31/05/2021
Debió de ser una mañana tan gris como
las otras,
una mañana muerta
a medio descomponerse;
te recuerdo disparando a los
malaventurados que dándose las manos formaban delante del agujero.
¡Fuego! gritaba tu jefe,
aquel que luego fue un cantautor
furioso,
un tío legal, decíamos entonces,
tú, aplicado, le dabas obediencia al
gatillo y medio en broma soplabas al final de la faena mirándole
el alma al fusil
como un John Waine del exterminio,
aquel día yo andaba cansado y me había
ganado un respiro
y no tenía que transportar los cuerpos
materiales a la hoguera final;
cumplíamos nuestro trabajo como mejor
podíamos,
te vi y me dije:
este parece de los míos,
y entonces te grité lleno de
esperanza,
dispárame, pégame un tiro,
mas tu me respondiste que no era para
tanto,
que el sol llegaría, que los buenos
estaban tan cerca que hasta los muertos sonreían ya mejor,
hasta los famélicos han engordado,
dijiste,
aunque debajo de tus labios asomaba la
sombra del dolor en tu sonrisa.
Yo te arrebaté el fusil
y te descerrajé una ráfaga,
caíste confundido en la muerte con los
cuerpos de los malaventurados
y, fíate lo que es la suerte,
entraron los salvadores en ese momento,
venían de su desesperación hacia
nosotros, venían a vencer,
venían a salvarnos con sus manos
caídas, parecían cansados, hartos de tanta historia
y me llevaron preso, aunque me
disculparon en dos minutos:
pobre muchacho que mal lo ha tenido que
pasar
dijeron,
cumplía órdenes de la superioridad,
otro canicero malgré lui, otro que nunca podrá lavarse del todo
la piel,
sal de aquí, chaval, búscate la vida,
estás libre, no te rías, chaval,
me dieron puerta, y lo primero que hice
fue componerte un epitafio
en la tierra liberada
para que supieras que la vida continúa
muy herida.