Forma/artificio
Poesía/ lo por-decir
Poema/forma y poesía
En el poema, forma y poesía son su consistencia. La forma nada tiene de orgánico, es una construcción artificiosa, se parece a un jardín francés, esa máquina floral donde las mariposas confundidas revolotean, liban los jugos ortográficas y descansan hasta casi morir, pues no hay sentido alguno en tanta artificialidad con el que colmarse. La forma va haciéndose, avanza como surcos, nunca rectos, concéntricos o en forma de zig-zag, helicoidales, retorcidos, hasta que, gracias a ese proceso, aparece el poema que es la forma de la forma, es decir otra cosa que ella.
La poesía, enredada en la forma y desentendiéndose de su mandato, existe oculta como deseo: de decir, de crear, de ver lo nuevo, de destruir el sentido presupuesto. Busca decir lo indecible del decir, lo opaco de la letra, la voz que debe ser propia y una cosa nueva, la voz que no existe. Necesita camuflarse aunque sea en la misma luz de la forma, pero siempre se mantiene en la clandestinidad, apenas se hace visible, sólo se le per-sigue por ser objeto sospechoso, solo se la admite cuando su existencia, ya terminado el poema, es imprescindible, cuando ha vencido en esa guerra cruenta que sostiene con la forma. Porque la poesía la desenmascara cuando nace el poema, que es la síntesis, las cenizas de esa guerra cruenta.
Mientras llega la forma a ocupar el espacio, a ser ese dejá vu, la positivación de un negativo a punto de velarse para siempre, a ser ese imperativo que dice; mira, mírame, la poesía va perdiéndose en la beneficencia de la nada, en la oscuridad. Se hace sombra y voz.
La forma se sostiene en pie y perdura como una subordinación de la mirada. Como un vestido espléndido sobre el cuerpo reducido a cero de un modelo que aspira a no ser: poesía desapareciendo en cualquier oscuridad.
Es por eso por lo que el poema tiende a ser ilegible: luz y oscuridad se desentienden y necesitan la lucha para ser. El poema es el campo desolado después de la batalla. Yacen los cadáveres formales, respira un espíritu que cambiará el mundo.
Una muy buena reflexión, que nos retrotrae al origen del arte, a esa tensión -sempiterna, indestructible- entre lo apolíneo (búsqueda de definición, orden, camino) y lo dionisíaco (de destrucción, desorden, generación) Además de un buen punto de partida para apartar la reflexión de esta tendencia actual tan nefasta de buscar lo poético en la oposición con lo racional o filosófico. Como si no hubiera poesía en la verdad ni verdad en la poesía. Gracias.
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