lunes, 27 de julio de 2020

CADA VEZ QUE TE MIRO


Sueño

Estoy con J.C., un antiguo paciente y artista. Parece invitarme a una actividad que va a desarrollarse en un local cerrado. Como si viera la imagen en una pantalla, una mujer aparece en un margen de la misma, en la franja inferior izquierda. Está tumbada, su cara me resulta atractiva, tiene los ojos semicerrados. Y enseguida voy viendo "faltas" en esa primera imagen prometedora.  Cada vez que la miro la veo menos joven, menos natural, menos elegante, hasta aparecer, en un cuadro final, de forma ostentosa, como una mujer nada extraordinaria, con aspecto  chabacano.
Hay una frase que flota desde el principio de la escena: cada vez que te miro. En un principio parece que la frase camina suelta, y promete ser el arranque de un poema o algo así, pero a la vez que van ocurriendo los cambios a los que me acabo de referir en mi manera de ver el rostro de la mujer, ésta  hace un comentario que trastoca lo que yo sentía o creía interpretar en relación con la frase. La mujer dice: sí, sí, cada vez que te miro..., con tono sarcástico y amargo,  denunciando una trampa oculta en su poético anuncio, como si detectara lo que de verdad significa: cada vez que me miras descubres nuevas faltas y es lo que me reprochas. El comentario también contiene otro sentido añadido: yo, mujer, podría decir de ti lo mismo: cada vez que te miro...
J,C. me hace un gesto, subrayando lo interesante de las cosas que allí se están tratando (considero "interesante" el sufrimiento explícito de la mujer) y  le contesto que lamento  no haber reservado una cita para haber asistido, lo que disgusta a mi mujer, que me acompaña, porque, pienso, ella se ve desplazada, ya que sólo yo soy el invitado.


Consideraciones nerviosas y desordenadas

Imágenes y palabra, qué trampa creer que uno "siente" mientras sueña, y que ese sentimiento interpreta los contenidos, imágenes o palabras, al margen del mismo desarrollo del sueño.

Imágenes y palabras, como  elementos aparentemente diferenciables. La frase, cada vez que te miro, su doble sentido, su intención poética-engatusadora. Paralelamente, la mujer, su capacidad seductora que yo le atribuyo, la aparición de las "faltas", la dislocación de su lugar original de lo sublime a lo chabacano, toda una serie de imágenes que pueden mirarse. 
Y que no paran, de lo etéreo a la carne.

El desarrollo del sueño, el empuje que lo mueve, engloba una totalidad en la que se incluyen las "interpretaciones" privadas del yo del soñante. Sólo puede esperarse verdad en el desarrollo del sueño (como una máquina que no pude dejar de funcionar, autónoma, que se pasa por el forro cualquier guion previo), no en las anotaciones de lo que el soñante "piensa" en su transcurso. 
El sueño en sí mismo, el empuje ciego que lo mueve, el deseo de soñar,  no dice nada, desdice lo que el yo pretende argumentar, cuando intenta refutar que la verdad del primero no puede ser suplantada por los decires del segundo.

Yo no interpreto las cosas que se suceden en el sueño, yo no siento lo que digo sentir, yo sueño que interpreto, yo sueño que siento.

La suspensión de la frase, cada vez que te miro..., es un elemento que está a la misma altura que la frase misma o lo que yo, en el relato del sueño, opto por atribuirle.
Tal vez el deseo que maquina este sueño sea:  mantengo un yo supremo, soberano, por encima del funcionamiento del inconsciente. Yo sabe lo que quiero decir y lo que sea que el sueño revele está sujeto, sometido a lo que sabe ese yo. Deseo vivir en la ilusión. Tengo sueño, déjame dormir...

Lo que no miro en el sueño es el dolor  que resulta de asistir a la descomposición del  ideal, propicio a los deleites narcisistas, hasta llegar a ser una realidad, una imagen real de lo real: lo chabacano en forma de mujer de carne y hueso.
 
Ella, la mujer, no se ha descompuesto, ella habla y vuelve el espejo para que el yo del soñante asista a su desaparición en su charco ilusorio. 

El Yo no percibe el dolor que le atañe (creer amar a costa de ser nada, mera ilusión), sino tan sólo el desplome de algo  que aparece como ajeno, encarnado en la mujer: sueño que ella sufre, se irrita, mientras yo gozo del espectáculo y de lo mucho que da que pensar.

No es mi mujer la que "se sentiría" desplazada si yo asistiese a la reunión, por el contrario, el el yo del soñante quien desplaza el dolor que lleva consigo el pago del precio de encontrarse con la mujer real, desligándola del ideal hecho a su medida.
Es decir: soy yo quien queda desplazado a un lugar de espectador ficticio de una ficción, que poco a poco se revela como lo único real.

Lo que me parece perder en la película del sueño, la tragicomedia de una mujer mal mirada, que no es para tanto, recubre la pérdida verdadera: cada vez que te miro a ti, mujer, me encuentro con que no estás, porque vives en la pantalla, y aunque al final salgas de ella y aparezcas como lo más real, es a costa de denunciar que yo estoy en el lado de la ficción, al otro lado de la escena, en la concha del apuntador, allí donde nunca se apolilla lo que no resiste la luz, ni la vida.





Poema robado del sueño: cada vez que te miro



Cada vez que te miro
debería preguntarme
si hay algo detrás de los velos
que visten al santo o a la santa.

Cada vez que te miro,
si cierro los ojos,
no paro de encontrarte y de decirte
i love you,
amor mío,

cada vez que te miro,
cada vez que te miro.

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