Era luz, pero no del todo;
no estaba acabada de hacer la luz;
las montañas, la playa, el mar, el firmamento eran cosas sin terminar de hacer,
faltaba el remate;
los hombres se miraban en un espejo de agua
y las mujeres escudriñaban sus atributos y se decían las unas a las otras:
vaya cuerpos, vaya ruina rococó que nos han dado,
y los hombres también cerraban los ojos
o rompían los espejos, descontentos de tanta risa como daba su presencia,
y los pájaros se caían porque de cada cien al menos dos
eran de plomo y con las plumas falsas.
¿Qué será de nosotros?, se decían;
¿hasta cuándo estaremos aquí y veremos cómo nuestras manos se caen
y cómo nuestros pechos se abren y enseñan unos bulbos florecidos que no son precisamente los lirios de salomón?.
Hasta que uno de ellos,
pecho de hombre y culo de mujer,
entrevió por vez primera la belleza
que estaba dejándose caer del tallo herrumbroso de un árbol olvidado;
no será para tanto el mal, la cobardía, el desatino, se dijo;
y alrededor de la belleza, apenas visible, hizo
el mundo por primera vez.
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