lunes, 11 de marzo de 2024

LA REALIDAD: BUSCA Y CAPTURA

 

   


                                          

                                                                       Mildred Burton





La realidad habla pero no se le entiende.

Revela por el mero hecho de ser. La realidad implica revelación.

Ese decir, esa revelación no supone que exista un receptor que la comprenda, que la interprete al pie de la letra.

No existe tal letra en ese hablar de la realidad. Nadie que la escuche a través de la letra, podrá entenderla.

La realidad es compleja en el sentido de que no existe una coagulación de ella que pueda ser diseccionada, estudiada. Cualquier “muestra” de la misma es una manipulación, una falsedad.

La realidad es indivisible. No existen fragmentos reales de la realidad.

Por eso la realidad es irrepresentable. El realismo es una falsificación de lo más auténtico de la realidad, que es la realidad misma.

Sólo puede representarse lo que de ella podemos absorber exclusivamente a través del inconsciente.

La parte del sujeto tomada, poseída por el logos, que es inoperante para saber de la realidad y que, en consecuencia, tiene como misión reducirla a una letra, a un discurso lógico (sometido a lo que ese logos pueda dar de sí) queda (des)compensada en el otro extremo por el inconsciente.

El inconsciente absorbe, se empapa de la realidad, más allá del principio de interpretación, y ésta sigue viva, latiendo en el sujeto letrado e ignorante.

El inconsciente hace saber.

El sujeto es poseído por la realidad a través del inconsciente. Por el inconsciente.

Lo más importante del inconsciente es su operatividad. El inconsciente no deja nunca de funcionar: trabaja, constituye, crea, tiende a, hace vivir al humano un plus puramente humano, más allá de lo estrictamente animal (la programación para la persistencia biológica) y de lo pertinente al logos (la pretensión de transformar la realidad en un discurso homologable por ese mismo logos, en un texto que él pueda leer).

Una vez dije que lo que se reprime (en el sentido psicoanalítico) es el amor. El amor es una expresión de la realidad. Indómita. Inenarrable..

A lo que cabe añadir: lo que se reprime (en el sentido censor) es el inconsciente.

Así, por ejemplo, los represores pretender establecer listas de legitimidad de lo que, sin tener ni idea, extraen de lo inconsciente: así predican sobre placeres legítimos, sexualidad legítima, agresividad legítima etc. Legítimo es, para la represión, aquello que es válido para la eficacia, para que lo humano sea, por fin, una máquina eficiente. Más "salud", más “seguridad”, más “claridad”, menos caridad.

La eficacia pretende transformar la realidad en algo reproducible a través de cualquier máquina.

Reproducir es poder.

Sin inconsciente sólo habría reduplicación, copia. La realidad sería una copia de la falsificación de la realidad que hace el logos, siempre al servicio de lo asimilable, de lo permisible.

El inconsciente no copia la realidad.

El inconsciente repite: no cesa de revelar la existencia del intervalo que hay entre las cosas de la realidad, lo que hace que ésta pueda ser soñada, narrada, recordada y olvidada.

Ese hueco, el intervalo, es el eros, el silencio que inventa la música. El tic-tac tartaja de la repetición, el intento de pillarle los pies al intervalo para hacerlo desaparecer es la muerte, con su silencio solidificado que no termina.

Frente a la disolución que la realidad lleva implícita, frente al ex-tasis, a la fuga, a la deserción de los márgenes impuestos por el intento de convertir la realidad en un texto inteligible, la represión actúa. Con la fuerza de un gulag blanco, de un auschwitz que por fin no teme decir que ha triunfado desde el principio mismo de su levantamiento.

¿Cabe vivir en una coexistencia dialéctica entre el logos no sometido a lo aceptable y el inconsciente atendido, no reprimido, no aniquilado?.

Tal vez un día podamos soñar dormidos y crear despiertos. Tocar el color que todavía no hemos barruntado con las manos y quemarnos en una fulguración amorosa que no exija retorno.

Porque, es cierto, la realidad en su escabullimiento ha dejado sus restos en los rincones, en los agujeros del suelo, en las fosas sépticas, en los charcos donde beben y se miran los perros, en los depósitos donde duermen los marginados, los santos.

Sólo los santos atienden el inconsciente sin espantarse. Los santos no padecen vértigo ni fobia a esa oscuridad que les llama para invocarles y abocarles hacia la luz. La misma que invoca y aboca a todos los humanos que no decidan vivir muertos.

Los santos no se escandalizan. Abrazan el bien y abrazan el mal. Se saben humanos y caminan pegados al suelo como si nunca hubieran sabido leer.

El arte es ágrafo y vive de los sueños.

El arte solo vive de la realidad. Y la salva y nos salva.



                                                                              Manuel Agujetas












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