Todo el esfuerzo se invertía en disimular, camuflar, borrar la Repetición: el ruido infinito, casi monocorde, de lo Uno yéndose y viniéndose sobre el desecho de la cosa muerta.
A la repetición querían confundirla para fingir que no existía, llamándola orden, armonía, rutina, calendario, historia, geometría, arte, sincronía, música. Pero es imposible que la Repetición no se revelara, aunque quisieran cambiarle su nombre, porque, por encima de rodo, la repetición es la materia de la muerte que se infiltró y llegó a la vida a través de un Accidente inexplicado.
La Repetición corre pisándole los talones al Intervalo que vive entre el Uno y el Uno, va tras su aniquilación. Suprimir el intervalo supondría el triunfo absoluto de lo Uno en su quietud. Sería el triunfo de lo Absoluto. El absoluto Mal. Una muerte elevada a la potencia infinita. Pero no: es imposible que el intervalo no sea, no esté, no separe, no mantenga lo vivo entre lo muerto, porque está hecho de silencio puro y es lo inmortal.
La tensión entre lo apolíneo y lo dionisíaco, entre la disposición y la indisposición, entre el orden y el caos, es precisamente ese momento de lucha en que la vida se hace posible. La tensión es principio de insatisfacción, de implenitud, y, por ello mismo, de existencia. Muy buena entrada.
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