Cuando volvías había un castillo de piedras oscuras en el cielo:
nubes de barro, secarrales ascendidos como un globo hueco y manchado
te miraba de lejos cuando volvías,
tenías los ojos encendidos de quien se muere por llegar,
tendrías sed y hambre y frío y dolor
todavía tengo extendidas las manos, queriendo alcanzar tu cara húmeda y perdida;
te miraba, y no llegabas de tan lejos que estabas,
tus ojos parecían alegrarse de borrar mi lejanía.
Aún tengo vacías las manos,
acaso, ¿el aire se ha hecho de plomo?
Si llueve, el barrizal del cielo acabará por sepultarnos,
a mí, con los brazos deseantes,
y a ti, con los ojos cansados de no llegar nunca,
nos quedaremos para siempre en un instante como figuras de barro
y, tal vez, alguien nos guardará en un altar humilde sin saber nuestro nombre,
y nos ofrecerá las flores que se dejan a los pies de los amantes
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