martes, 9 de marzo de 2021

POÉTICA BREVE: PALABRAS CLAVE (3)

 

                                                 TRES



Alucinado:



Entre lo percibido y el que percibe, en condiciones normales, no alucinatorias, digamos, existe una armonía, o, al menos, una relación de utilidad. La alucinación representa el extremo de la percepción. en cuanto que allí se sitúa el objeto percibido sólo para doblegar al sujeto que lo recibe y padece. La voz alucinada engulle a quien la escucha, sin remisión.

El objeto alucinado colapsa al sujeto que lo padece. A veces lo aniquila. Tiene una densidad más real que la realidad cotidiana y soportable. Viene de un Otro, autor sin paliativos que no admite réplica al que el sujeto debe doblegarse, de una exterioridad terrible, inesperada.

Pero esta voz obliga al sujeto a ponerse en marcha de una forma irreemplazable. Le obliga a tejer un orden nuevo en el que él recupere un lugar. El alucinado crea un delirio, debe crear un mundo si es que quiere seguir siendo. No tiene otra opción.

Lo percibido ordinariamente, lo no alucinado, es aceptado como algo que se ajusta y se añade sin demasiados sobresaltos a la órbita privada. Esa música que nos adormece con tanto placer, que nos lleva al espejo donde siempre nos vemos compuestos. El paisaje que contemplamos es materia a nuestra disposición, territorio amigo, tierra conquistada.

Los objetos alucinados, por el contrario, tienen una cualidad radicalmente distinta. Aquí ya no se trata de captar y hacer propio lo exterior captado. El que padece la alucinación es el cazador cazado, no puede cazar la pieza y echarla al zurrón y utilizarla sin más. Al contrario, ese objeto lo caza a él, que quedará suspendido y al albur de nuevos acontecimientos que puedan liberarlo.

El objeto alucinado resalta sobre los demás: horroriza, persigue, interroga, estimula absolutamente a ese sujeto, pero nunca se le echará en sus brazos para dormir juntos a pierna suelta. Y ha llegado de una exterioridad radical, la más radical: la desconocida intimidad de ese sujeto. Lo oscuro íntimo percibido en una exterioridad a-geométrica, metafísica. 

Eso exterior es lo expulsado del ser, lo repudiado, lo incómodo, lo que no tiene asiento fácil por llevar consigo muchos inconvenientes. Y lo más íntimo: nada hay que tenga una correspondencia tan estrecha con uno mismo que una visión, un sueño, una alucinación.

Poeta, ¿alucinado? La poesía no es una actividad acorde al delirio. Aunque haya una buena nómina de insignes poetas que lo han padecido en el sentido más crudo, más real, la poesía no es su fruto, lo es de un sujeto hipersensible que le planta cara como sólo lo pueden hacer los héroes. El delirio se ajusta más a la meticulosidad de la ciencia, al discurso matemático. El delirante no puede equivocarse, no juega a ser poeta, debe establecer ecuaciones que no admitan interpretaciones subjetivas. Tiene que trazar el camino exacto que lo salve de algo peor que la muerte.

El poeta bordea la alucinación porque siempre espera, busca, acecha encontrar-se en un afuera, en una exterioridad íntima que le dicte lo suyo. El poeta grande o pequeño, si lo es, ya está salvado de antemano. Anonadado, algo menos tonto en los asuntos del decir que los medios y la media, (“la poesía, un decir menos tonto”, dijo Lacan), eso sí, atontado entre los ciudadanos más firmes, sorprendido por tanto saber ineludible que ignora, por tanta exigencia en decir lo que no sabe. Asombrado, como si todo lo que le llegase de su exterior más íntimo cuando echa las redes del lenguaje porque quiere pescar en esas aguas fuera una alucinación que le interpela, que le obliga al grito. Pero salvado, cómodo, cantarín. Sabe caminar sobre las aguas de la lengua, y, algunos, sobre la fuerza de las olas hacen rima, música, dominan el lenguaje, su furor.

El poeta es un alucinado que se ha salvado. Alucinado porque alcanza a percibir algo raro procedente de un lugar extraño, que le obliga a parase y a decir lo que estaba medio deshecho, casi del todo desdicho, a decirlo con su propia voz, generando así sentidos nuevos y, de paso, esa energía que es la belleza.

Le llega una carga (en el sentido de energía, y de encargo) que le exige una contemplación que no le deja apoyar los pies en el suelo, y queda forzado a escribir en el vacío hasta dar con eso nuevo que vuelve a sostenerlo, lo que llamamos poema: fragmentos de verdad, aspiración de belleza.

Y es la belleza lo que, tal vez, adentre el poema en la comunidad, lo haga sociable. Salvoconducto para sobrevivir, vivir, prosperar en la república.

Alucinado y poeta: sujetos sueltos, desatados, fragmentados, que padecen y/o crean con lo que desde el exterior íntimo les interroga.

El poeta hace que lo repudiado vuelva, trayendo en la misma operación las causas de la expulsión. Dará cuenta de ello y se reconciliará con lo inadmisible, recogiendo el plus de belleza que genera ese encuentro. No parará de recomponer el desmembramiento que, de tan humano, padece. No cesará de completarse, como si armara un puzzle inacabable en una tarea que ocupará a todas las generaciones.

Es quien debe decir lo que no puede quedar sin ser dicho.

Poesía es acto de lo nuevo/otro, trabajo científico de lo subjetivo, energía hecha belleza que le abre a la comunidad.





2 comentarios:

  1. La modernidad, nuestra herencia irrenunciable, se sustenta precisamente en el pensamiento (¿delirante?) de que el "yo" es el último juez. Descartes se convenció de que el tribunal por donde todo acto ha de pasar es el yo, en tanto que sujeto. No puede haber algo anterior al yo porque es el yo lo que dicta lo que es anterior (o posterior). Pero precisamente, lo que no pudo advertir el filósofo, ni sus seguidores ¿delirantes?, es que este entramado resultó de un orden nuevo que él mismo tuvo que tejer. Nietzsche advierte de la fosilización del lenguaje, que lleva a olvidar su origen orgánico, generador. Este es un ejemplo de ello. En lo que no reparó, y que tú haces ahora, de forma tan brillante y precisa, es que el "yo", como tierra conquistada, como punto de apoyo para seguir avanzando, también se inició de ninguna parte, encontrándose habiendo empezado, como el milagro o el nacimiento. Y que ahora, fosilizado por el tiempo, nos sirve de almohada donde acomodarnos (tú mismo te sirves de ella para decirnos del objeto alucinado: “que colapsa al sujeto que lo padece”) He tocado sólo uno de los prismas de tu escrito, lleno de matices, de claroscuros, de tesoros, que ya tengo en mi mesilla. Gracias.

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  2. Más adelante, en otro capítulo de esta serie, veremos una araña. Ojalá que no deje de tejer y que, si caemos en su tela, sigamos hablando. Abrazos.

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