Visionario:
Hablamos de
un viejo asunto: límites de la percepción, aceptación, rechazo de
lo nuevo, de lo inesperado, construcción de la realidad a partir de
esas operaciones.
Lo percibido
como falsedad, lo visionario como real y objetivo.
Nuestro
espacio útil de realidad es muy escaso. Nuestra patria es pequeña,
rutinaria. La percepción sensorial con la que accedemos a esa
realidad está amortiguada por los filtros que necesitamos para
hacerla soportable. Desconfiamos de la percepción, la atamos en
corto, la domesticamos.
Usamos gafas
cada vez más oscuras, auriculares cada vez más filtrantes,
pantallas de plasma o de papel cada vez más previsibles, que nos
permiten defendernos del insulto de la realidad, que amenaza siempre
con ser nueva.
Lo
percibido, para que sea realmente registrado como tal, necesita
permanecer en unos márgenes determinados de aceptación. Nos valemos
de una censura previa, estricta, para aproximarnos a la realidad.
Funciona un imperativo: para ver, tienes que ver así, sólo entre
unos márgenes permitidos, los físicos, longitudes de onda, etcétera
y los estrictamente psicológicos, y aun sociales, que hacen posible
que el acto de percibir no sea una voladura del orden, del
equilibrio, que se basa en un conservadurismo mental, donde los
tópicos y las creencias conforman una masa densa que amortigua
cualquier sacudida de cambio.
Es decir,
siempre andamos tensionados entre el deseo de ver y la prohibición
de hacerlo más allá de lo que permite el sentido común que exige
la adaptación a lo mismo.
Por eso el
visionario, el poeta, no es más que un cualquiera que cuestiona esos
filtros. Es inocente y su potente ingenuidad hace que vea el mundo a
través únicamente del cristal de su fantasía (de la subjetividad),
al que, por otra parte, quiere desarmar, como un niño desarma su
juguete, por lo que alcanza a ver lo imposible y lo invisible, a
escuchar lo inaudito, a sentir lo que sólo un ser sensible puede
soportar, aunque sea de forma fragmentaria, apocopada, a ráfagas,
tal como ocurren las cosas en el poema, o en la visión.
La poesía
(la poiesis, la ciencia, la metafísica) es una abstracción porque rompe la
construcción cosa = objeto percibido, crea, por el
contrario, objetos nuevos, radicalmente reales, tanto que son
abstracciones, condensados de realidad, fuera de las formas comunes
que dicta el ojo acomodado a ver lo mismo en lo distinto.
El poeta no
cree (no se cree lo que cree ver), sino que crea.
Crear, no creer.
El primer
artista no se limitó a reproducir un objeto exterior y hacerlo
pintura, o el ruido de la naturaleza, y hacerlo música. El acto
artístico no reproduce, reduce la cosa a una abstracción: será
ella, la abstracción creada, la que haga explotar un potencial de
nuevas energías y significados.
La poesía
es abstracta por definición, así sea el himno del Betis Balompié,
el de la legión, o la internacional. Incluso en sus argucias
realistas, en sus encantamientos y soflamas, no hace sino romper la
letra para rescatar la energía que hay en la realidad que nos
envuelve. La perplejidad del inocente lo hace arriesgado y valiente
para mirar, acercándolo a la sabiduría, aun con minúscula..
La
abstracción, como punta de lanza de la realidad, se convierte en una
forma de conocimiento que trasciende la fisiología del ojo, de la
percepción considerada, si esto fuera posible, como un fenómeno
estrictamente biológico.
La abstracción, efecto/causa de lo humano. Lo irreductible al mecanicismo cientifista. Espoleta del saber.
Lo
visionario, lo poético, consiste en descubrir la energía extraña
que hay en la realidad, esa energía que excede el marco del sentido
común en el que nos movemos, inmóviles, que, aunque sirva para
seguir viviendo sin excesivos sobresaltos, nos impide saber más
allá.
Visión.
Poema: luz que vuelve, luz renovada que ve lo nuevo. Negativo del
punto ciego adherido a la lógica de lo mismo y a la percepción
servil y doméstica.