Descansaba en las sombras.
De una a otra caminaba sumergido en la luz,
una luz atravesada por un blanco salido del fuego.
La luz era tan viva que casi disolvía su cuerpo,
que se convertía en un despojo oscuro
parecido a un papel quemado,
a veces se parecía más al humo
o a una brizna de polvo puesta en evidencia por un rayo de sol
Llegaba a la sombra
siendo casi inexistente,
pero el agua fresca le devolvía el cuerpo:
si hubiera tenido un espejo delante
podría haberse reconocido y decir su nombre,
ese soy yo
Vuelto al camino,
la luz era tan grande
que hubo momentos en que el caminante
se convertía en un solo punto de esa luz
y parecía no existir ya más,
era ya un ser borrado para los ojos,
pero él viajaba en ese éxtasis porque seguía existiendo
aunque sólo fuese un poco de luz en la gran luz que le quemaba,
y su mirada vigilaba el camino de tierra
que le llevaba a la otra sombra,
al agua, al renacer
No tenía casa,
vivía en el camino,
entre el cuerpo tangible de las sombras
y la disolución de la luz,
rodeado por un fuego
que no aprendió a nombrar
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