lunes, 26 de octubre de 2020

PANDEMONIUM 1





                                                                                                                                                Agorafobia  (Máscaras en Palacio)




                                                                       UNO


Qué pena ver como el mundo se apaga de esta manera. Sin trompetas, sin tambores, tan sólo con ministros balbuceando sandeces debajo de una mascarilla que parece un vómito de gasa pulverizado con purpurina para salir en la tele. Qué lástima, qué pena. Nos queda la épica audiovisual, la inteligencia democrática, las series con hombretones de hierro, con policías que eructan y que beben naranjada, que se cagan en dios, en todo, como humanos que son, series de la serie. No sé que más nos queda: el ocio gratuito, los cuarenta principales, la sexta, los cómicos hemicíclicos, los payasos, las monjas progresistas mofándose del otro por la comisura de los labios, la radio, el santo rosario. Los libros viejos, los recuerdos, la gata que se enrosca en las piernas y que me enseña el camino seguro del sueño perpetuo. Sumisos, eso es lo que nos devuelve este espejo plasmático que, sin saberlo, teníamos frente a nuestras caras duras. Sumisos ante las frases sintetizadas, ante los algoritmos gramaticales, ante las palabras castradas, violadas, sodomizadas a la fuerza, eslóganes que nos ordenan como lo que somos, ceros, unos; ceros, otros; unos ceros, apenas unos cuantos unos desperdigados tanto a la izquierda como a la derecha. Y la muerte, mientras, como si fuera un accidente sobrevenido, como si fuera una picaraza que se ha dormido en el cable de la luz frente a la ventana de casa. Nunca antes había habido muerte, si no fuera por las esquelas nada hubiéramos sabido de ella. Nos lavamos las manos como acceso a la inmortalidad, al perdón, a la inocencia, como señal de no haber infringido la norma de los idiotas. Y, el paraíso, ¿adonde está el paraíso? ¿Debajo de que cubilete está?. Han cambiado de trilero. Al otro, al de antes, creíamos que lo teníamos pillado y, aunque no jugábamos, mirábamos y lo seguíamos con la vista sin creer fallar: ahora el paraíso está en el de la izquierda, ahora en el de la derecha, ahora en el del centro. Así pasábamos los días, las horas, felices, sumamente felices, despertándonos en medio del estupor que apenas duraba lo que un soplo. Ahora resulta que los cubiletes que esconden la bola que contiene el paraíso son transparentes y que la bola es cada día una consigna que nos dictan en los telediarios. Los ojos, de esta manera, no están ya por la labor, ojalá los ojos fueran todos de cristal, conectados a una cadena imaginaria e infinita, de manera que cada uno con su ceguera de verdad pudiera esconderse definitivamente en su guarida. Pero para eso, aún falta mucho. Qué pena creer que el mundo se apaga así, tan sosamente. Acabo de ver una bandada de estorninos retorciéndose caóticamente en lo que queda de cielo, detrás de mi ventana. ¿Quién puede decirme a dónde van? 

¿Hay alguien ahí?


(CONTINUARÁ)

 

2 comentarios:

  1. Algunos quedamos ¿o tal vez somos nada más tu eco?
    Crudamente descriptivo este pandemonium. Estoy deseando ver la continuación.
    Salud y trompetas

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  2. Gracias, M.A. También yo estoy deseándola.

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