lunes, 24 de enero de 2022

YA NO SÉ SI QUIERO SABER

 


Adiós, adiós, ¿qué sé?

Ya no sé si quiero saber

adiós, adiós, me espera erguido

un árbol

en la hendidura de una luz profunda


viene a mi esa luz como la espada;

será, por fin, la justicia de los hombres

que busca tocarme la frente,

señalarla con un poso de sangre,

rasga el filo la conciencia,

mira, mira, escucha, escucha,

me dice la voz que vive en el acero


todo es confuso, me voy

y no puedo irme; me vienen bandadas de pájaros

parlanchines que no me dejan en paz;

quieren que vea por fin, que me entere,

que me caiga del guindo, los pájaros, los pájaros,

siempre me han hablado al oído.


Será cuando salga el sol por la mañana

cuando el bullicio del canto vuelva a disolverse para siempre

en ese aire que no quiero que me deje,

cuando por fin levantaré los ojos

a la paz de un universo que ya no querrá manifestarse,

cuando ya sea lo mismo que un árbol

o un gato que duerme en la calle de un pueblo

a punto de morir.

domingo, 9 de enero de 2022

POEMA DE AMOR

 





aún veo tu piel quemándose en aquel fuego,

en el que nos adentramos a sabiendas de no saber

mas que del deseo de arder


aún veo como salíamos despavoridos,

inocentes,

buscando salvación en el agua fría

que cogíamos con las manos

de las fuentes inmundas de la ciudad.





sábado, 8 de enero de 2022

CON HUMILDAD

 



Con toda humildad pido justicia,

clemencia, una mirada dulce,

un manto de incierta gloria

sobre mi estrecha espalda.


Pido que,

ya llegado el tiempo del olvido,

borrados para siempre mi pasos

y los rastros de los olores del hombre,

alguien me rescate y diga en asamblea:

no era Miguel, era Jorge Luis Borges,

era Bolaño con barba de tres días,

era Sebald, un poco taciturno, mirando estampas, tejiendo el mundo que nunca debería ser olvidado,

era Thomas Mann rodeado de hijos, atascado en el portón de la historia,

era nada menos que Wolfram Goethe en pleno éxtasis, cruzando enloquecido por una sirga a cien metros, o más, por encima del Olimpo, gritando “lo que pasa es que no me alcanzan los ojos”,

era José Ángel Valente hablándole de letras,

contándole que un día la poesía en carne mortal le había sacado la lengua

y que durante un instante la atrapó entre sus dedos y la miró dulcemente,

la hermosa y burlona lengua de la poesía.


Que lo digan de una vez:

no era Miguel, era cada uno, y todos, de los otros

llámenlo por su nombre verdadero;

es cierto que en sus manos y en sus ojos se hacían más borrosos esos hombres,

se hacían una mancha,

una mosca volante

hecha de Borges, de Bolaño, de Sebald, de Mann, de Goethe de tantos que no dudaron en tirase al asfalto de la gloria.


Ese que vuela no es Miguel,

diréis, ¿no veis que su pico es de hierro?


Él es nadie, y apenas se le ve;

quiere no estar, y ser aquellos a los que nunca besó.