Cuando escribes es narciso quien se venga por ti de la envidia que te provoca la lectura.
¿Para qué escribir? Todo está escrito, y bien escrito.
Sólo puede escribirse sin vergüenza un diario (siempre que esté bien escondido), una nota de despedida, la lista de la compra, una carta.
Están exentos de esta prohibición los genios, destinados a (dis)continuar la obra universal, no a escribir sobre lo ya escrito.
Los genios se conocen a sí mismos. No hay que señalarlos. Nadie puede darles el carnet que los distinga.
También puede escribir un cualquiera, como acto de orientación realizado en defensa propia, para librarse de la maraña de un desorden voraz, más terrible que la muerte, que esté a punto de tragárselo. A veces, pero no siempre ni en todos los casos, los sueños hacen esta función.
En realidad, dicho lo dicho, no deberíamos parar de escribir, no deberíamos hacer otra cosa: escribir y romper, escribir y soñar y, sosegados aunque sólo fuera por un instante, leer, leer y leer a la sombra de la paz.(1)
(1) Nota
No sé de mecánica artillera. Si no, agregaría el artefacto que hiciera posible esa coda que decía: Este escrito será autodestruido en tres segundos.