De la película "La guerra de los botones"
Aquel rincón no era, como pudiera parecer, el rincón de la desdicha.
Allí los niños abrazados, con la mirada baja, los pantalones acuclillados, las manos fiebrosas y rebosantes
se estremecían diciéndose cosas los unos a los otros,
palabras de amor, escritas en billetes de tranvía, en entradas de cine de sesión continua;
las niñas se subían los calcetines blancos y torcían la boca para gemir
y entrechocaban sus rodillas y todos gritaban que eran felices en aquel rincón.
Pudiera parecer el rincón de las desdichas,
pero era la madriguera del amor,
un cuarto seguro donde el dolor quedaba afuera,
un poder no ser y ser otro entre la luz.
Era una oscuridad que duraba lo infinito de un instante
y dejaba una señal extraña, perdurable, en lo que quedara de día.
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