Santo:
La escritura poética hace renuncia de otra cosa que no sea lo puro del decir, eso desconocido que sólo escribiéndolo muestra lo que allí hay de nuevo y de saber.
En una oscuridad revela su negativo y aparece lo nuevo. Esa oscuridad requiere una entrega sin promesa de ganancia alguna; abrazar la pérdida, desnudarse de bondad, no buscar señal de vida eterna que consuele.
Por eso, santo. Inocente en el sentido peyorativo, que es el que conviene a este caso: ingenuo, sandio (santidad y sandez comparten etimología), insensato, raro, desprotegido, desinteresado; mártir de su causa, unas palabras que, aun ridículas, buscan trascender, osea, desbordarse.
Pues el poema rompe con el idealismo que niega lo real aunque éste se vista de materialismo y de falso progreso. Se rebela frente al totalitarismo del ojo que exige mirar a su dictado.
Al santo no le importa que se rían de él, aunque no desiste de su fuerza, de su espada y de su lucha. A menudo le llueven piedras tan duras como las palabras que los aprovechados roban para justificarse, ésos que siempre ganan, los muertos de corazón.
* * *
Un santo se va de copas y recita un poema con sus amigos
Iba aparentemente acobardado,
aunque era un valiente, tan valiente
que yendo solo mojándose la cara con el agua de las mañanas,
bajando al pozo para verse la cara sonreír
cuando la noche le había dejado en un estercolero,
era capaz de mirar a los pobres y decirles
muy buenas,
y seguir como si nada;
y si alguno de esos pobres se irritaba
porque no entendía ni la claridad de sus palabras
ni la dulzura de su mirar y le daba una paliza,
mientras otros, curiosos o allegados de la calle,
gentes que volvían del trabajo, funcionarios la mayoría,
hombres de la comunidad, de lo común,
hacían corro y se reían y por lo bajini decían sin mover la boca
dale, dale
y le dejaban maltrecho hasta que otros
se le acercaban y le limpiaban la cara y le decían
no les hagas caso, no te entienden,
le invitaban a un bocadillo o una fanta,
y le dejaban un billete de cinco en el bolsillo
y él, al poco, se levantaba del suelo y se iba aparentemente acobardado,
altivo en la cima del dolor,
a caminar por las calles y miraba a otro pobre,
a un tullido, a un forajido despeinado que buscaba algo de luz y les decía
buenas, llevo cinco pavos, ¿nos hacemos unas cañas?
y si admitían la invitación se compraban los quintos,
los bebían en la calle y a veces
rezaban un padrenuestro como si fuera el poema de los desesperados
para joder a la gente que les miraba, con toda razón,
con solemne recelo.
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