Mirabas y mirabas al cielo,
no sé porqué tanto mirar y mirar arriba
mientras una pulga saltaba en tus costuras
y así fue cuando dijiste:
estoy siendo iluminado ahorita mismo,
en este momento que separa un antes
y un después,
aunque ahora el tiempo sólo sea
lo que esta pulga tarde en saltar y ya no estar
cuando sólo resta la resta del picor,
la sangre del rascado, la gula
de las uñas
entre las órbitas que decías que querías divisar en el cielo,
en el universo,
donde las cosas se apagan
y se crean situaciones payasescas,
donde el que pega llora y el que es pegado
ríe y ya no está y lo entierran
y los equilibristas se caen porque han bebido en exceso
porque no pueden soportar la muerte
de las fieras y del circo,
entre esas órbitas
encontraste el reflejo oblicuo de tu cara
cuando un día ibas a encontrarla en el espejo
y la encontraste enjabonada y viste además el horror:
una hoja palmera oro subiendo y bajando
entre el jabón que les daban a los soldados que olían a mulo
por tu piel y comprendiste
que aquello c´est fini,
y acabaste llorando encerrado en tu encierro que era un agujero negro
reduciéndose al cero caliente de una tarde recién comenzada
más te vale no mirar tanto al universo,
dar por sabidas las ecuaciones,
plancharte el pijama porque no puedes comparar
el placer de una buena siesta,
yaciendo bien vestido
con el descubrimiento incierto del nuevo mundo.
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