UNO
Víctor Gómez Pin (Tras la física. Arranque jónico y renacer cuántico de la filosofía, Abada Editores, 2019, Página. 274, nota a pie de página) dice:
Por ello, corolario de los objetos propiamente teoréticos de la práctica filosófica es el contribuir a que el ciudadano se reconcilie con la misma, la reivindique como propia, sienta que algo esencial de sí mismo se juega en ellas, y denuncie las tentativas para apartarle, denuncie lo falaz de la tesis según la cual la filosofía, la ciencia, el arte y en general la vida espiritual sería cosa de minorías. Lo democrático de la filosofía (del arte, de la poesía, añado por mi cuenta) consiste en que todos podemos instalarnos en la actitud filosófica a poco que nos liberemos de las barreras que lo dificultan, en realidad barreras que impiden realizar nuestra naturaleza específica de animales de razón.
El poeta es un ser alucinado, santo, visionario
La poesía es un descalabro del lenguaje. La metáfora pone patas arriba el buen orden, si es que eso alguna vez existió, donde cada cosa tiene un nombre y el lenguaje es la ley de la repartición de esas cosas.
La metáfora inventa la abstracción a partir de la materia del lenguaje. No hay actividad propiamente humana que no busque el desplazamiento hacia un más allá de la realidad, aunque sea en la realidad. La trascendencia.
La memoria es trascendente. Hace de la pérdida bandera, objetivo militar, abordaje del amor. Crea mundos que las ecuaciones lingüísticas no pueden crear, aunque, como ellas, apunte a un saber nuevo. La poesía, la metáfora, el arte abren caminos que van más allá del orden de lo común. No están al servicio de la ficción, muy al contrario, están subordinados a una verdad por descubrir. Aquí hablamos de lo que no puede mentir: la poesía, esa parcela de lenguaje que no puede sestear en la ficción, en la mentira, en la piedad.
La ética poética se basa en el reencuentro con lo nuestro más verdadero que vuelve (como de un exilio), y en la celebración de la belleza aparecida que surge en ese encuentro.
El poeta sabe que la manera de ver, de percibir, no es única ni dependiente de órganos autónomos. Lo que ves no depende solo del ojo, depende muy poco del ojo, aun cuando éste sea muy necesario para ello. El poeta sabe que las percepciones pueden realizarse a través del humo del deseo, de los mecanismos inconscientes, de lo que, para resumir, llamamos subjetividad. Así, ve no lo que le regala el ojo vago, caprichoso, glotón, acaparador, sino, al contrario, lo que no puede ser visto con su sola ayuda, eso que no cesa de interpelar, de llamar a la puerta, de despertarnos del sueño del érase una vez.
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