lunes, 27 de marzo de 2023

AYER, CUANDO MORÍ

 


Fue ayer, cuando morí.

No puedo saber la hora. ¿Quién puede decir que eso se sabe?

Ocurrió sin más.

Lo más parecido a un sobresalto, a un extrasístole expansivo, vertical, de un color que tendía al blanco.

Nada de sueño, nada de un ceder a un fundido en negro que te llama y no te suelta.

La muerte fue un quítate de ahí, y ya está, un relámpago de una duración infinitesimalmente ridícula que me borró de cualquier cosa existente. 

Y la muerte borró mi historia clínica, que ya nunca existió.

Es verdad que ya venía avisado. Y es que la muerta llega laboriosa, habiéndote trabajado a fondo, despacio, tomándose su tiempo.

Sabía que en los últimos años estaba ya medio muerto, enjuto de substancias, tan solo alimentado por dos o tres eslóganes que, como padrenuestros, me libraban del mal.

Eso no olía bien, pero es que ya las distancias cortas se habían prohibido.

¿El mal?: vivir, sentir, sufrir, amar, gozar, caer, perder, perderse, soñar. 

La herida, la belleza. El mal.

Cuando el mal mostraba sus patitas blanqueadas un eslogan me llevaba al redil,

a la bienaventuranza, al progresismo absoluto, a la jauja del sopor.

Llevaba tiempo anunciando el fin de los faquires,

el advenimiento de las series narcoparlamentarias, programáticas, modernas hasta la extenuación, del refinamiento leve,

llevaba tiempo diciendo que por fin habían llegado las soflamas androginianas que nos librarían de la desigualdad,

que nos conducirán de la mano al dilema del flex y del relax.

Veía un edil y me corría,

y le dejaba sitio a mi lado cobrizo y espermático para compartir su banda y su bandera,

si su bandera y su banda eran la mías.

Tantos años viviendo en esa medio muerte no me hicieron mejor, pero entonces

tuve todo lo que quise de ese sedativo que, administrado por un facultativo comprometido con el bien, me aliviaba del mal antes citado.

Así pude haber vivido lustros y siglos, que hay quien dice que ya viene la inmortalidad, disponible tan pronto como se pueda convertir en un hilo de una sola semidimensión.

Pero no nos engañemos: ayer, cuando morí,

eché en falta algo de ruido,

eché en falta una punzada seca, un descabello de filo soleado, un arma blanca clavándoseme en el alma, un encuentro final con Goethe, nada menos, sacándole la lengua, abrazándonos como colegas colocados, espantados, riéndonos del miedo hasta el último estertor;

eché en falta dar una vuelta al ruedo, recogiendo los ramos del amor tirados a la arena donde me batí y adorné como un torero, devolviéndolos a los desgraciados que aún tuvieran que volver a cenar a sus casas.

Rosas, dolor y sopa, os espera.

Hubiera querido decir, mirando a los tendidos ya vacíos del domingo.

Ayer fue cuando morí, 

cuando fui

y ya no soy.


Alguien tendrá que saber de lo real del ser cuando no es.







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