE LITERATURA
MAJARA
Estas
pajinillas me dan pie a esbozar unos apuntes sobre el tema que
siempre he tenido entre ceja y ceja: la Literatura Majara. El tema es
muy amplio y requeriría unas fuerzas que yo no tengo, una astucia y
unos conocimientos que ni puedo soñar. Me conformaré con escribir
al buen tuntún unos apuntes, ya digo, a la altura de mi limitada
capacidad crítico literaria, aunque, como estamos en el caso de lo
majara , el tema se presta a excursiones heterodoxas que disimulen lo
que no haya de rigor.
A
veces pienso que toda literatura es literatura majara. Esto lo pienso
en los momentos de gran excitación cuando creo que soy capaz de
encontrar el meollo de la letra, nada menos, eso desde donde palpita
la fuerza del cuento de la palabra. Enseguida la cordura me alinea
con los autores cautos que separan literatura de literatura majara,
trazando una gruesa línea divisoria, que exige tomos y tomos de
descripción y razonamientos. ¿Existe esa línea divisoria?, dudo con
frecuencia, y me pregunto ¿existe la literatura?, ¿existe la
literatura majara?, o todo eso es un sueño sincopado que arrastra
las babas solitarias de un no saber vivir. Estas solemnidades en las
que ahora mismo estoy cayendo me desaniman, me dan un poco de
vomitera, pero debo cargar con ellas, son parte de mi, o del no-mi,
ya no lo sé, y es que el abordaje de la literatura majara me lleva a
dudar y, a la vez, a saber todo de todo de un solo golpe de vista.
Las
pajinillas recibidas de ese tal S.E., hablando de su aconsejado
enfermo de soledad, O.V.,
personajes
acobardados, ambos, en esas iniciales apócrifas, que deben de
encerrar calamidades bien reales, me ponen en bandeja poder hablar de
lo más elemental de la literatura majara, de su abc. Me dan pie a
dictar esta lección introductoria.
Primera
cuestión: ¿Basta que aparezca la majarería, en alguna de
sus formas inequívocas, para que una literatura sea genuinamente
majara?. En estas pajinillas aparece nada menos que el Chocho (cito
textualmente) de Mme P. que es, como ya dice de entrada su autor, la
madame Psicosis que ronroneaba al enorme Foster Wallace, al que
habría que remitirse constantemente como una referencia, ésta sí
auténticamente autorizada, para hablar de estas temáticas
majaro-literarias. No,
claro que no basta. Imagínense, por ejemplo, un texto de A. G.
(Almudena Grandes) en el que una pobre psiquiatrizada con carné
mitinea sistemáticamente y pergeña unas faustas verbosidades locas
de remate que arman, aún más si cabe, dada la fortaleza de la autora,
su estructura literio social. A nadie se le ocurriría tratar a A.
G. como autora de literatura majara. El tema de una obra no es, por
muchas majarerías que aparezcan en él, ni condición ni causa de
esa literatura.
La
condición es otra. La condición es lo otro cuando se
inocula en el lenguaje común. Lenguaje común (uno), inoculación
de lo otro (dos). Este es el corazón de la L.M.
El
problema está en identificar qué es lo verdaderamente otro, a la
hora de esclarecer de qué hablamos cuando hablamos de literatura
majara. Es decir, aquello que hace que explote el lenguaje común,
que lo multiplica en fragmentos muy activos capaces de levantar
caminos múltiples, divergentes, enmarañados para llegar a unas
metas indispuestas, no regladas, casi sangrantes.
En
las pajinillas precedentes lo otro (lo pater/majara) lo encontramos,
entre otras muchas cosas (que explotan sin cesar) en el deseo
ambivalente de O.V. de ser poseído por Carson, a la vez que se ahoga
en el pavor cuando cuando ella invade su cama infantiloide en esa
oscuridad que es su existencia. Ahí esta “lo otro”
inoculando el lenguaje común de ese pobre diablo, O.V., y del otro
pobre diablo, su curador S.E., que, sin quererlo, entretejen una
auténtica obra de literatura majara.
