CUERPO HISTÉRICO, CUERPO CATATÓNICO
La histeria es el cuerpo que habla.
El lenguaje -su potencia- excede la eficacia de sus recursos expresivos primeros: desborda la oralidad y complica la escritura hasta un grado máximo de ininteligibilidad.
El cuerpo es el destino final de esa insuficiencia y se convierte en la última posibilidad expresiva de ese lenguaje inundativo. El cuerpo es el último y definitivo órgano a través del cual el lenguaje habla.
Pero no de cualquier manera.
Porque es lo reprimido (en el lenguaje) lo que debe circular por el cuerpo para que éste hable lo que, en principio, es reprimido.
Es verdad que todo decir contiene un algo reprimido. Todo decir conlleva también un gesto que desdice la palabra que pretende apoyar.
Por lo que hay un coste en esta operación de que el cuerpo hable lo reprimido: el cuerpo sufre y se convierte en un órgano femenino destinado a parir con dolor aquello que, aun pronunciado en alguna instancia, debe gurdar la compostura y parecerse, sólo parecerse, al silencio.
El cuerpo, histérico, es un cuerpo desgarrado. Teatral y dramáticamente desgarrado.
La histeria muestra las heridas corporales de ese desgarro, como estigmas sobrevenidos tras una transgresión mística. El lenguaje, y su plus de fuerza por la represión, viola el cuerpo que grita, susurra o calla violentamente. Ese cuerpo que, además, exige la asistencia de un público.
O calla violentamente. Es el caso de la histerización extrema: la catatonia. Ocurre cuando una palabra, que nunca se llegó a articular en la vida real del sujeto que la padeció, significa un dolor inabarcable, por lo que el cuerpo destinado a decirla sufre ante la doble obligación de expresar lo inarticulado y silenciar semejante explosión de dolor que significa. Lo que se traduce, en la catatonia, en un silencio de muerte.
Hay una muerte antes de la muerte que muestra el cuerpo catatónico. Un gesto convertido en escultura de un silencio peculiar que contiene aquel dolor que no puede contenerse ni en palabra ni en escritura. En este caso, el público, que el cuerpo histérico exige, debe no asistir, ser, aparte, parte de ese silencio.
La catatonia es la histeria en el grado máximo del dolor.
Cuando el significado es tan enorme el instrumento que lo juega se hace nada.
Hay una relación inversamente proporcional entre significado y cuerpo encargado de expresarlo.
El cuerpo catatónico es la nada total frente a un significado que tiende a lo absoluto.
Existe un dolor tan grande que solo la muerte antes de la muerte lo puede mostrar. A través de un cuerpo anulado que dice insistente un silencio de una violencia extrema.(1)
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Notas
(1)
Siguiendo el esquema de lo inversamente proporcional entre significado (reprimido) y cuerpo (expresivo), llegamos a la conclusión de que los significados vacíos -que sólo contienen un decir leve encargado de sostener un discreto goce narcisista que sostiene una imagen pomposa, frágil- no son sino estímulos para mostrar lo que corresponde al cuerpo engrandecido por lo inversamente proporcional a ese vacío: un cuerpo refulgente, eficiente, casi perverso por su maquinal éxito. Aunque muerto, a su pesar, pues un significado vacío supone también la muerte, sin conciencia, en este caso, de sacrificio alguno, pues es la muerte merecida de quien no quiere sostener sino una imagen multiplicada en el cero del éxit-0.
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