Todas las mañanas dejan sus casas
unos y otras quedan vacíos
van a sus labores
a esconderse
apenas se oyen sus gemidos cuando cierran la puerta
todavía con el moco con el llanto con el temblor colgando de sus manos
y no saben si al llegar la tarde volverán a soplar el fuego que dejaron apagado
a barrer el dolor que encierra la pelusa del suelo saltarina
a ordenar los recuerdos que cuelgan de las lámparas con las manos y las alas y la lengua cortadas
si vuelven por la tarde
cansados de tanta muerte administrada en las venas de lo que fue su cuerpo
encontrarán el fiel silencio que ha guardado su casa
y después
el ruido amigo de la cena les llevará de la mano al lugar del sueño
donde aún viven sus restos y lo que vean esa noche sus ojos.
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