Si la fantasía fabrica el placer, a falta de casi todo, el amor anula, en una fulguración, la muerte, el dolor extremo, el abandono del principio y del final.
La fulguración es un instante cargado infinitamente de sentido y de pureza. Porque en ese instante se borra la historia, se proyecta una luz sobre la que podrían escribirse las cosas nuevas, liberadas de cualquier opresión y final. Esa luz permanece. Aquella escritura nunca se produce. El amor es, pues, un proyecto, que no deja de reaparecer, pura nada substancial que puntúa lo real de nuestra naturaleza. El amor, siempre por/venir hace posible la lectura del mundo. Incluso la poesía, lo legible.
Pero esa nada, esa nada enamorada, podríamos decir, el amor, provee una nueva perspectiva que hace posible la supervivencia humana en la densidad insoportable de lo real. La belleza es posible, es el efecto del trabajo de la nada del amor, una construcción abstraída, abstracta, iluminadora, capaz de hacer posible el deseo de vivir.
Esa nada, ¿racional, ¿irracional?. Como es la proyección de un imposible en lo imposible de vivir está sujeta a una racionalidad nunca establecida. Podemos presuponer que el amor está construido con alguna racionalidad que haga posible una sensación de permanencia, de consistencia, de realidad. Pero es un mero supuesto. El amor es irracional, o sería lógico pensar así, puesto que quiere ganar la partida a la muerte, fundamento de la razón, la razón elevada a la enésima potencia.
El enamorado quiere ser dios. Racionalidad extrema, necesaria. En un momento es dios. Puede matar, como dios. Puede ser muerto, ejecutado, como dios cuando éste quiso completarse a nuestros ojos.
Aunque, más abajo, aquí, en el suelo donde nos movemos, los enamorados crean belleza con sus pies, y bailan, con sus ojos medio cerrados, y ven la mañana de una forma diferente, acarician, y quieren pintar un cuadro hermoso en el taller sin tiempo de su fantasía.
Es verdad que en otra parte, en otra escena, los hay que, rechazando el imposible del amor, se rinden a la contabilidad exacta del goce, a lo real, a lo seguro de lo criminal, de la explotación con el fin lucrativo del alcanzar un plus de gozar que transforme la discontinuidad de lo humano, su insubstancialidad constituyente, en substancia encerrada en sí misma, definitivamente materia.
Hay heridas infinitas, incesantes, que no dejan de sangrar, como la punta de la lanza del relato, genial, del Cuento del Grial. Ahí está todo: el deseo de ver de Perceval, por el que nace la visión del castillo (que sólo ve él); la mutilación de quien ha sido herido de amor y ya no puede reinar; el misterio del origen, que congrega y reúne. Creo que das en el clavo cuando dices que la "fulguración es un instante cargado infinitamente de sentido y de pureza" Precisamente, es la inconmensurabilidad del instante lo que hace de la herida, herida infinita. Ya lo decía, también, Empédocles: tiene que haber algo de impureza (de mezcla) para que la existencia sea posible, que es como decir que el ser no puede soportar la pureza "pura". Una entrada llena de matices. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. El amor, el deseo de saber, la lucha dialéctica entre el estar de la materia y el irse, progresar, volar del espíritu. Seguimos mirando lejos, pero aquí.
EliminarUn abrazo.