Un buen día me dije:
¿de qué estará hecha Ute Lemper?
porque la carne del rey no es la carne del obrero,
ni la del pobre,
la del santo no es la carne del torturador,
la mierda de la reina no es la misma que la que cagaba aquella loca que llevaba encerrada treinta años en El Pilar.
Toda la vida, lo que me quede de ella,
necesitaré para saber de que estás hecha, Ute,
mi Ute,
tus tendones cuando cantan manipulan la física, y las órbitas elementales cierran los ojos y se expanden, dios sabe cómo;
tus manos, al atesorar el tiempo y la luz cuando te miran, distienden las fuerzas gravitatorias
y tu carne no es sino carne de misterio.
No se nombran igual todas las carnes;
cuando nos llamen uno a uno por nuestro nombre al último examen,
tal vez se ordenen todas con arreglo a una física democrática
y todos los cuerpos serán como si fueran ya uno,
y, al fin, podré tocarte, Ute, con la yema de mis dedos, ordenados y tranquilos.
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