jueves, 29 de mayo de 2025

CUENTOS MORALES. 2: EL REGRESO

 





Cuando vinieron no había nadie.

Sólo estaba mi gata, la gata de mis días.

Venían a por ella.

Era blanco de las iras del pueblo,

pues la gata había sido señalada como contrarrevolucionaria,

una gata burguesa con maullidos psicodélicos

que a los teóricos les recordaba el ronroneo del gordo Chesterton.

Interrogada por los perros guardianes

la acusaron de anarcoliberal,

de darse a la ensoñación y a la comida cara, a las siestas al sol

y a no querer mezclarse

con los gatos callejeros que con plenos poderes genitales

la acechaban.

La sometieron a unas torturas humillantes:

cosquillas infinitas y tirones de rabo,

le cortaron las uñas,

le arrancaron los pelos del bigote,

la insultaron.

Pero cuando llegó el cambio de ciclo

fue liberada y devuelta a nuestra casa.

Seguía vacía.

Yo no había vuelto todavía,

su dueño, su mentor, su mano que le daba la comida.

Y es que había estado ocupado en enderezar

a los que se habían alejado de los buenos principios.

Cuando vi a mi gata acurrucada en su tiempo y en su espacio, sonreí.

Ella me miró y maulló su bienvenida.

La acaricié,

acerqué mi mano a su nariz

y le di de comer.

Y se durmió, feliz, a mis pies,

todavía cansados y sucios.









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