HA LLEGADO EL VERANO
Ha llegado el verano,
sus sombras verticales,
el vino,
la luz,
la carne,
el infinito mismo,
la resurrección de los muertos,
la vida eterna al fresco de los árboles viejos
llegó el verano,
y tú, ¿qué coño haces aquí?
medio desnudo delante del espejo,
probándote ese cuerpo desgastado, bofo
como si fuera el ultimo grito de parís,
aún serías capaz de pensar,
adentrado y crecido en tu ebria vejentud,
que, llegada la calor, vas a cazar moscas,
mosquitas muertas
con tus redes careadas y llenas
de mariposas secas del siglo pasado
que no has tenido la decencia de tirar todavía a la basura
ha llegado el verano, mas
estás tan gagá
que ni hueles la peste
de tu propio desgaste,
y todavía sueñas,
acurrucado en el rincón oscuro de la barra,
sumergido en risas halitósicas y mustias,
oyendo el runrún pesado de las tardes,
en subirte a una mesa
cuando la música suene y esto se llene,
cuando las horas hierban y el mismo ruido del bullir
haga mover los pies y chasquear los dedos,
haga cerrar los ojos,
clausurar la razón,
todavía sueñas en
subirte a una mesa
y exprimirte un limón en tu pecho velloso,
buscando que a ti vuelvan
sus miradas encendidas
gitanillos, gitanas y fulanas
y que salgan del fuego, de las brasas,
y vayan más allá de la sombra de sus ropas
y saquen el rojo de su carne
y lo pasen cerca de tu cara
bonita
Aunque llegue el verano, no te dejes llevar:
se están derritiendo las últimas gotas de tu sebo,
más te valdría guardarlo para tu entierro,
bien sabes que la luz amortigua el duelo,
le da cierto empaque, no le irá mal
a tu pequeña arrogancia
cenicienta
una luz de gas en la última morada.
Más te valdría guardarlo, envasado al vacío si es preciso,
para engrasar las candelas
el día de difuntos, el de las ánimas
del purgatorio,
que, al menos,
un lucero arda para ti en ese trance inexcusable
que deje ver bailar tu nombre escrito
detrás del aire onduloso y pesado de los velorios,
por si alguien que pasara
lo leyera, poniéndose las gafas de vista cansada,
y dijera algo de ti o echara en el platillo,
que siempre dejan cerca
las atentas gestoras de las pompas,
una tarjeta de condolencias.
Dirás con razón
que a ti los veranos siempre
te han resucitado,
que una vez aupado en el aire no hay quien te mate,
que no irás abajo, sino arriba,
que a lo sumo
ascenderás a los cielos,
si no con tu cuerpo mortal,
sí con el humo, ese incienso que dará tu cuerpo,
¡que corra la vida mientras tanto!
que tus labios recuerdan tantas cosas que no es tiempo de contar ahora,
que debes descansar en esta hora de la siesta
porque larga va a ser
la noche que te espera.
Quizás en verano por la exuberancia del clima, la laxitud de los sentidos en las largas siestas y las ensoñaciones durante las noches en vela por el calor, somos más conscientes de que nuestro cuerpo maltrecho por el paso del tiempo nos avisa de que quedan ya pocos veranos.
ResponderEliminar...y nos avisa de lo que falta por llegar. El cuerpo va por un lado y las vías nerviosas, por otro. Ya me entiendes.
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