Lo
otro no es lo extraño, lo inesperado, ese cohete pirotécnico
que pilla a los lectores con el pie cambiado y que les hace babear
ante tanta originalidad y ocurrencia. Dicho sea de paso, hablando de
pirotecnia, jamás eso que se llamó Realismo Mágico podría
albergar nada de literatura majara, mucho más común y anodina ésta,
mucho menos oficialista y adicta a las negritas del couché que
aquélla. Lo otro, lo majara, es más insustancial que, valga
como ejemplo, las deposiciones de todo un García M., es algo que
viene ya cargado de fábrica con un bisturí capaz de diseccionar los
sentidos imposibles que encierra el texto común. Todo texto común
está embarazado de una locura majara que sólo ese bisturí puede
revelar. Nada que ver, decía, con ese realismo mágico que nos roba
nuestros sueños auténticos, atontándonos con la pirotecnia del pim
pam pum, como si eso fuera el principio y el fin de las cosas.
El
personaje prototípico de la literatura. majara es aquel que sólo
quiere que le dejen en paz. En el escrito comentado, el chocho de Mme
P. deja en paz a O.V.(*), liberado de las visitas/ataques de su
Carson. (Vean en lo cursivo de este su la huella de lo otro).
Y en ese quedar en paz encuentra, otra vez, la misma soledad infinita
que le exige, en una espiral mareante, nuevas aventuras imposibles
que le señalen, (Tú Eres), y le aniquilen. Necesita que le dejen en
paz, pero este O. V. no se encuentra en esa paz que le deja en la
intemperie de una soledad peor que la locura misma. Vaya plan, en
efecto. Es un drama, una tragedia.
Cualquier
literatura que no busque solo el boato tiene un núcleo majara. Si
no, para qué ser literatura. ¿Es majara un anuncio de nescafé? ¿Un
rótulo como el de Prohibido fijar carteles?.
Vaya usted a saber. Los signos no hacen la literatura, pero los lee
un beodo o un desesperado o un poeta noctámbulo, por muy sosaina que
sea, y los transforma en poesía y, por ende, en literatura, y, por
lo tanto, en potencial literatura majara.
Me
viene a la memoria la película de Arturo Ripstein, El evangelio de
las maravillas, cine majara
de verdad, cuando el profeta, un as de la baraja majara, Paco Rabal,
recita en voz alta el nombre de Charlton Heston mientras ve
infinitamente Los diez mandamientos. ¡Charlton Heston, Charlton
Heston!, dice, transformando con ese decir un discurso común (un
película larga para congregar meriendas y familias) en una obra
realmente majara: hace que vuele por los aires el Heston de puño
enfusilado que muestra la victoria, y de sus añicos sale nada menos
que ese Moisés tartaja y majara que lleva a ciegas a todo un pueblo
desnortado a través de plagas y más plagas a un destino que, a la
larga, iba a a encontrarse de frente con ellas (**) . De la boca de
cualquiera que lea la lista de la compra sale literatura, porque los
signos se han desintegrado y creado moléculas de sentido majaril al
contaminarse con ese plasma confuso que habita lo humano.
Literatura,
literatura majara, disección de la realidad al encuentro de sentidos
inacabables que trascienden lo común, sin salir de lo común,
pagando, eso sí, un precio que solo los elegidos,
los desahuciados, los majaras, pueden soportar.(***)
Vías
nerviosas
Notas
(*) Sé
que no debo confundir Ficción con Real. Lo que escribe O.V. es la
transcripción unívoca de una alucinación, o de algo que es lo más
próximo a ella, que le llega de un más allá del que nada puedo
decir. Es decir, sé que el pobre O.V. no tiene elección a la hora
de elegir los contenidos y continentes de su texto, no es un escritor
en busca de un lector, sino, como ya nos dice, una nada aniquilada
en busca de una consistencia, así sea ensombrecida, y, más tarde,
enamorada. Pero vayamos despacio.
