El bañista
ficción nerviosa que trata sobre algunas voces nada poéticas que guardan los ríos
Todas las tardes, cuando el tiempo lo permitía, el hombre se iba a nadar. Llegaba al río por unas calles sitiadas por contenedores de basura y materiales de reciclaje, por aceras arremolinadas de plásticos y papeles sobrantes, que acababan dando vueltas por el suelo infame, acrecentando la desidia y fealdad general de las calles casi vacías, acaso algunas terrazas obrerizadas y multirraciales donde se bebía cerveza a precio de chinos.
Llegaba a la misma hora; sólo él se bañaba en semejante lugar, un pedregal salpicado de hierbajos y a menudo inundado de botellas y desechos, un rincón sin ley, sin señales de permiso o prohibición: ningún guardia le impidió nunca el baño, aunque algún ciudadano le echara en cara su extravagancia y el peligro que pudieran correr gentes de bien por su su insensatez.
El hombre se ponía un meyba viejísimo, desteñido, de un color que, al final, resultaba ser gris, tipo gris policía nacional de hace años. Piernas flacas, tórax largo, brazos estrechos y cabeza en forma de fruta indeterminada. Nadaba media hora. Si había corriente, muy cerca de la orilla, agarrándose a los arbustos, restregándose las rodillas y el pecho, haciendo aspavientos desproporcionados, ya que no había profundidad y si el agua bajaba tranquila, con brazadas muy poco garbosas hasta mitad de río, ida y vuelta, así hasta consumir su tiempo.
Después, y esto era lo bueno, daba saltitos rítmicos, acompasados y milimetrados, inclinando la cabeza, dejándola paralela al suelo cinco minutos exactos a un lado, otros cinco al otro, librándose concienzudamente del agua estancada en las cuevas de los oídos.
Taciturno de por sí, apenas hablaba, mucho menos del asunto de sus baños, Pero un día, en el bar de mala muerte adonde iba antes de cenar con su bolsa de deportes y su meyba, comentó que "se le metían en los oídos las palabras y los gritos que oía en el río, no sólo los de los ahogados, sino también los de quienes se habían salvado tras la precipitación, incluso las palabras de los que ya estaban muertos cuando fueron arrojados". Habló de un personaje que "se tiró puente abajo, creyendo que con eso arruinaría la vida de sus enemigos, de todo el mundo", dijo, "de un cura fusilado por los franceses y de anónimos suicidas, la mayoría del gremio”. Dijo que "oía cosas inimaginables y que. de no quitarse pronto el agua de los oídos, las palabras se le harían huéspedes sempiternos y acabarían volviéndolo loco y, además, sus oídos supurarían pus y sangre de corrupción".
"Fuera de eso, añadió, el
ruido del agua era bello como el roce de los manás".
Comentario
poiético
El hombre se mete al río, no porque quiera volver a oír las palabras, los gritos o el bello “roce de los manás”, sino porque necesita mantenerlos a raya, dejarlos en su lugar para que no destrocen y usurpen el suyo.
Pero para eso tiene que ser creativo: oír su recitado, cuadrar cada letra como haría un tipógrafo antes de imprimir un texto. Labor de héroe que le exije acudir cada día al encuentro del río.
Los saltitos, con los que se libera de las malignidades que cita, resultan, de este modo, ser una danza poética, ritual, curativa, que restaura el curso de las cosas, lleva las aguas a su cauce y amansa las palabras inapelables con las que tiene que vérselas, de manera que, repuesto, curado, el hombre, poeta de las palabras del Otro, merece el descanso como ciudadano que ha hecho su trabajo, y así ya puede guardar o publicar el silencio que se le antoje.
Trabajo de
poeta: situar las palabras (de Otro) donde no le maten.
Cuestiones
y ejercicios
1-
Obsérvese: lo que viene de abajo se oye más fuerte y claro que lo
que viene de arriba. Además, cuanto más abajo esté quien lo oye
más insoportable resultará ser lo que oiga.
2- Aunque no haya horas para tantos homenajes, propongo que abramos las ventanas poiéticas y agradezcamos con unos aplausos ficticios el trabajo santo de este hombre, no sea que pase el tiempo y nadie le recuerde.
La inteligencia, entiéndase como la capacidad de inteligir (de leer entre líneas), no separa (o selecciona) sino que hace posible cualquier separación o distinción. Por ella las cosas se hacen distinguibles y, por ello, soportables, tratables, manejables. ¿Qué sería de nosotros sin la acción conformadora del Demiurgo, sin el ritual del hombre poeta que, en un esfuerzo heroico, hace las palabras y las cosas?
ResponderEliminarMuy buena entrada.
Aun cuando el hombre poeta viva en los márgenes de todo lo conocido y su cerebro funcione "patológicamente". El hombre poeta es un "científico" que no puede salirse de las líneas del orden simbólico, aunque, como en el caso del bañista, esté siempre a punto de desmoronarse.
EliminarY cito: "En último término, el hombre no encuentra en las cosas sino lo que él mismo ha puesto en ellas; este volver a encontrar se llama ciencia, introducir se llama arte, religión, amor, orgullo. En ambas cosas, aunque fueran juegos e niños, se debería continuar con buen ánimo, los unos para volver a encontrar, los otros -¡nosotros!- para introducir." (Friedrich Nietzsche)
ResponderEliminarGracias por enriquecer lo que lees con este comentario, que lo eleva a la enésima potencia.
EliminarNo creo que el poeta sea científico en absoluto. EL poeta, el pensador, el hombre despierto de Heráclito, escucha lo que otros, la mayoría, no pueden escuchar. No sabemos si ello le place, seguramente no, pero acaece.
ResponderEliminarEl agua de sus oidos una vez expulsada son ya conversaciones secas, que llegan al resto de humanos.
El científico, en cambio es un ser que desea escuchar y estima que tan sólo su audífono puede mostrar palabras ciertas, por ello hace leyes, para burlarse de quien renuncia al sonotone.
Mas, sobre todo, el hombre despierto no está preso del orden simbólico sonotónico. Al revés, como en la cita de Nietzsche, el científico ha podido imponer un orden gracias al creado, sin querer, por el nadador.
(A no ser que se nos aclare más qué es un "científico")
Salud
La poesía no es mixtura, no es una construcción aleatoria, está sujeta a una ley que no podemos dominar, la que rije cuando tenemos las manos atadas, o sea, siempre, y nuestro inconsciente trabaja, vaga libre por las vías nerviosas.
EliminarNo me imagino a un realista mágico haciendo poesía, no me imagino a los diosecillos engominados disponiendo el orden en su mundo, anzuelo de incautos.
Claro que sí, la poesía hiere, nos pilla desprevenidos y si miramos atrás en plena persecución, acabamos siendo una estatua de sal.
Me gustaría saber lo que el nadador opinaría de nosotros, hablando de nuestras cosas, mientras él, tira que te pego, baile va, baile viene, no para de crear.
Gracias por tu comentario. De verdad, siento no merecerlo.
Salud. Abrazos.