miércoles, 20 de abril de 2022

TEORÍA DEL TODO: 1. PUNKIS EN EL BALCÓN CONSISTORIAL

 



           Estampas de primavera


Cuando los punkis asaltaron el poder, todo el mundo era ya punki, y algunos, los más críticos y leídos, se arriesgaban a tratar ya sobre el postpunkismo y las debilidades de la cresta. Era habitual encontrar capillas semiclandestinas donde se adoraba a la virgen maría rodeada de velas y de flores de plástico. Los punkis, en el poder, eran com son, compasivos, tolerantes, siempre ateniéndose al código del buen bebedor. Fueron buenos años. Los punkis eructaban y se cagaban en dios de una forma tal que hasta los muchachos y muchachas más timoratos sonreían y aplaudían. Cuando, a la hora del Angelus, el alcalde punkie, gordo, tatuado y con el chaleco atiesado por la salsa kechup, lanzaba su eructo de las doce en el balcón de la casa consistorial, los más viejos de lugar, los pequeños comerciantes, los del comercio de proximidad, los meapilas y los funcionarios de carrera se regocijaban y comentaban que tanta paz era un milagro y temían que algún disparatado pretendiera desalojar del poder a los que tanto bien procuraban. No escribían soflamas, no pronunciaban discursos, solo cantaban estentóreos himnos vinosos y humeantes. Se pedían, se echaban unos pedos ruidosos y cómicos, levantando una y otra pierna, enseñaban sus dientes mellados y dejaban hacer a los devotos, que preparaban con total libertad sus novenas, que ensayaban las letanías y demás liturgias. La Bolsa era la bolsa peluda de los huevos del punki mayor. Ahí tenéis el dividendo, gritaba enseñando su huevera áspera como la lija. Los únicos números eran los que montaban cada noche en la puerta de los bares. Vómitos y hasta un sereno disecado que era el pimpampún de la chavalería que se iniciaba en el málaga virgen. El trabajo era el trabajo de vivir, de mirase al espejo cada mañana tras la juerga feliz del día bien vivido. Pasado mucho tiempo la gente se olvidó de ser punki y se fue haciendo cada vez más pija. Leían El País a coro, mascullaban consignas limpias, usaban mascarillas para no reconocer la cicatriz de los tatuajes borrados. Pero el gobierno punki no cedía, porque no se enteraba de nada y un día se coaligaron con el Partido Pijo Obrero y Español y siguieron asombrando al mundo por su bondad y respeto a la vida. Mientras el regüeldo de las doce no se acalló, la metáfora que permitía la concordia se mantuvo viva. Sólo cuando el país semanal publicó la lista de los libros más vendidos, explotó todo y se declaró la guerra y la barbarie volvió a mostrar su duro rostro philipshave.

Aún se oyen los corrimientos de los vientres punkis que siguen viviendo en las cuevas de la ciudad. Leen la cábala traduciéndola al silvo gomero, dejando escapar un eructo largo, mantenido, que sostiene el tono correcto incluso en los vericuetos más ásperos de la argumentación. Así es la vida que no cesa. Así es la muerte que no quiere dejar de no cesar.

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