un tren me lleva a Philip Glass
Philip Glass,
eran las seis de la mañana,
me pasa la mano por encima
y va y me dice que le deje sitio en la cama,
y de un manotazo me echa, y yo, siempre a la expectativa
de su genio, le cedo el sitio y empiezo
a tocar unas notas que acabo de soñar,
y Philip, que no duerme todavía, me acusa de plagiario y yo,
en un rapto de rebeldía, al filo de la madrugada
le reprendo y le suplico, bajando los ojos,
que me enseñe otra vez la mortaja que celosamente guarda
y, acercándose al armario, me toma de la mano
y juntos escuchamos al bach
que corría empujado por la cuerda del tren de juguete
en las vías que formaban un círculo infinito encima de la mesa camilla,
que ambos compramos después de la ruina,
o antes,
nada importa ahora.
Hubo un tiempo, en los noventa, en que escuchaba a Philip Glass. Me lo descubrieron la película de Koyanicaschi (o algo así se escribía) y Ramón Trecet en Diálogos 3.
ResponderEliminarPero nunca vino a mi cama mientras dormía.
Claro, es lógico. Lo que pasa es que los viasnerviosistas en lugar de tener esa estructura ósea que se llama silla turca, en un rincón del alma en el que se cruzan infinitas vías nerviosas que van y vienen (un frenesí, te lo juro), tenemos CAMA turca. De ahí esos deslizamientos que, en homenaje a lectores como tú, descubro.
ResponderEliminarEl que no me visita es Luigi Nono, al que quiero más y al que le dejo miguitas de pan para que se acerque. A ver.
QUe bien debe dormir ahí la glándula maestra, no como en el resto de mortales, donde ha de conformarse con estar sentada cabeceando.
ResponderEliminarLuigi Nono, no, no te visita?
No, no hay que fiarse de los músicos.
Desde luego. No me fiaría ni de las buenas intenciones de un orfeón a la hora del vermú.
Eliminar