No había en toda la calle una figura como la suya:
lo estoy viendo en la parada del tranvía,
recto, quieto, con un leve ademán de espanto;
veo de cerca su rostro, sus labios marrones,
sus ojos muy negros, su mirada al oriente,
su pelo de torero;
había quien por lo bajo reía un poco al verlo,
un ángel sin espada, un santo espadachín,
un poeta, decían; ¿adónde irá?.
Muchas tardes de verano iba al cine
y volvía derrotado, empapado de un amor nuevo que le corroía,
buscaba palabras, eso buscaba,
para organizar el mundo que había quedado inconcluso;
necesitaba a la vuelta del cine
desbrozar entre las metáforas un capullo donde se guardara algún amor primero,
ocupaba las horas de la noche en resumir el mundo,
hacía versos,
llamaba a su amada
que desde la pantalla le había entrado por los ojos
hasta lo oscuro de su alma,
miraba por la ventana, descolgaba la espada,
la blandía con las dos manos,
decía con la boca medio cerrada ¡qué será del mundo,
qué será!
Se ve la necesidad de encontrar en lo más exterior, la pantalla de un cine, en la pura ficción, eso que enciende lo que más adentro necesita arder para expresarse. Para construir el mundo, para no quedar enterrado para siempre en lo informe. ¿Cómo se llama el poeta del poema?
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