Encontrar cada día en los campos ya cosechados algunas espigas olvidadas, las que no contaron para la inteligencia de las máquinas, aquéllas cuya recogida no era rentable para los algoritmos económicos, aquellas, en fin, espigas que pasaron desapercibidas al acero.
Recoger los pensamientos tirados al suelo, las verdades o palabras pobres, sin más, que enredadas en los pelos del gato dan vueltas por el pasillo de la casa. Una forma, pero no cualquiera, de escribir la historia, de despejar la siempre x, esa incógnita infinita que arma la ecuación fundamental de la vida. Eso es escribir lo que quiero escribir. Mirar de cerca los desechos, pasar a limpio lo que estaba condenado al silencio. Hacer del silencio una música, aunque torpe, hermosa, pura belleza, pura delicia para quien no se sabe libre, y lo es.
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