TEORÍA DE LOS LABERINTOS. CONCIENCIA E INOCENCIA
En su casa había un pequeño camello, algo mayor, pero no mucho, que una figura de belén, de textura blanda, deshilachado, de una materia indeterminada que, para entendernos, pudiera parecerse al esparto. Lo importante del asunto es que quien había vivido allí tenía a esa figura como si en otro tiempo hubiese sido un camello real, reducido ahora a ese tamaño minúsculo y dotado de incorruptibilidad eterna. Lo importante, lo más importante, es que este proceso de atribuir al camello esa cualidad era algo automático, o no era nada, el proceso, porque el camello había sido así y ya está. Todo lo demás serían especulaciones desde la distancia, que nada tenían que ver con la realidad vivida. No habían mediado, pues, trabajos de lo que podría llamarse conciencia. No hubo conciencia de creer que el camello era un camello real transformado en lo que ahora era, ni conciencia de verosimilitud o inverosimilitud de esa creencia. No hubo nunca conciencia de creencia alguna. Las cosas, como eran, como son, creaban, crean, la realidad y la conciencia podría actuar después cuando, por alguna rezón, o sin ella, fuera llamada a filas.
Se ve claro, creo, que plantearse el papel de la conciencia de quien vivía en aquella casa en relación al hecho (inexistente, porque si hablamos del hecho ya estamos suponiendo encima de todo a la conciencia y ya he dicho que no era necesaria la conciencia para crear el camello, que éste ya había estado allí desde siempre sin necesitarla para existir) es un asunto posterior, sobrevenido, seguramente inaugura la ruptura, la aniquilación de una vida para empezar otra. La conciencia como muro separador de experiencia. Juicio de la realidad. El camello, en otros tiempos de tamaño real, ahora pequeño, era anterior a cualquier consideración de la conciencia. Quiero decir que esta conciencia es llamada a filas para contrastar un principio de realidad, que es el que resulta de un consenso común de varios otros sujetos a los que la conciencia solicita su parecer. Pregunta de la conciencia a los testigos: ¿Creen ustedes que un camello real ha podido convertirse en esa figura? Y, entonces, ¿qué papel tuvo la conciencia en la atribución de esa cualidad en la persona que allí había vivido? ¿La conciencia se hizo presente cuando alguien le dijo: estás loco si crees que ese camello un día fue real, o si esa fantasía infantil se ha colado en tu vida sin haber tomado conciencia de esa coladura.?
Caer en la cuenta de que lo que fue pudiera no haber sido así. Y caer en la cuenta de que nunca se había caído en la cuenta de ello: atribuir al camello una cualidad A, siendo posible entender que ese mismo camello pudiera haber tenido otra cualidad B que, tal vez, hubiera sido más ajustada a la realidad, más razonable. Caer en la cuenta de que la realidad primera (sin testigos, ni conciencia) es distinta a la realidad segunda, con testigos y conciencia. Saber de la relación de aquel habitante primero (¿inocente?) con los testigos que son testigos de la periclitación de su vida hasta entonces.
Esas barreras de ese “antes” y de ese “después, de esa aparición forzada por “la razón” para deshacer un entuerto o ajustarlo a la realidad que conlleva el final cataclísmico de la primera realidad, constituyen el espacio donde de juega la posibilidad de que la creación no sea la reproducción de cosas ya establecidas y con la sola vitalidad de poder reproducirse idénticas en un infinito temporal-.
Establecer diferencias entre la vida y lo muerto.
Las capas de cebolla de la conciencia. Conciencia de A. Conciencia de tener conciencia de A. Conciencia de tener conciencia de tener conciencia de A. De esta forma, ocurre, puede ocurrir, que, cuando la conciencia descansa entre guardia y guardia, A se presente como una revelación, como una visión, como una novedad que irrumpe, iluminándola, en la experiencia cotidiana y mortecina de la vida. A aparece desnuda, despojada de los vestidos de la conciencia que pudorosamente la resguardan del escándalo de ser realidad pura. Inocente.
La conciencia corrige lo que un día creó un sujeto mientras todo dormía, excepto él.
Y está el cine. Se basa en que la cámara, como señala Albert Serra, ve lo que el ojo humano no ve. La cámara no tiene conciencia de que ve y por eso ve lo que el ojo, y su conciencia inseparable, no puede ver o, más exactamente, ve y lo borra a la vez, aunque bajo el borramiento quede lo que los sueños, que no recordamos, guardan como un resto vivo de aquello, que amenaza con boicotear a esa realidad tamizada por la buena conciencia.
La cámara capta y después el espectador que paga para poner erecta su conciencia deja que ésta goce. Ver, mirar, mirar que se ve, ver que se mira. Después de todo, hay un mensaje que aparece como corrector de los perjuicios que causa andar por los laberintos de la percepción. El mensaje lo aclara todo, tranquiliza a las conciencias confundidas por tanto tomar nota de lo que se ve sin llegar a un acuerdo sobre lo que a la realidad conviene. El mensaje vela, procesa las imágenes que, de nuevo, se reducen a un algoritmo lógico, no a un símbolo, esplendoroso, creativo, fulgurante, metáfora generatriz y viva, sino a un mero signo: rojo: prohibido cruzar.
¿Cómo podríamos ver con los ojos cerrados? Poner un antifaz a la conciencia, no para que se duerma sino para que, yendo a lo suyo, a saber que sabe, no nos diga como ver lo que el ojo puede ver, el ojo que guarda lo que no queremos saber de la realidad y de nosotros que somos la realidad que ve la realidad.
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