John Cage
no era oscuridad, no era silencio ni vacío, era una música que, apenas se escuchaba,
se volvía hacia sí, mostraba su espalda, su desaparecer; volvía su cabeza coronada
y decía adiós con sorna, sonriendo con los dedos estirados, casi reumáticos;
si entonces hubieras mirado las últimas ramas del árbol del paraíso,
verías anidar en el aire unas notas desperdigadas,
verías los vencejos llevándolas lejos en sus picos,
creando el silencio,
el silencio,
el silencio,
antes de que llegaran los fusileros e hicieran ruidos con sus chasquidos, con sus toses,
con la impaciencia del final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario