lunes, 18 de enero de 2021

EL HOMBRE BALA

 







Qué tristeza,

qué decepción.

Después de todo un verano

esperando ver en mi circo favorito

en acción

al hombre bala,

disparado

de un extremo al otro del espacio

entre el fuego y el estruendo


siempre había soñado

con saber de los mundos lejanos

de los hombres

bala


creía que vivían en un parnaso

de pólvora,

de gloria,

eternamente enamorados,

eternamente amados,

serios y limpios

leyendo los periódicos diarios,

mirándose la cara en sus propias fotografías

en huecograbado

a toda plana,

laureados entre los héroes

del tiempo


pero cuando vi por fin

el que iba a ser el mayor espectáculo del mundo,

de la mano del Gran Circo Americano,

me sumí en una tristeza espesa,

decepcionado

ante el corto recorrido logrado,

en aquel vuelo esperpéntico,

por un hombre bala que parecía querer

tan solo ganarse la vida

a duras penas


iba vestido con una camiseta de felpa

y con unas medias blancas

que no conseguían disimular

unas piernas ridículas,

como palos de escoba,

que nacían de una bola de sebo

y acababan en la nada huesuda

de los pies

calzados con botas de majorette

untadas en purpurina


qué triste el corto vuelo,

la caída a plomo de aquel saco de carne.

una trayectoria vergonzosa,

impresentable,

desde un cañón de cartón pintado de amarillo

hasta una malla que parecía una lona del bombero

torero


no quiero recordar

cómo el buen hombre

después de la caída

se quitaba el casco

con cierta solemnidad pomposa,

disimulando su vergüenza,

miraba hacia las gradas llenas y gritonas

y esperaba suplicante

la cascada de aplausos

como el pobre la limosna


me viene a la memoria con pesar

cómo algunos espectadores desde las localidades más baratas

se mofaban del artista con risotadas

y gestos, que recién inventaban

para recrearse en un vituperio festivo,

que, al menos,

divirtiera a los vecinos de al lado,

y todos competían en el insulto

y el escarnio.

Menos mal que en las sillas de pista,

en las localidades de invitados

y de autoridades,

donde se acomodaban las familias de bien y distinguidas,

aplaudían con decoro y displicencia,

como si el hombre bala,

todavía en el centro de la pista cabizbajo y con el casco en la mano,

acabara de dar una conferencia

sobre el cid campeador y la toma de valencia


vaya timo, el hombre

bala


no podía dejar de imaginar

el bochorno de sus hijos

al entrar el lunes al colegio,

queriéndose escurrir por las esquinas

o por los urinarios infames

de aquellos antros de dolor

          para que nadie con su dedo viperino

          señalara sus cabezas por aquella derrota 


aunque la humilde verdad es

que, una vez que la gente pasaba por el arco de bombillas

de vuelta a la calle,

cundía el olvido y la hermandad,

cada uno se gana la vida como puede

se decían los unos a los otros,

y yo imaginaba la ternura,

abriéndose paso en quienes lo esperaran

cuando, terminada la función,

el hombre bala,

libre ya de la misión de ser estrella fugaz,

habiendo volado una vez más sobre tantas cabezas que miraron arriba esperando el milagro,

acudiría feliz a su retiro

a refugiarse en la cena

junto al delantal de su mujer recién lavado,

llevando a sus hijos

unas peladillas sobrantes de las que repartían los payasos a los niños guapos

y unos globos enredados en sus dedos

y en el pecho orgulloso, a punto de estallar,

el beso de las buenas noches.






No hay comentarios:

Publicar un comentario