Fue
ayer, cuando morí.
No
puedo saber la hora. ¿Quién puede decir que eso se sabe?
Ocurrió
sin más.
Lo
más parecido a un sobresalto, a un extrasístole expansivo,
vertical, de un color que tendía al blanco.
Nada
de sueño, nada de un ceder a un fundido en negro que te llama y no
te suelta.
La
muerte fue un quítate de ahí, y ya está, un relámpago de una
duración infinitesimalmente ridícula que me borró de cualquier
cosa existente.
Y la muerte borró mi historia clínica, que ya nunca
existió.
Es
verdad que ya venía avisado. Y es que la muerta llega laboriosa,
habiéndote trabajado a fondo, despacio, tomándose su tiempo.
Sabía
que en los últimos años estaba ya medio muerto, enjuto de substancias,
tan solo alimentado por dos o tres eslóganes que, como
padrenuestros, me libraban del mal.
Eso
no olía bien, pero es que ya las distancias cortas se habían
prohibido.
¿El
mal?: vivir, sentir, sufrir, amar, gozar, caer, perder, perderse,
soñar.
La herida, la belleza. El mal.
Cuando
el mal mostraba sus patitas blanqueadas un eslogan me llevaba al
redil,
a
la bienaventuranza, al progresismo absoluto, a la jauja del sopor.
Llevaba
tiempo anunciando el fin de los faquires,
el
advenimiento de las series narcoparlamentarias, programáticas,
modernas hasta la extenuación, del refinamiento leve,
llevaba
tiempo diciendo que por fin habían llegado las soflamas
androginianas que nos librarían de la desigualdad,
que
nos conducirán de la mano al dilema del flex y del relax.
Veía
un edil y me corría,
y
le dejaba sitio a mi lado cobrizo y espermático para compartir su
banda y su bandera,
si
su bandera y su banda eran la mías.
Tantos
años viviendo en esa medio muerte no me hicieron mejor, pero
entonces
tuve
todo lo que quise de ese sedativo que, administrado por un
facultativo comprometido con el bien, me aliviaba del mal antes
citado.
Así
pude haber vivido lustros y siglos, que hay quien dice que ya viene
la inmortalidad, disponible tan pronto como se pueda convertir en un
hilo de una sola semidimensión.
Pero
no nos engañemos: ayer, cuando morí,
eché
en falta algo de ruido,
eché
en falta una punzada seca, un descabello de filo soleado, un arma
blanca clavándoseme en el alma, un encuentro final con Goethe, nada
menos, sacándole la lengua, abrazándonos como colegas colocados,
espantados, riéndonos del miedo hasta el último estertor;
eché
en falta dar una vuelta al ruedo, recogiendo los ramos del amor
tirados a la arena donde me batí y adorné como un torero,
devolviéndolos a los desgraciados que aún tuvieran que volver a
cenar a sus casas.
Rosas,
dolor y sopa, os espera.
Hubiera
querido decir, mirando
a los tendidos ya vacíos del domingo.
Ayer
fue cuando morí,
cuando fui
y
ya no soy.
Alguien
tendrá que saber de lo real del ser cuando no es.