Se
me deberá, pues, disculpar que, en mi labor de crítico, analice el
texto como si se tratase de una ficción. A fin de cuentas, todo lo
escrito lo es, así que, dicho esto, no me privo de dar por buenos
los comentarios que siguen.
No
oculto mi rubor ante la ingenuidad literaria de ese tal O.V., que se
ha querido disfrazar, malamente, de su admirado Foster Wallace,
haciéndonos creer que lo ha leído, que se ha empapado de él cuando
lo que ocurre es que padece una indigestión de una racioncilla de F.
W., que no para de repetírsele en su estómago inmaduro por la
insuficiencia asimilativa que padece O.V. Y, lo que es peor, nos ha
podido confundir al traer a Madame Psicosis, ese personaje del gran
novelista que se fue, nada menos que des-encarnada en su chocho, lo
que no deja de ser un ultraje anodino e insubstancial al buen gusto,
con la sola intención de adornarse con la pompa de la cita. Esa
aparición es pura filfa, demostrativa de su candidez, ignorancia y
flojera de remos, y no aporta un gramo a lo que de majara hay en su
escrito. Vuelvo a insistir que esta crítica se desactiva si
consideramos el texto como una reseña científica de algo que el
sujeto vive sin remisión, no olvidemos que se trata, al parecer, de
un majara que busca lo que más le convine para malvivir. Pero ante
un texto, no debo encogerme y sigo con mis argumentos. A fin de
cuentas, todo texto es realidad, sea ficción, ecuación matemática,
alucinación. Y es algo dividido, escindido, des-quiciado. Por eso
el texto se rompe a la vez que se recompone en ficción creativa,
variada, sin distinguir si esa realidad es realidad inalterable o
impuesta.
Como
crítico, no debo permitirme blandenguerías por la fragilidad
cándida del autor, que no deja de ser un pobre hombre en busca de
calor, un campeón de lo doblemente dividido en la cima de lo esquizo
propiamente dicho.
Bien
podría ser que O.V. tan solo quiera decirnos a través de esa
metáfora epatante que se ha metido en un buen chocho al adentrarse
en su mundo majara, dando cuenta de tal aventura en un texto, aunque
solo sea una carta privada y psicoterapéutica. En un buen chocho
literario-psicológico-existencial del que no sabe salir.
La
pregunta pertinente es porqué, si O.V. trataba de alcanzar algo de
serenidad en lo cotidiano, una vez neutralizadas las apariciones de
Carson, halla consuelo en ese objeto inundativo y feroz, el chocho de
Madame Psicosis, inexplicablemente ufano y seguro de si.¿Será que
lo majara aspira a lo sin fin? Me
atrevo a conjeturar que, haciendo un uso extremo de la condensación,
de ese poder de la
metáfora, O.V. trata de solucionar ese asunto que el mismísimo
Lacan dejó inconcluso y confuso cuando dijo “la mujer no existe”.
O.V. hace suyo este problema y lo resuelve, finiquitando lo que le
perturba, borrando el asunto de la mujer de un plumazo. Hay chocho,
mas no mujer. Adiós, Carson, amor mío, adiós, viene a decir. El
chocho es el sumidero por el que se van los terrores ante Aquella que
vino y ya no es.
El
Chocho, por grande que sea en su apariencia torrencial, tampoco
existe fuera del texto como cosa positiva, por lo que hay que jugar
con él reduciéndolo a los límites de lo legible, traduciéndolo a
lo inteligible, pudiéramos decir, recreándolo a la medida de lo
soportable de cada cual, sin que esto signifique convertirlo en
cualquier cosa desarraigada de lo otro, porque siempre será algo
impuramente tocado de ese ello que es lo real.
De
ese real que es la cosa amarga. AMAR(G)A es el anagrama de MA(J)ARA.
Sin G de goce, con J de jácara.
