LA VIEJA Y EL HURACÁN
Cuando aquella mañana JSB volvió a su casa,
después de guardar su partitura en un cajón de la salita donde revoloteaban los niños,
donde no dejaba de oírse el canto del clave tañido por las ramas siempre verdes,
pues aquella casa era un árbol frondoso,
JSB se sentó en una silla, en la más apartada de todas
-parecía una isla en un mar plomizo que olería más a hierba que a la sal-,
y cerró los ojos y se dejó mecer por el vaivén de un viento recién llegado
que al poco fue un huracán que le azotó la cara,
y sus manos transportadas a un mundo desconocido se pusieron a temblar,
y entonces, sin saber lo que estaba pasando,
M M le acercó con amor y dulzura al clavecín en el que acababa de estudiar el más joven de sus hijos,
y, automáticamente, JSB dictó al teclado con la caricia de sus dedos una vieja oración que había compuesto al principio de los tiempos
y dijo que le dejaran dormir, que estaba muy cansado,
y todos en la casa se miraron y coincidieron, sin mediar palabra, en preguntarle después del sueño
qué música nueva había brotado del aliento de alguna vieja gorda y pobre en la oscura iglesia,
aquella mañana de invierno
recién terminada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario