Si hacía frío lo sabe la tarde;
preguntaré a la tarde,
y que me diga porqué temblabas tanto
sabía que el movimiento del mundo iba a ser, en adelante,
un reloj de arena
cayendo infinitamente
en la muñeca de aquel verdugo,
que se acercaba despacio a despacharnos,
mientras hacía una mueca espantosa para tapar la risa
que le atacaba.
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