jueves, 1 de abril de 2021

POÉTICA BREVE: PALABRAS CLAVE (6)

 





Visionario:


Hablamos de un viejo asunto: límites de la percepción, aceptación, rechazo de lo nuevo, de lo inesperado, construcción de la realidad a partir de esas operaciones.

Lo percibido como falsedad, lo visionario como real y objetivo.

Nuestro espacio útil de realidad es muy escaso. Nuestra patria es pequeña, rutinaria. La percepción sensorial con la que accedemos a esa realidad está amortiguada por los filtros que necesitamos para hacerla soportable. Desconfiamos de la percepción, la atamos en corto, la domesticamos.

Usamos gafas cada vez más oscuras, auriculares cada vez más filtrantes, pantallas de plasma o de papel cada vez más previsibles, que nos permiten defendernos del insulto de la realidad, que amenaza siempre con ser nueva.

Lo percibido, para que sea realmente registrado como tal, necesita permanecer en unos márgenes determinados de aceptación. Nos valemos de una censura previa, estricta, para aproximarnos a la realidad. Funciona un imperativo: para ver, tienes que ver así, sólo entre unos márgenes permitidos, los físicos, longitudes de onda, etcétera y los estrictamente psicológicos, y aun sociales, que hacen posible que el acto de percibir no sea una voladura del orden, del equilibrio, que se basa en un conservadurismo mental, donde los tópicos y las creencias conforman una masa densa que amortigua cualquier sacudida de cambio.

Es decir, siempre andamos tensionados entre el deseo de ver y la prohibición de hacerlo más allá de lo que permite el sentido común que exige la adaptación a lo mismo.

Por eso el visionario, el poeta, no es más que un cualquiera que cuestiona esos filtros. Es inocente y su potente ingenuidad hace que vea el mundo a través únicamente del cristal de su fantasía (de la subjetividad), al que, por otra parte, quiere desarmar, como un niño desarma su juguete, por lo que alcanza a ver lo imposible y lo invisible, a escuchar lo inaudito, a sentir lo que sólo un ser sensible puede soportar, aunque sea de forma fragmentaria, apocopada, a ráfagas, tal como ocurren las cosas en el poema, o en la visión.

La poesía (la poiesis, la ciencia, la metafísica) es una abstracción porque rompe la construcción cosa = objeto percibido, crea, por el contrario, objetos nuevos, radicalmente reales, tanto que son abstracciones, condensados de realidad, fuera de las formas comunes que dicta el ojo acomodado a ver lo mismo en lo distinto.

El poeta no cree (no se cree lo que cree ver), sino que crea. 

Crear, no creer.

El primer artista no se limitó a reproducir un objeto exterior y hacerlo pintura, o el ruido de la naturaleza, y hacerlo música. El acto artístico no reproduce, reduce la cosa a una abstracción: será ella, la abstracción creada, la que haga explotar un potencial de nuevas energías y significados.

La poesía es abstracta por definición, así sea el himno del Betis Balompié, el de la legión, o la internacional. Incluso en sus argucias realistas, en sus encantamientos y soflamas, no hace sino romper la letra para rescatar la energía que hay en la realidad que nos envuelve. La perplejidad del inocente lo hace arriesgado y valiente para mirar, acercándolo a la sabiduría, aun con minúscula..

La abstracción, como punta de lanza de la realidad, se convierte en una forma de conocimiento que trasciende la fisiología del ojo, de la percepción considerada, si esto fuera posible, como un fenómeno estrictamente biológico.

La abstracción, efecto/causa de lo humano. Lo irreductible al mecanicismo cientifista. Espoleta del saber.

Lo visionario, lo poético, consiste en descubrir la energía extraña que hay en la realidad, esa energía que excede el marco del sentido común en el que nos movemos, inmóviles, que, aunque sirva para seguir viviendo sin excesivos sobresaltos, nos impide saber más allá.

Visión. Poema: luz que vuelve, luz renovada que ve lo nuevo. Negativo del punto ciego adherido a la lógica de lo mismo y a la percepción servil y doméstica.













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