Esta
es la historia de un hombre que no sabía nada.
Como
ciego que era, alguien le llevó de la mano a un maestro.
El
hombre que no sabía nada lloró en su presencia.
No
tenía palabras, por eso no hubo silencio, sólo gemidos.
El
maestro comprendió.
El
maestro le dijo:
Te
voy a dar un canuto para que aprendas a hacer la O.
Y
se lo dio.
Y
el hombre aprendió las letras.
La
O y las demás.
Y
escribió un poema de amor muy largo
que
hacía temblar el papel, porque por el poema volaban los pájaros
y
un resplandor brotaba del libro, porque había luz entre las letras.
Le
fueron bien las cosas,
le
dieron el Premio Nobel,
nada
menos,
y
se enamoró de una violinista ucraniana,
la
belleza hecha carne entre la música.
Se
casaron, pero al séptimo día la musa, la amada,
se
colgó de una cuerda de cáñamo viejo
y
dejó escrito que
de
tanto amor se moría, pues sólo ya podía esperar su extinción,
y
que, además,
no
podía perdonarse no haber llegado a ser primer violín,
no
había pasado de ser una del tutti
y
eso pedía castigo, pues de niña
le
prometió a su padre ser solista de postín.
El
hombre, abatido, volvió al maestro.
Informado, le dio el canuto de la O.
Le
dijo:
a
partir de ahora no hagas ya nada,
sólo
mira de vez en cuando el canuto,
sigue
viviendo, sigue vivo,
mira
el canuto,
si
te tienta mirar al mundo,
míralo
a través del agujero del canuto,
y deja
que pasen los días a través de ti,
las
noches, a través de ti.
Y
sigue y sigue
y
sigue amándola hasta el final.