(**) Sería
interesante trabajar en esta línea de investigación: cómo un decir
en voz alta (un recitar) puede transformar una serie de signos
cerrados, unívocos (la lista de la compra, por ejemplo) en pura
poesía, llenarla de sentidos inescrutables, transformarla en un
discurso que solo la belleza puede acotar. Y, el caso contrario, éste
ya bien argumentado por mi trabajo jamás publicado “La traducción
y la literatura majara” (V. N. 2022), en el que viene a decirse que
la traducción de un texto majara puede inactiva lo que de majara
contenga, esto es transformarlo en un relato, o lo que fuere, tipo A.
G., esto es, realista, garbancero o no, unívoco de sentido, algo a
tomar en serio a la hora de las programáticas políticas o de los
best. En definitiva, lo contrario de lo que es la literatura majara,
que se contenta en flotar como una niebla acojo/nada ante el devenir
de los rayos del rey sol . Y, no digamos, el efecto neuroléptico que
tienen las diversas traducciones, una detrás de otra, de un texto
majara en su origen. Ahí está el caso, por ejemplo, de Mishima,
traducido del japonés (majara) al inglés (normalizado) después al
español (planetario, grandioso), al francés (olalá), etc. lo que
significa un lavado eléctrico y radical de la majarería inicial,
dando
como resultado un producto digno de un Planeta, plano total. La
traducción de un texto majara puede convertirlo en majadero, lo cual
no es lo mismo. Es lo que ocurre con la traducción que de la
realidad hacen las redes llamadas sociales, que, extirpando lo majara
que hay en ella, deja una papilla ya asimilada que nos conforma en
lo confortable de la estupidez .
Es
verdad, y esto es rizar el rizo, que una lectura (o recitado
adecuadamente majara) del texto traducido y estabilizado le devuelve
su salsa majara, pero esto es un proceso complejo de explicar, y por
lo individual de cada caso, imposible de someter a los criterios científicos.
Lo cierto, en resumen, es que lo majara tiende a volver, difícilmente
renuncia a su
espacio originario.
(***) Concluyo
que, de todo esto, lo que queda claro es el Amor. Carson Mccullers
será para siempre una construcción puramente poiética hecha sobre
una nada, un recuerdo que hace dulce y soportable un señalamiento
amoroso, con todo el espanto que ello pudiera haber acarreado, que,
en un tiempo ya mítico, efectivamente tuvo lugar.
Lo
que nos lleva a pensar que la literatura majara no borra, sino, al
contrario, renueva aquello a lo que, desde el principio, apunta. Lo
majara como la vuelta de lo olvidado.
¿Qué
es el amor si no una construcción puramente majara que nos
justifica?
El
amor es lo majara total, lo majara-en-sí-mismo, como diría aquel,
lo amar(j)go, ese cohete explosivo que, en el último instante,
cuando su luz parece que va a penetrar el
cielo
hasta su altura máxima, fracasa, fracasa como bengala fallida en una
noche beoda de primavera.
Porque
al final, de cada uno sólo quedará la explosión bufa y polvorosa
del amor. No deberíamos lavarnos las manos después de tirar el
cohete. Mantengámoslas manchadas de pólvora, pintarrajeemos los
muros con lo que nos quede de negro en los dedos. Ese negro es la
luz, la verdadera luz. Quedarán señales, destellos de esos
trayectos enloquecidos que sigue la luz en sus reverberaciones
ebrias, de esas idas y venidas, que irán dibujando graffitis en las
paredes del cosmos donde, sin parar, las partículas elementales,
eléctricas y locas, enloquecidas en la contrariedad de los polos,
siguen construyendo nuevos mundos, cuya materia no es sino la
soledad, donde vivirán nuevas gentes empeñadas en sobrevivir,
personas que seguirán hablando del amor, esa forma de ser poseídos,
como si su existencia pudiera ser.
La
literatura majara tiene por delante y por detrás una tarea
inagotable. ¡Ayuda, ¡Ayuda!
V.N.