Memorias ( foto del autor)
incluso los corderos se habían vuelto salvajes,
había que verlos cuando de uno en uno
se levantaban del pasto
como lenguas de fuego,
saltaban al aire, riscaban
en la maleza del viento,
gimiendo un ruido impropio de las bestias
embrutecidos, se miraban de frente,
tozaban entre sí
hasta que oían el chasquido de los huesos del otro,
teñían su lana ennegrecida con una pasta
brumosa de sangre oscura
vivían solos, huían del amor,
la leche había sido prohibida
por una ley evolutiva que la condenaba a ser
veneno
y en su lugar las ubres alargadas y rosas
excretaban una especie de semen diabólico
sin distinción de sexo, pues todo era muerte
y una sola muerte, las ovejas y corderos
cuando acaloraban y juntaban en paz
su testuz, buscaban en el recuerdo
el primer olor a lana y se daban la lengua,
saliendo por un instante del padecimiento del mal
recordaban el dulce sonar de los balidos,
se imaginaba balando ellos mismos en la inocencia del campo
y cerraban los ojos,
se hacían los tontos, como corderos,
las tontas, como ovejas,
bebían la leche blanca imaginaria de los sueños,
segaban la hierba del paraíso,
recordaban llorar
sin saber cuando iban a regresar
a las majadas.
En el contacto aparece la necesidad del fuego, como llamando el calor al calor. Por eso, allí donde todavía es posible el frotamiento el deseo está salvado. Y con él, el otro. Gracias.
ResponderEliminarQuizá la necesidad de saber que la inocencia sigue ahí, aunque sea sólo en el recuerdo.
ResponderEliminarLa pérdida de ser quienes somos siempre conlleva la nostalgia de ser quienes fuimos. Lo preocupante es no recordar el camino a las majadas, ni la necesidad de hacerlo.
ResponderEliminarSí, asusta pensar que entre "tanta" verdad en juego, los mordiscos por defenderla nos impidan hablar, reír, ir y venir.
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