Lo que el enviado dice al padre una mañana en el desierto
Me has traído a un mundo demasiado grande,
sólo el desierto es un infinito que no alcanzo a distinguir;
entre tantas cosas pequeñas que encuentran mis pies se me van los ojos,
no sé porqué nos diste unos ojos medio ciegos.
No puedo escuchar el canto de la lombriz ni el susurro de la babosa cuando al fresco que hay cerca del pozo me paro a oler la tierra.
Ni las palabras que pusiste en nuestra pobre boca pueden mostrar el silencio
que me llega cuando veo a la amada acercarse desde una luz que no acabo de saber.
Así que déjame resucitar, no una sino muchas veces,
que sepa mi cuerpo distinguir el pan del vino, la carne de la carne, las manos de las manos,
y así, cuando de nuevo vuele, alcance a ver en cada ola el mundo posible donde no morirse nunca.
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