domingo, 3 de octubre de 2021

FUEGO DEL PARAISO





 

 

Es lo que tiene vivir en el paraíso. No hay que mirar siquiera  al árbol de la ciencia, porque allí se vive en un  un conocimiento recién nacido, que no necesita contrarios para inventar los signos: te amo con solo abrir los ojos, sin mirar, sin nada. 

Un amanecer es el amanecer y nunca puede terminar.

Ni fin ni para qué son necesarios, no existen en el paraíso.

Ahí se juega a observar los nidos que crecen en el árbol de la vida.

Los animales son todavía inocentes y los mares limpios están llenos de agua pura.

En el paraíso se escucha todavía el ronquido suave de dios, que antes de despertar y de saberse sólo dormía, apaciguado de sí.

Antes de dios no había dios, sólo sueño.

Es el rumor. Un rumor incesante que acompaña suavemente todos los movimientos de las cosas, de las hojas, de los animales.

Tan cerca estás del fuego primitivo que puedes arder. Vivir en el paraíso es estar al lado del fuego creador.

La poesía, que es otra forma de fuego, se extiende trazando calles irreconocibles, donde más tarde serán construidas las ciudades que mitiguen el dolor que traerá el paso hacia adelante al que fuimos/seremos empujados.



 


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