SIETE
El poema pretende llevar la verdad, lo real, al lenguaje. Para que el mundo sea, al menos en un instante, lo que es a quien lo observe.
Es una exigencia lingüística y gramatical frente al runrún de los engaños, de la pomposidad que pudre la jerga de los medios, de los políticos, de los que venden hasta el bien, de las soflamas.
Aunque el poema soporte la confusión de lo real, y se desbarajuste cuando nace, cuando crece y se expande, y se convierte más en un grito a-gramatical que en la letra de un acta notarial, es luz.
Porque sólo tus ojos pueden atreverse con la confusión de lo dicho; que nadie lo traduzca, ya sabes que es difícil leer en tu propia lengua.
El poema dice al oído palabras borrosas que lo limpian del impudor que lleva consigo el ruido del día.
Así:
El poema se escribe no tan libremente como pueda suponerse. Es orden de lo Otro, flaqueza del sujeto, esmero del autor.
Nada: el poema aparecido. Nada que hacer cuando viene, salvo su dicción, su escritura.
A partir de ahí, otra vez polvo, semen, polen que un lector proyectará aún más lejos, y en esa lejanía quedará libre de cualquier afán que intente ordenarlo en la serie de las cosas terminadas, pues no cesará nunca de crear sentidos nuevos.
Conocimiento puro. Punto de cruce de la belleza, la inocencia, la avidez del que busca saber, la rabia de quien está en la tesitura de desaparecer, el camino que vuelve del jardín primero y último y la luz.
Vértice de belleza/luz/conocimiento/levedad/aspiración.
Aire otra vez.
Pájaro Atmâ, puro conocimiento, libre, incondicionado (*).
Coda:
Las cuartetas que dictó
aquella tormenta
cuando fuiste poseía por la araña
me dan la vida
ahora que ya hemos muerto
definitivamente
en el abrazo.
(T. de G.)
(*) Diccionario de símbolos. Entrada Pájaros. Juan Eduardo Cirlot. 1997
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